La familia como fuente de salud

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Por: Karina Monsalve

Existen varias versiones que dan cuenta del origen etimológico de la palabra familia, sin que haya verdadera unidad de criterios frente a este aspecto, algunos científicos consideran que la palabra Familia proviene del latín familiae, que significa “grupo de siervos y esclavos patrimonio del jefe de la gens”. En concepto de otros, la palabra se derivada del término famŭlus, que significa “siervo, esclavo”, o incluso del latín fames (hambre): “Conjunto de personas que se alimentan juntas en la misma casa y a los que un pater familias tiene la obligación de alimentar”.

La familia ha tenido connotaciones más restringidas, a las que se ha llegado después de una larga evolución y que comprende fundamentalmente a los cónyuges y a los hijos de éstos, que viven en un mismo lugar. Tiene la característica de que nunca permanece estacionada, va cambiando a medida que la sociedad evoluciona. De allí que no pueda estudiarse como una institución inmutable y tradicional. 

Hoy en día requerimos que se reconsidere su forma y su definición bajo las nuevas dinámicas que le confieren los nuevos tiempos y contornos. A pesar de todas las transformaciones que ha sufrido la sociedad, la familia, como “fenómeno culturalmente elaborado” continúa siendo el instrumento de unión entre el individuo, la naturaleza y la cultura. Como sistema de relaciones que se inserta y articula en diversos contextos, la familia agrega un sistema de valores, acontecimientos y prácticas, en un espacio relevante de socialización y humanización subyacente a una dinámica contextual y de interacción.

En este último año, la familia ha cobrado un valor histórico, es la protagonista de las historias de la pandemia, en algunos casos, ha sido el piso sólido donde muchos se refugian y paradójicamente ha sido la cárcel para muchos otros, que no tienen a dónde recurrir. 

Generalmente, ha sido considerado el espacio que permite en forma integral, a cada individuo convivir, crecer y compartir con otras personas, los valores, normas, creencias, tradiciones, comportamientos, conocimientos, experiencias y afectos que resultan indispensables para su pleno desarrollo en la sociedad. Pero desafortunadamente no siempre es así, y nos encontramos en un espacio de tensión, descalificación y vulnerabilidad. 


A pesar de todas las transformaciones que ha sufrido la sociedad, la familia, como “fenómeno culturalmente elaborado” continúa siendo el instrumento de unión entre el individuo, la naturaleza y la cultura

Karina Monsalve

En un abordaje de la familia como ecosistema esta perspectiva se entiende como un sistema de interrelaciones que tiende al equilibrio entre la cohesión familiar y la individualización de sus miembros. La familia, como grupo, evoluciona de acuerdo con sus finalidades, y ejecuta determinadas funciones que se transforman a lo largo del ciclo vital. Así pues, hay una dualidad funcional en el sentido de que la familia deberá tanto proteger psicológica y socialmente a sus miembros, como promover la adaptación de los mismos a los factores estresantes inherentes a sus procesos de vida. Este es el deber ser. 

Consecuentemente, la familia tiene una doble responsabilidad: dar respuesta a las necesidades de sus miembros y a la sociedad, incorporando un esquema de relaciones integrado en el tiempo, caracterizado por la co-evolución de los miembros y de sus relaciones.

Para la comprensión de la familia como unidad transformadora, debemos conocer que ésta se constituye como una unidad de cuidados, considerando un sistema coevolutivo y coherente con los cambios necesarios para mantener un funcionamiento ajustado de su estructura biopsicosocial y espiritual. Siento el soporte afectivo y emocional principalmente. 

La intervención familiar basada en un abordaje colaborativo debe enfatizar en las capacidades de las familias en la resolución de sus problemas, interpretando las respuestas afectivas y cognitivas que se dan en el contexto de la interacción entre los profesionales de la salud y la familia. Se caracteriza por la creación de un contexto coevolutivo que facilite el cambio de prácticas basadas en sus recursos, ya que “las familias tienen las competencias necesarias para efectuar las transformaciones que se requieren, con la condición de que las dejemos experimentar sus auto-soluciones y que activemos ese proceso. Centrándose en la capacidad de la familia para sus constantes procesos de cambio, las prácticas centradas en la familia deben basarse en un entendimiento amplio y tener en cuenta sus motivaciones y potencialidades». 

En la evaluación e intervención familiares emergen paradigmas que impulsan a los profesionales de la salud a mejorar rápidamente la eficacia de los procesos de estructuración de la resiliencia familiar en reciprocidad con la promoción de la esperanza.

Como conclusión de esta reflexión, solo cabe recordar que cada familia tiene su propia composición, dinámica y reglas, así como cultura y economía, por tanto su concepción debe ser tan flexible como la institución misma, contemplando en ella elementos o integrantes tan diversos como sus integrantes lo deseen. Se deja entonces abierto el debate social que permita despejar el horizonte teórico, al concebir familias disímiles con integrantes de iguales o diferentes sexos, de iguales o diferentes orígenes territoriales, así como de la misma proveniencia biológica o no, unidos formal o informalmente, incluyéndose en el núcleo social elementos familiares mixtos como los que se integran en las llamadas familias amalgamadas. Lo importante al final de estos tiempos difíciles, es cultivar los vínculos que tejemos con cada miembro que la conforma, para que realmente pueda convertirse en una fuente de salud.


KARINA MONSALVE | TW @karinakarinammq IG @psic.ka.monsalve

Psicóloga clínica del Centro Médico Docente La Trinidad.

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