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sábado, 12 octubre, 2024

La estafa en Venezuela, un país enmascarado

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Ser auténtico no es fácil en una sociedad en la que la uniformidad se impone. Esta sociedad nos invita y seduce a ser iguales. Nos queremos parecer a la publicidad, sin saber si eso que muestran es real o es ficción. La sociedad nos obliga a competir y a ser siempre los mejores “cueste lo que cueste”, luchar por reconocimientos y ser reconocidos para sentir el éxito. El resultado de esa sociedad es la mentira y la maldad. Mucho más en un país desestructurado como Venezuela.

Esta reflexión surge de las noticias sobre médicos falsos que recientemente fueron detenidos y que al leer sus historias, la piel se eriza como cuando se ve una película de terror. Pero luego, nos damos cuenta que es tan normal el engaño y la estafa en el país, que la misma noticia terminó pasando a segundo plano, a pesar de lo delicado y dañino que resulta para la sociedad, y en particular para las víctimas, la existencia de médicos falsos.

De MacGregor a médicos falsos

Venezuela cuenta con una historia marcada por la estafa y el engaño. Desde las gestas libertadoras hasta la historia contemporánea de personajes que llegaron al poder con su carisma y engañaron a un pueblo entero e incluso a una región. Solo si asumimos una postura crítica y científica y bajando del pedestal a los principales íconos de nuestra historia, es que podremos conocer en realidad y con detalle nuestro devenir.

Preparando este escrito, me encontré con la historia de Gregor Macgregor (eleconomista.es) un escocés que luchó en la guerra de independencia de Venezuela. Llegó al país haciéndose pasar por Sir., presumiendo de logros en Portugal y así, sin más, le dieron el cargo de coronel. Sumó triunfos y duró cuatro años enfrentando a los españoles en el país. Recibió reconocimientos e incluso una carta de agradecimiento del propio Simón Bolívar.

Aunque obtuvo logros en sus actividades militares en Venezuela, el mundo lo conoce como “el Rey de los Estafadores”, ya que en 1821 inventó un país y se autonombró Cacique de Poyais, ubicando aquella ficción en las costas de Honduras. Viajó a Londres y negoció 1,3 millones de Libras Esterlinas en bonos, convenciendo a inversores de enviar colonos a ese país, trasladando así varias embarcaciones con alrededor de 250 personas para colonizar Poyais, un país que no existía. Ofreció riquezas, tierras fértiles e inclusive prometió una comunidad indígena que amaba a los británicos y que no se opondrían a la colonización. Promesas parecidas a unas más recientes, como «bañarse en las aguas del Guaire» o «erradicar la niñez en situación de calle».

Lo cierto, es que la estafa y el engaño nos persiguen. En todos los niveles y ámbitos. Desde las operaciones al detal de María o Gaby en whatsapp vendiendo dólares, pasando por el salario mínimo que no alcanza ni para comer, hasta el funcionario de SAIME que plantean un caso como el más complicado de resolver para pedir que pagues más de lo que vale el trámite, que ya es bastante y en un día resuelven aquel problema irresoluble.

La noticia de los médicos falsos supera los niveles de engaño, porque no es solo sacar un título o un carnet falso o usurpar un número de colegiatura de un médico real. Se trata de atender personas enfermas que requieren un diagnóstico y un tratamiento correspondiente, cuestión que no se aprende con videos de youtube y que pone en riesgo la vida de las personas.

En uno de los casos denunciados públicamente, las víctimas aseguraron que el falso médico fue tan osado que recomendó cambiar tratamientos recetados por médicos reales. Nivel máximo de maldad.

Aunque la primera historia sorprendió, luego fueron apareciendo otros falsos médicos. No fue un hecho aislado de una persona afectada mentalmente, sino que se convirtió en una forma de alcanzar status, empleo e ingresos para varios venezolanos. Sin muros de contención para frenar la estafa y la mentira, ellas avanzan libres y legitimadas por el propio Poder.

Por un buen tiempo nadie puso freno, nadie corroboró, nadie se dio cuenta del engaño. ¿La familia de los falsos médicos o sus amigos más cercanos no sabían que no estudiaron medicina? ¿Las clínicas y centros de salud no verifican la información de las personas que contratan? La mentira cala, se fortalece y se disfraza de verdad, porque el Estado permite que así sea.

En el país es posible estafar y engañar, resulta fácil. La corrupción y la desinstitucionalización son caldo de cultivo para estas farsas. El Estado no da garantía, ni siquiera de que el médico que te atiende, sea un médico de verdad. Es una responsabilidad de la institucionalidad del Estado. Esto debe cambiar.

De Influencer a investigador penal

Algo que sorprende es que quien investiga en profundidad y denuncia públicamente a los médicos falsos, sea Irrael Goméz, un influencer y experto en marketing digital. Vaya contradicción. Irrael ha ido publicando varios “expedientes”, como él los llama y, en consecuencia, el Ministerio Público, órgano que debe investigar, dicta órdenes de detención.

De esta manera, el empresario, que tiene por lema “Lo que no emociona, no vende”, se ha encargado de denunciar situaciones de violencia contra la mujer, mostrando evidencias que suelen ser atendidas por la justicia de manera expedita. Ahora investiga el ejercicio ilegal de la medicina y la usurpación de identidad, también atendidas con prontitud.

La duda que genera esta ruta de denuncia y de acceso a la justicia es que parece ser más rápida la atención de la denuncia si pasa por el Instagram de Irrael, que las directamente presentadas en la instancia correspondiente. Aunque se valora positivamente el trabajo de investigación que realiza el influencer, corresponde exigir a las autoridades que asuman su rol de receptores de denuncia, investigadores científicos y administradores de la justicia.

Como sociedad debemos ser contundentes en repudiar estas prácticas de estafa y engaño. Debemos apostar por un país serio, sincero, en el que la verdad sea un valor fundamental. Que supone condiciones de vida y de reproducción, de crecimiento y avance social sin que pensemos como opción ―para absolutamente nada— en el soborno, el pago bajo cuerda, los gestores, la falsedad, el engaño o la trampa.

Para ello, requerimos un Gobierno y un Estado que se enfrente a la corrupción y que no le dé cabida. Debemos apostar por una sociedad que no estandarice y que no busque la uniformidad, que promueva más bien la libertad y el desarrollo de personas reales y verdaderas. Un país democrático como el que soñó Fabricio Ojeda y la Junta Patriótica en 1957 y que dio como resultado el 23 de enero de 1958, sería un buen inicio para un país sin máscaras.


ANGEYEIMAR GIL | @angeyeimar_gil

Docente de la Escuela de Trabajo Social de la UCV. Trabaja como investigadora en la Red por los Derechos Humanos de los Niños, Niñas y Adolescentes (Redhnna)

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