Por Manuel de la Mancha
Es común que la gente sienta que un proceso ya consolidado está aún en tránsito. La gente suele descubrir los hechos históricos cuando ya han sucedido. No antes. Eso diferencia quienes logran atinar el “antes de que suceda”; quienes descubren con anterioridad la “tendencia” para incidir positivamente en ella, de quienes no. A los primeros se les llama “dirigentes”.
Hoy, la vertiginosidad de los acontecimientos hace que haya quienes “presienten” aún un “resquicio de salvación” de la democracia bajo el dominio hegemónico de los delincuentes. No logran ver lo que ya ha sucedido: la desaparición de la democracia, tal como hemos planteado en dos escritos anteriores. La democracia no está en “los estertores de la agonía”. Ha sido conculcada de forma total.
Todo momento histórico contiene las formas pasadas y futuras en las que se desarrolla la sociedad. Quizás por eso algunos ven “resquicios” de salvación de algo que ya no existe. Pero por el contrario, lo que existe es una situación de fuerza y no una maltrecha democracia. El despotismo es lo que prevalece, producto de la naturaleza delictiva -planteada en nuestro primer escrito- de quienes regentan la nación.
Pudiéramos decir que, en general, la democracia liberal ya no logra atemperar las contradicciones cada vez más agudas del régimen imperante a nivel planetario. Los ejemplos sobran. Pero es que en nuestro caso, la democracia ha sido maniatada, torturada y muerta definitivamente, aunque sea la aspiración generalizada de una sociedad momentáneamente derrotada. La democracia hoy solo es un sueño que debe ser alcanzado, pero que requiere una gran y desvelada batalla.
Y es que el carácter delictivo del grupo en el poder necesitaba erradicarla por “falta de utilidad” e insalvable contradicción con sus intereses. Su punto de inflexión fue el 28 de julio de 2024, fecha en la que contradictoriamente, la suprimieron. Pero dentro de su estrategia, este grupo hace lo necesario para que exista cierta percepción de “resquicios democráticos”, aunque solo como mascarada para incautos. También están los normalizadores, de los cuales no vale la pena hablar. Estos no padecen de ingenuidad.
Para alguien poco avisado, esos minúsculos espacios en los que se expresa la crítica o la diminuta “libertad” que se les permite a algunos, dan la apariencia de cierta “agonía democrática”. Alegría de tísico, diría el pueblo. No comprenden los ingenuos que el uso discriminado de esa “libertad” no supone un resquicio, sino un recurso de legitimación en dos direcciones. Primero, los hampones buscan abaratar los costos que genera la continua represión; y brindar precisamente esa “apariencia de resquicio democrático” como suculenta carnada para los poco avisados, sobre todo en el terreno internacional. Y segundo, los supuestos resquicios son un sainete para la precaria legitimación de su actuación criminal. Es la mascarada del delincuente con talento estratégico.
Esta especificidad dentro de la conducta delictiva que gobierna reviste una importancia principal en la caracterización general. Es aquí donde se generan las coincidencias entre ingenuos, los normalizadores y los alacranes, embarrando inoportunamente toda la acción sincera y humana que pueda haber en quienes ven resquicios de democracia donde no los hay.
Esta ha sido una de las principales herramientas de juego de los que regentan el poder, cuyo ejercicio -hemos dicho anteriormente- no es político sino marginado de toda ley. Hacen creer en una “salida negociada”, jugando con el anhelo sincero de la gente honesta; ablandan las fibras e instintos de defensa de sus víctimas y luego avanzan sobre la presa. Son formas más o menos conocidas que usa un secuestrador, un extorsionador o un pederasta cuando comete su delito. Es la naturaleza psicopática del comportamiento criminal, y no podemos desprendernos de esta comprensión a la hora de analizar la cosa.
¿Pasar la página?
Hoy pudiéramos decir que hay que pasar la página, pero no hacia el olvido sino para construir la conciencia y convicción de que hemos entrado en un periodo distinto en la lucha política por la salvación de Venezuela. Quizás, y rogamos sea así, en la última y vertiginosa etapa de la liberación.
El 28 de julio fue la última oportunidad democrática de conquistar un cambio político en paz. Fue aprovechada con habilidad por la oposición hegemónica, agrupada en torno de María Corina Machado. Pero algunos creen que las condiciones que permitieron la indiscutible derrota al gobierno en esa elección, aún se mantienen. Que aún hay espacios de actuación democrática o que la Constitución aún puede ser salvada. No se percatan que a la propia constitución la han vaciado de su contenido en derechos civiles, deberes del Estado y soberanía, tanto popular como territorial.
¿Represión por azar?
Por otro lado, es ingenuo pensar que exista azar o irracionalidad en la realización de 2.000 encarcelamientos postelectorales. Esas detenciones, muchas con torturas, son una actuación consciente y premeditada. Son el castigo a la irreverencia de las clases populares, acompañado de la búsqueda de quiebre en las estructuras orgánicas que vinculan a la oposición con la sociedad.
No fue una acción fortuita. Además, ha sido claramente dirigida a limitar al máximo las capacidades de una dirección política, e incluso a impedir el restablecimiento y capacidad de respuesta de esa dirección. No había azar, aunque a muchas víctimas se les haya capturado “por azar”. Son cosas distintas, la definición de una política que su concreción material.
Pero esta actuación forma parte del terror que busca causar un delincuente a su víctima. Es la naturaleza de la actuación criminal, de la hegemónica “ideología del delito”, tal como explicamos en la segunda entrega de esta serie, sobre todo cuando las condiciones del delincuente están totalmente limitadas al uso de su fuerza y capacidad de sometimiento, y nada más.
Tienen el control casi total de las fuerzas policiales y el dominio hegemónico gansteril de las FA, lo que supone el monopolio pleno de la violencia. Del lado de la sociedad y de la oposición no existe capacidad de reacción en ese terreno. Eso constituye la principal limitación opositora y al mismo tiempo, su inmensa y poderosa ventaja. El poder telúrico de las mayorías nacionales no se ha hecho sentir, luego de una derrota circunstancial y 2.000 detenidos. Pero contra esa fuerza no valen ejércitos. En el grado de conciencia y claridad de una dirección política y en el que se desarrolla en el pueblo, está sin duda la llave que abre la compuerta hacia la liberación, pero la forma de ejecutarlo merece una nueva entrega.