Por: Carlos Hermoso
La crisis del campo venezolano es el resultado de una política de muy larga data. La orientación liberal es su principal determinación. Se inicia en 1989 y encuentra como temprana respuesta la rebelión que tuvo a Caracas de epicentro, el 27 de febrero de ese año. El chavismo profundiza esa política. El corolario es la tragedia alimentaria que lleva al hambre a millones de venezolanos.
Las contradictorias orientaciones políticas específicas para el campo, en el último lustro, apuntalan ese proceso. Contienen desde las ideas románticas acerca de la producción en pequeña escala —en el conuco o en terrazas de las casas, que así lo puedan, el gallinero vertical o los jardines escolares— hasta el sectarismo y la segregación, que merman aún más la capacidad productiva del país.
El origen de la crisis
Durante más de tres décadas, sobre todo en el período 2003 al 2011, la estrategia que se sigue en el sector es la sustitución del producto nacional por el importado. Dentro de una orientación claramente liberal y en el lapso indicado antes, en el marco de Mercosur, se otorgan miles de millones de dólares preferenciales sobrevaluados para la importación. Los productores de sorgo, maíz, soya, arroz, entre otros, ven entrar productos más competitivos en precio y calidad, con la compra en el exterior con este dólar. Lo que interesa es importar.
La política hacia el campo va a conducir al afianzamiento del sector importador. La alianza de factores de la oligarquía con el chavismo, para destruir la agricultura y la ganadería, da sus frutos de manera clara. Es más, algunos chavistas llegan a adquirir la membresía como oligarcas, precisamente mediante los negociados y corruptelas en esta materia.
Durante más de tres décadas, sobre todo en el período 2003 al 2011, la estrategia que se sigue en el sector es la sustitución del producto nacional por el importado. Dentro de una orientación claramente liberal y en el lapso indicado antes, en el marco de Mercosur, se otorgan miles de millones de dólares preferenciales sobrevaluados para la importación
Carlos Hermoso
Para garantizar las importaciones de manera más competitiva, el gobierno en tiempos de Chávez, cuando se produjo la mayor elevación de los precios del crudo, produce una revaluación del tipo de cambio real, que se traduce en un subsidio. Esto abarata el producto importado, mientras crea un arancel para las exportaciones que encarece el producto destinado a esos efectos. Con esa sencilla política garantizan que se realicen los productos importados, mientras restan competitividad al producto nacional.
Más antinacional no puede ser una política. En vez de aprovechar el incremento de precios del crudo para elevar la capacidad productiva en el campo, lo llevan a la ruina con la importación.
Así: “… Aquiles Hopkins, presidente de Fedeagro, consideran que …2020 será el año número 12 de caída sostenida en la producción y el más catastrófico de los últimos 50 años …afirmó que la superficie sembrada este año en maíz blanco y amarillo es de 150.000 hectáreas, apenas un 20% de la producción ordinaria. En arroz, sumado el ciclo invierno–verano, es de 59.000 hectáreas al año y, para autoabastecerse, el país debe cosechar unas 220.000 hectáreas… el déficit en producción nacional de maíz llegará a casi 90% y en arroz en un 80% lo que se traducirá en más hambre y desnutrición”.
Luego de muchos años de sustitución de la producción nacional de alimentos por los importados, ahora el gobierno busca incrementar la producción mediante la elevación hasta en 20% de los aranceles de importación. Sin que ello suponga una política crediticia que permita la recuperación del sector. Esto conduce a una profundización de la crisis agrícola y alimentaria.
La ganadería y la producción cárnica
Hasta mediados de la década de los 50 del pasado siglo, el consumo per cápita anual era superior a los 14 kilos de carne bovina y la demanda era satisfecha con producción nacional. Luego de ese tiempo, no se pudo satisfacer 100% la demanda de carnes con el producto interno. Sin embargo, alcanzó elevados porcentajes.
La producción per cápita anual alcanzó en 1990 cerca de 20 kilos. Dos décadas después cayó a 9 kilos. Entre 1998 y 2008 —“casualmente” la primera década del nuevo régimen— la producción nacional sufre una caída estrepitosa. Más de 50% del producto nacional se ve afectado por la importación con dólares preferenciales. Mientras, se encarece el producto interno por razones diversas.
La importación se incrementa de manera correspondiente con el alza de los precios del crudo. Así, en la década que va de 2000 a 2010, sobre todo entre 2004 y 2008, la importación va a cubrir más de 50 % de la demanda interna. Brasil, Argentina, Nicaragua, Colombia y Uruguay serían los más beneficiados, al provenir de allí la principal importación cárnica. Animales vivos, carne de canal y deshuesada, mucho más competitiva, va a desplazar fácilmente el producto nacional.
Luego de muchos años de sustitución de la producción nacional de alimentos por los importados, ahora el gobierno busca incrementar la producción mediante la elevación hasta en 20 % de los aranceles de importación
Carlos Hermoso
La producción de carne para 2020, de unos 90 millones de kilos, para a alrededor de 28,4 millones de habitantes que hay en Venezuela, significa que alcanza a un poco más de tres kilos por persona anualmente, o sea, 250 gramos mensuales por persona: el consumo más bajo de América Latina. Menos de la mitad del que tienen algunos países africanos. En Etiopía, Ruanda y Nigeria, se consumen siete, ocho y nueve kilos, respectivamente, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
La doble cara del sainete
Luego de creada la crisis, la política gubernamental atiende el grave problema con políticas que no guardan relación con su magnitud. Tampoco sirven para paliar el problema alimentario. Son muy grandes los intereses que debe satisfacer el régimen. Comenzando por los propios. A los chinos no les conviene que este asunto se atienda con un sentido nacional.
Los programas de televisión del ministro Castro Soteldo desnudan no solamente el enredo al que deben hacerse para justificar o darle algo de piso político y filosófico a la farsa, sino también el propio en la materia agropecuaria. Hay que reconocer el esfuerzo que hace ese ministro para darle un tantico de majestad al burlesco sainete. Eso lo lleva a exponer sus simpatías por Nietszche y por Marx. Vaya cosa, ¡qué incoherencia!: confundir nada más y nada menos que la base filosófica del fascismo con la propia del comunismo científico. También afirma Castro Soteldo que entre comunismo y turbocapitalismo no hay contradicción, refiriéndose con esta palabreja al capitalismo chino. Ello refleja el cinismo del gobierno para presentarse como algo que se parezca al socialismo y medio ocultar la indigna genuflexión frente a los asiáticos.
Igualmente cínica resulta la tonta idea de los chavistas acerca de los alimentos transgénicos, mientras a la par importaban durante años alimentos modificados genéticamente de Brasil, Argentina, entre otros, que hicieron menguar la producción nacional. Lo siguen haciendo, para rellenar algunas bolsas clap.
Por otra parte, el chavismo aprueba una Ley de Semillas, en Gaceta Oficial Extraordinaria número 6.207 del 28 de diciembre de 2015. Llena de su consabida y estafadora jerga, este instrumento jurídico merma aún más la capacidad para el desarrollo agrícola.
En la práctica, mediante esta ley, se pone por encima de todo la producción de semillas ancestrales. Reza el artículo 1: “… haciendo especial énfasis en la valoración de la semilla indígena, afrodescendiente, campesina y local, contraria a las patentes y derecho de obtentor sobre la semilla, prohibiendo la liberación, el uso, la multiplicación, la entrada al país y la producción nacional de semillas transgénicas con el fin de alcanzar y garantizar la seguridad y soberanía agroalimentaria, el derecho a una alimentación sana y nutritiva, la conservación y protección de la diversidad biológica, así como la preservación de la vida en el planeta”.
La producción de carne para 2020, de unos 90 millones de kilos, para a alrededor de 28,4 millones de habitantes que hay en Venezuela, significa que alcanza a un poco más de tres kilos por persona anualmente, o sea, 250 gramos mensuales por persona: el consumo más bajo de América Latina
Carlos Hermoso
De esta ley se desprende que las culturas mesoamericanas, maya e inca, entre otras, en vez de usar las semillas que se fueron desarrollando a lo largo de miles de años para los distintos tipos de maíz, debieron haber usado las ancestrales. Pero no, dada la modificación genética que fue el resultado de la selección y los cruces que hicieron los aborígenes de esa región, principalmente, fueron aprovechando su desarrollo para incrementar la producción y calidad de la planta y del grano. Comparando el teocinte, la planta originaria del maíz, con el maíz que hoy conocemos, podemos apreciar ese desarrollo. O la gran variedad de papas en la región andina, en las que derivaron las originarias.
La alternativa chavista, entonces, es la “semilla ancestral”. Esto es, semillas orgánicas que tienen valor cultural. Son menos competitivas, pero tienen valor cultural, según la ley. Son muchas las cosas que el desarrollo humano y de la naturaleza deja atrás. Muchas de ellas con valor cultural, pero con poco o nulo valor económico. En Venezuela, con el hambre que padecen muchos venezolanos, más peso tiene dar cuenta a la vida humana en peligro.
Esta ley veta la importación, comercialización, distribución y uso de productos vinculados a organismos genéticamente modificados. También prohíbe la investigación vinculada a los transgénicos, que requerirá de una autorización expresa de una tal Comisión Nacional de Semillas.
De allí la hipocresía chavista acerca de los alimentos transgénicos. Mientras importaban alimentos modificados genéticamente, que les permitía derruir el producto nacional, condenan la posibilidad siquiera de la investigación científica al respecto. Lo que redunda en la pérdida de perspectiva de la producción nacional.
Sin embargo, son muchas las determinaciones que condujeron a la crisis del campo, a su ruina. No podemos dejar de lado el problema petrolero. No solamente la escasez de la gasolina incidió en la caída de la producción de 2013 a 2020. También la crisis petrolera lleva a la caída de la producción de fertilizantes nitrogenados y urea. Además, el incremento de precios de estos insumos fundamentales para la producción agrícola aumenta el propio en la realización final, lo que incide en la caída del consumo y la demanda.
El corolario de esta circunstancia es que la pobreza abarca a cada vez más venezolanos. Según el Observatorio de Derecho a la Alimentación, “tan solo un tercio de la población venezolana posee acceso a 60% de los alimentos”. La canasta de alimentos para enero de 2021 alcanza los 300 dólares. La caída en el consumo de carnes y en general la drástica reducción de la ingesta proteica garantizan la terrible tendencia a que millones de niños sufran del síndrome pluricarencial, conocido también como la “enfermedad de kwashiorkor”. Esto se asienta en el hecho de que 63% de la dieta del venezolano actual se concentra en cereales. Empleados públicos sin salario y trabajadores en la empresa en condiciones de sobreexplotación no crean demanda. No tienen para comprar alimentos.
De allí la hipocresía chavista acerca de los alimentos transgénicos. Mientras importaban alimentos modificados genéticamente, que les permitía derruir el producto nacional, condenan la posibilidad siquiera de la investigación científica al respecto
Carlos Hermoso
El chavismo, en este ya largo y nefasto lapso, lleva a la ruina y adelanta una política que hace el proceso agrario cada vez menos productivo. Ubiquemos que el producto agrícola, como cualquier mercancía, debe inscribirse en la elevación de la producción y la productividad, con base en la reducción incesante del costo de producción. De allí que las políticas deban tener como fin el logro de la eficacia, a la vez que se incrementa el volumen. Siempre lo artesanal es más costoso porque se debe hacer gala de mayor uso de fuerza de trabajo. Lo industrial tiende a reducir el valor de los bienes porque desarrolla procesos cada vez más productivos con la incorporación de innovaciones científico-tecnológicas que permiten un menor uso de fuerza de trabajo.
La superación de la crisis agrícola debe descansar en un proceso de concentración de capitales mediante la canalización de buena parte del ahorro social, hoy desaparecido, hacia la producción en el campo, capaz de permitir el desarrollo acelerado del sector. La actual administración viene destinando recursos insuficientes para el desarrollo de la producción, que demanda un uso intensivo de maquinaria y medios nutritivos industriales.
La emergencia demanda medidas urgentes para atender la cuestión agrícola. Hay que destinar ingentes recursos hacia el sector. Para eso, la deuda pública, principalmente la externa, no debe ser honrada. A contravía de lo que dice Maduro, que sigue el legado de Chávez, en vez de honrar el pago de la deuda Venezuela debe pugnar frente a los acreedores por la condonación, la moratoria y la renegociación. Se deben honrar los compromisos con el pueblo venezolano y destinar los recursos necesarios para la producción de alimentos.
La oposición, entretanto, no atiende correctamente lo principal: salir del régimen. Esa ruptura es lo que posibilitará adelantar una política que permita dar cuenta de la grave crisis vital alimentaria que sufre la mayoría de los venezolanos.
CARLOS HERMOSO CONDE | @HermosoCarlosD
Economista y Doctor en ciencias sociales. Profesor de la Universidad Central de Venezuela. Dirigente político.