La Navidad, otro sueño roto en Venezuela

397

ENTRE VOS Y YO


Por: Marlene Nava Oquendo

Entonces, ella lanza la terrible frase:

—Yo no enterré a mi hijo. En aquella cuneta yo enterré mi alma.

Yureidis decidió regresar desde Medellín, ciudad colombiana que fue la meca de la esperanza. El año antepasado, cuando hizo maletas, tomó a su hijo Andrés, de dos años, y emprendió rumbo a una especie de meca para su vida. Allá tenía un trabajito asegurado. Y su prima Ida le ofreció un espacio en el apartamentico que ocupaba desde dos años atrás.

Durante meses, todo resultó bien. Pero llegó la pandemia. Cerraron las empresas y el pequeño negocio donde la habían empleado para labores de mantenimiento bajó la santamaría. A partir de entonces la vida volvió a pintarse de miseria. Y, siendo una carga para sus familiares, decidió el retorno.

—En verdad, quería pasar la Navidad en casa —dice algo llorosa.

Porque las fiestas navideñas que ella recordaba eran motivo de encuentros familiares, brindis, gaitas, luces. Y la preparación de elaborados manjares y bebidas. Todo empezaba el 16 de diciembre con las misas navideñas madrugadores, aguinaldos y villancicos. Y las puertas de las iglesias abiertas de par en par. Y los patinadores. Y la réplica del cuadro viviente de Francisco de Asís con pesebres de todo calibre y sentimiento.

Amaba de manera especial la Nochebuena, iluminada y promisoria con la expectativa del Niño Jesús y sus regalos, con los presentes bajo el árbol. Evocaba la reunión alrededor de la cena…, la hallaca y la macarronada. Y el dulce de lechosa con piña. Y el estreno de los chamos para Navidad.

Con un préstamo de la prima canceló los 60 dólares del viaje. Salieron de noche, húmeda y con mucha brisa. En el camino, el bebé presentó una alta y repentina fiebre, dificultad para respirar y vómito. Se quejaba constantemente y hacía un enorme esfuerzo para aspirar por la boquita abierta. Después  de varias horas de agonía, Andrés moría en sus brazos.

Una vez en la frontera, a Yureidis le impidieron continuar su viaje abrazada a un cadáver. Debía dejarlo en el camino. Y fue entonces cuando pidió ayuda para abrir una zanja y enterrarlo allí mismo, iluminada por la luna decembrina.

Así llegó al rancho de su madre, desnuda de palabras, después de transitar la ciudad a oscuras y percibir la ausencia de arbolitos, de luces callejeras, del silbido y el estruendo de cohetes y silbadores.

Para estas fechas —repasaba desde su inmensa tristeza— había aires de fiesta. Las calles, plazas, casas se iluminaban y el corre y corre plenaba centros comerciales y negocios. El bullicio era el signo de todo un mes de fiestas.

Hasta el año pasado, para esta fecha la familia se había reunido como todos los años a preparar las hallacas. Nelly compró el bijao; Néstor trajo la harina; Juan, los aliños; Martha y Julio se encargaron de las carnes, pollo, lomo y puerco; y Elisa consiguió los garbanzos.

Entre gaita y gaita, mientras bailaban y cantaban, preparaban los guisos y amasaban  con aceite achotado. El fogón ardía hasta en la madrugada. Y allá en la fresca Medellín, ella también había sabido de sus aromas. Eso la había traído de vuelta. Venía en busca de la querencia. Pero ahora, sentía desde las palabras de su madre, todo era imposible. Y la tristeza se le crecía.

Ya en octubre la familia había estado calculando un presupuesto solo para 50 hallacas. Y se necesitaban casi 18 millones de bolívares.


Con un préstamo de la prima canceló los 60 dólares del viaje. Salieron de noche, húmeda y con mucha brisa. En el camino, el bebé presentó una alta y repentina fiebre, dificultad para respirar y vómito. Se quejaba constantemente y hacía un enorme esfuerzo para aspirar por la boquita abierta. Después  de varias horas de agonía, Andrés moría en sus brazos

Marlene Nava

Además, al mismo tiempo se habían reducido los ingresos de la familia por causa de la pandemia. Ya nadie podía trabajar con los pequeños negocios de antes.

—Imaginate —decía su madre—, tenemos días comiendo yuca o arepa sola. ¿De dónde pa’ comprar hallacas? La pensión no llega a dos dólares. Y mientras tanto, el cambio ha llegado a pasar el millón de bolívares. Nos están matando de hambre. Y todavía tienen el descaro de anunciar una feliz Navidad. Por ahí han prendío luces y armado bochinches en algunas plazas. Y hasta en las escuelas mandan a los chamos a escribir sobre las felices fiestas navideñas.

Según cifras de Migración Colombia, 1.825.000 venezolanos se radicaron en el país durante los últimos 5 años, y en solo 20 días, más de 71.000 regresaron a su nación. Las condiciones del retorno son complicadas para los que quieren volver. Y hasta riesgosas si se toma en cuenta que Nicolás Maduro, en cadena nacional, ha llegado a calificarlos de armas biológicas, acusándolos de ser usados por Colombia para incrementar la presencia del COVID-19 en nuestro país.

El Gobierno colombiano llegó a instalar un campamento transitorio para recibir a 600 migrantes en retorno durante un lapso de 48 horas, antes de ser trasladados a Venezuela en grupos de 300 personas, los lunes, miércoles y viernes, como lo dispuso el Gobierno venezolano.

El camino es duro. Quizás peor que el del comienzo, cuando se estima que emigraron unos cinco millones de venezolanos en abultadas zafras y por diferentes caminos.

Revista Dinero reseñó: «La mayoría de personas que retornan al país nos cuentan que lo hacen a causa de una situación económica inestable», según explicación a Europa Press de Gabriele Ganci, coordinador general para los proyectos en Sucre, Delta Amacuro, Amazonas y Táchira de Médicos Sin Fronteras (MSF).

Pero algunos, como Yureidis, quizás se vean motivados por la época. Y viajen en busca de las fiestas navideñas que evocan. Pero solo llegan para descubrir que en Venezuela, la Navidad es otro sueño roto.


MARLENE NAVA OQUENDO | @marlenava

Individuo Número de la Academia de la Historia del Estado Zulia, fue directora de Cultura de la región, profesora de LUZ y ha realizado un denso trabajo en pro del rescate de la cultura e historia mínima de la ciudad.

Miles de venezolanos en las zonas más desconectadas del país visitan El Pitazo para conseguir información indispensable en su día a día. Para ellos somos la única fuente de noticias verificadas y sin parcialidades políticas.

Sostener la operación de este medio de comunicación independiente es cada vez más caro y difícil. Por eso te pedimos que nos envíes un aporte para financiar nuestra labor: no cobramos por informar, pero apostamos porque los lectores vean el valor de nuestro trabajo y hagan una contribución económica que es cada vez más necesaria.

HAZ TU APORTE

Es completamente seguro y solo toma 1 minuto.