Por: Hugo Delgado A.
En 1990, Michael Novak (*) advertía: “El comunismo parece haber muerto, incluso en la mente de las élites del partido. Deseo recalcar esto: ha muerto como idea; es decir, no ha muerto forzosamente como una sociedad residual… una realidad militarmente peligrosa, por añadidura”. Al destacar el carácter castrense enfatiza en la obediencia irrestricta, en la orden unidireccional y en la solución por la fuerza: y esa ha sido la demostración histórica que ha caracterizado a la propuesta de Carlos Marx, aplicadas en la Unión Soviética, el este europeo hasta 1989, China, Corea del Norte y Cuba.
Su tesis central de la «lucha de clases” hace que su praxis se ate a la violencia, la coerción y la masa. El hombre desaparece como ente individual, imponiéndose un colectivo que lo aliena totalmente: el partido o la comuna. Esa concepción de la confrontación ante lo existente le impide evolucionar en su teoría y praxis, limita la innovación en estos momentos de vertiginosos cambios en la comunicación, lo social, lo científico y lo tecnológicos.
Esa forma de pensar y actuar del liderazgo mal llamado progresista, de izquierda o comunista, se mantiene en el tiempo y aún hoy se abre paso en Colombia, Ecuador, Perú, Ecuador, Chile, Argentina, Brasil, Nicaragua, etc, países que gracias a la evolución de la democracia y el capitalismo, han permitido que estos dinosaurios de la política y la sociedad mantengan vigente esa desfasada y anacrónica ideología.
Sus mecanismos de sobrevivencia enfatizan en el resentimiento y la desigualdad histórica que la democracia y el capitalismo no han superado en muchos aspectos, y que hábilmente fungen como falsas banderas de infiltradas organizaciones sindicales, sociales, femeninas, campesinas, culturales o estudiantiles. A esto se une que al tener la oportunidad de llegar a algunas instancias de poder generan relaciones de dependencia que no solucionan sus asuntos estructurales, por ejemplo de pobreza, vivienda o educación, sino que por la vía de la dádiva crean una enfermiza dependencia con fines estrictamente político-electorales.
Al buscar la liquidación de la democracia y el capitalismo, es lógico que sus valores y virtudes sean las primeras víctimas de sus ataques. Eso se observa en Estados Unidos, Colombia, Chile y España, que en medio de la peor crisis endémica –por ejemplo- generaron protestas violentas, fundamentadas en los mismos factores: Desigualdad, resentimiento y poder. La sociedad occidental ha demostrado con hechos su capacidad para humanizarse progresivamente, mejorando su calidad de vida y bienestar. Es lógico, muchos de sus asuntos estructurales no son solucionados mágicamente porque son secuelas históricas que demandan tiempo y madurez individual y colectiva para superarlos, por ejemplo la protección intelectual de la inventiva y creatividad del hombre, el voto de las mujeres o la eliminación de la esclavitud.
Al ser sistemas inconclusos, la democracia y el capitalismo se basan en sus instituciones, la defensa del individualismo y su responsabilidad cívica, la innovación constante, la creatividad y la protección intelectual de su inventiva. También ha desarrollado un complejo sistema institucional y jurídico de relación y cooperación, para solucionar los problemas locales y mundiales, dejando como última opción el uso de la fuerza, respuesta que en el caso de los regímenes autoritarios y comunistas son irrespetados o utilizados como alternativa si la situación lo amerita.
Lo advertía Francis Fukuyama en su “Fin de la historia”, desde la óptica hegeliana, como lo calificaba Novak, en la cual planteaba que el capitalismo democrático y su búsqueda de la felicidad habían triunfado sobre el comunismo y el fascismo. En un esfuerzo humano por superar “las ideas erradas acerca de la forma venidera de la vida humana” y demostrar, hasta el momento, la vigencia de la política democráticas y la economía capitalista.
Sin embargo, Novak destaca la advertencia que Fukuyama hizo para la humanidad, luego del fracaso fascista y comunista: “El fin de la historia será una época muy triste. La lucha por el reconocimiento, la disposición a arriesgar la propia vida por una meta puramente abstracta, la lucha ideológica de alcance mundial que exigía osadía, valor, imaginación e idealismo serán remplazadas por el cálculo económico, la resolución interminable de problemas técnicos, las cuestiones ambientales y la satisfacción de exigentes demandas de los consumidores”.
Esa advertencia explica el vacío de liderazgo existente en Latinoamérica y el mundo, cuando se experimenta el ataque despiadado del eje La Habana, Moscú, Pekín y los países iberoamericanos aglutinados en el Foro de Sao Pablo, contra su institucionalidad democrática, utilizando los artilugios legales y sus bondades, para imponer “por las buenas o por las malas –vía violenta-”, su comunismo y su “lucha de clases”.
La osadía, el valor, la imaginación y el idealismo, que según Fukuyama ayudaron a afianzar el capitalismo democrático, están ahora ausentes en la misma Estados Unidos azotada por sus “luchas raciales” reivindicativas y pugnas de poderes, o en el caso de Latinoamérica los paros violentos que permitieron la llegada del comunismo a Chile y Colombia utilizando la impunidad jurídica interna, el apoyo de organismos internacionales de derechos humanos y el Foro de Sao Pablo.
Los temores se ciernen sobre el continente porque el vacío de liderazgo y de ideales renovadores del capitalismo democrático “son evidentes”, desde Estados Unidos hasta la Patagonia y Europa; en donde se refleja un modo de vida etéreo y hueco, necesitado de pensadores, visionarios y luchadores que profundicen y defiendan sus valores y virtudes.
*(Michael Novak (1990). Tedio, virtud y capitalismo democrático, revista Facetas #4)
HUGO DELGADO A.| @hdelgado10
Periodista. Editor de medios impresos y asesor de comunicaciones y relaciones públicas.
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