En esta pandemia creo que no sólo se ha revalorizado la educación, sino también la escuela como institución, que es a la que me voy a referir en estas líneas.
La escuela, esa institución que tiene una rutina, unos ritos, unas reglas, que modela, que alberga a niños, niñas, adolescentes y jóvenes para que se eduquen, aun con sus necesidades de adecuación a nuevas realidades, es importante, muy importante para cualquier sociedad. Recuerdo que en el año 98, cuando Fe y Alegría me pidió que me fuera al estado Bolívar, a la dirección regional, había una comunidad indígena en medio de la selva, cerca de la Sierra de Maigualida, al sur del estado. Existía allí una pequeña escuela indígena que atendía hermanos hotis y eñepas, la llevaba unas misioneras Lauritas desde hacía tiempo. Conservaban todas sus costumbres ancestrales, hablaban su lengua y también aprendían español los más grandes. Los maestros eran de las etnias mencionadas, pero no estaba inscrita en el Ministerio y los caciques de ambos pueblos querían ese reconocimiento de parte de las autoridades educativas. Se lo pidieron a Fe y Alegría. La escuela era importante aunque no tuvieran casi contacto con la sociedad criolla. Era su escuela.
La escuela, con clases presenciales, tiene una función socializadora que no se puede delegar en una tablet, o en teléfonos inteligentes, y es que la función socializadora es necesaria para la formación de NNA. Sea una escuela con pocos niños – como las rurales, por ejemplo– hasta las escuelas grandes con más de mil alumnos. Se aprende a convivir conviviendo. En la escuela interactúan los maestros con los estudiantes, esos dos actores ayudan a la permanencia del alumno en la misma. Francesco Tonucci, el educador italiano, autor de muchos libros, entre ellos “Con ojos de niño” (1981), en entrevista reciente, dice que los niños y niñas están echando de menos la escuela –con sus clases presenciales– porque les hace falta sus compañeritos. Se aprende a convivir en la escuela.
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La escuela protege. Un niño, una niña, un adolescente que vaya a diario a su escuela encontrará un lugar seguro –en términos generales, por supuesto, siempre habrá riesgos en el camino y el del acoso escolar– . Un NNA que esté en la escuela tiene menos peligro de terminar en una banda criminal, por ejemplo. Que no es poca cosa en un país en donde el crimen organizado avanza a “paso de vencedores”. Una vez le escuché decir al padre Alejandro Moreno, ese salesiano que dedicó muchos años a la investigación de la violencia en entornos populares, que en vacaciones aumentaba el peligro de reclutamientos de niños y adolescentes para las bandas delictivas porque los muchachos no estaban ni estudiando ni trabajando. La escuela protege. Es más, un alumno con su uniforme tiene cierta protección en entornos inseguros –casi todos en Venezuela– porque al verle se sabe que pertenece a “algo”, que tiene dolientes.
La escuela reduce desigualdades. Aquí me quiero detener porque de esto se habla poco. Y sé que no todos están de acuerdo con esta afirmación. Esta pandemia ha puesto en evidencia grandes desigualdades que supone la educación a distancia. Los más pobres, los más vulnerables, están en peor situación, en muchos casos, se les hace imposible acceder a educarse aunque lo quieran.
No hablo sólo de la brecha tecnológica, tener o no tener computadora en casa, o el acceso a internet, o teléfonos inteligentes. Hablo de elementos mínimos como tener en casa un espacio, una mesa y una silla para poder hacer las tareas… Recuerdo cuando visitaba hogares en comunidades donde Fe y Alegría iba a crear centros nuevos. No me olvido de un hogar a las afueras de San Félix, hablo de los años 2000 y algo, la casa tenía un solo espacio. Ahí estaba una nevera, una cocina, una cama y arriba se entrecruzaban varios chinchorros donde dormían los niños, también había un tubo en un ángulo en donde colgaban la ropa. Ahí vivían varios alumnos de la escuela recién creada por Fe y Alegría en esa comunidad. Muy pobre, pero cuando ellos iban al plantel, ahí tenían su pupitre, su cancha, el jardín, la biblioteca… igual que el resto. Por eso podemos encontrar casos de niños con orígenes muy pobres, pero con educación en buenas escuelas, construyen su presente y su futuro, y pueden salir de la pobreza, ser independientes. La escuela –la institución– les reduce la desigualdad de su hogar pobre. Una buena escuela nivela por arriba. La no-escuela, nivela por debajo y profundiza desigualdades.
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Por todo lo anterior, a la escuela como institución hay que protegerla, hay que invertirle. No es por casualidad que nuestra Constitución –que sigue vigente aunque se le viole a cada rato– en su Artículo 103 dice que “El Estado creará y sostendrá instituciones y servicios suficientemente dotados para asegurar el acceso, permanencia y culminación en el sistema educativo”
Entendemos que por la pandemia, la emergencia sanitaria ha obligado a cerca de 190 países en el mundo a suspender las clases presenciales por educación a distancia. Sin embargo dado a que las medidas de emergencia se prolongan, muchos países están planteando la posibilidad de educación mezclando estrategias presenciales –cuidando todos los protocolos de prevención y seguridad– con estrategias a distancia. Un híbrido. Hay que estudiarlo.
A lo anterior hay que añadir que con la prolongación del aislamiento físico, dicen especialistas que ha aumentado la ansiedad y la angustia de niños, adolescentes y de sus padres también.
Las decisiones en educación, hablamos sobre todo de los niveles de inicial, primaria y bachillerato, no se pueden tomar a la ligera por todas las implicaciones que tienen en unas edades que requieren de la escuela como institución. Como decíamos en artículo pasado, no se trata de salvar el año, sino de salvar a los chicos y chicas. Y subrayo, las brechas hay que reducirlas no agrandarlas. La escuela es mucho más que pizarra y tareas.
LUISA PERNALETE / @luisaconpaz
Educadora en zonas populares por más de 40 años. Utiliza el sentido del humor como herramienta pedagógica.
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