LOS PITAZOS DEL DIRECTOR
Por: César Batiz
Este 26 de octubre se realizará en Candelaria la segunda exhumación del cuerpo de José Gregorio Hernández en 45 años, un trámite que debe cumplir la Iglesia Católica para que el venerable Médico de los Pobres, un laico que dedicó su vida a sanar a los enfermos y a orar, sea nombrado beato.
Por eso, Los Pitazos del Director de esta semana se los dedico a un relato que se basa en una investigación documental que realicé entre el año 2005 y 2007, en el marco del Taller Periodismo y Memoria, dictado por Milagros Socorro, con el auspicio de la Fundación Polar, trabajo que quedó plasmado en el libro titulado La Desgracia de Ayer: Los primeros accidentes de la Historia del Automovilismo en Venezuela (Fundación Empresas Polar: 2007), en el cual identifico como primera víctima mortal de un accidente de vehículo en nuestro país, a un joven llamado Marcos Parra, hecho que ocurrió el 1° de julio de 1913, frente a lo que hoy se conoce como la plaza El Venezolano.
El relato de la muerte de nuestro futuro beato tiene a dos personajes principales. El médico José Gregorio Hernández; y el chofer del vehículo que lo arrolló, Fernando Bustamante.
Entre las figuras secundarias de la historia están: la señorita Angelina Páez, bisnieta de José Antonio Páez, una de las 11 testigos que soportaron la acusación contra el imputado; y el abogado defensor del conductor, ilustre gomecista, Pedro Manuel Arcaya.
El último paso de José Gregorio Hernández
De acuerdo con el testimonio del chofer, de los testigos y los datos que se leen en el expediente guardado en los depósitos del Poder Judicial en la esquina de Cruz Verde, José Gregorio Hernández, cerca de 2:15 pm del 29 de junio de 1919, dio su último paso frente a la botica de Amadores, entre las esquinas de Amadores y Urapal.
Por la misma calle subía Bustamente conduciendo un vehículo marca Essex, modelo 1918, de la empresa Hudson. Era uno de los cerca de 700 automóviles, entre buses y carros, que circulaban por Caracas.
El chofer, quien había recibido su título de conductor 13 días antes del evento, iba detrás del tranvía número 27 de La Pastora, el cual intentó rebasar por la izquierda. Entonces, observó a una persona. El peatón trató de echarse para atrás, pero fue golpeado por el guardafango derecho del Essex. El hombre perdió el equilibrio. La señorita Angelina Páez aseguró que lo escuchó gritar “Virgen Santísima” antes de que se golpeara la cabeza con un poste y la acera.
Casi de inmediato los testigos lo identificaron. Era el doctor José Gregorio Hernández, quien inconsciente botaba sangre por la boca, la nariz, los oídos y los ojos.
En el mismo carro de Bustamente, lo llevaron al hospital Vargas. El conductor, acompañado de estudiantes de Medicina, fue a buscar al doctor Luis Razzetti a su casa. Pero cuando regresaron al centro de salud, el capellán Tomás García Pompa les contó el final. Le había administrado los santos óleos y dado la absolución a José Gregorio Hernández.
El mismo Razetti verificó la muerte: “Tenía fractura en la base del cráneo. Presentaba también una pequeña herida y un hematoma en la sien derecha, edemas bajo los párpados, hemorragias por la nariz, los oídos y la boca, y en ambas piernas, más arriba de las rodillas, una franja amoratada”.
Las autoridades comenzaron la investigación, mientras aquella Caracas, habitada por 140.000 personas, lamentaba la muerte del médico de los pobres. Las crónicas de la época relatan que el día del sepelio de Hernández, el Ávila se quedó sin flores para honrar al hombre quien en 1918 atendió en casas y hospitales a los enfermos de fiebre española, virus que provocó cerca 1.960 fallecimientos entre Caracas y La Guaira.
El 30 de junio de 1919, comenzaron los interrogatorios a los testigos. El 2 de julio rindió testimonio por primera vez Bustamante. El 3 de julio, lo hizo la señorita Páez ante un tribunal que se habilitó en su casa, pues se negaba a pisar la calle, conmocionada por el accidente mortal.
La bisnieta del héroe de la independencia venezolana afirmó que el chofer no tocó la corneta al llegar a la esquina de Amadores. Ese testimonio bastó para que Bustamante fuera detenido, porque el Reglamento de Tránsito de 1912, indicaba que era obligatorio tocar la corneta antes de llegar a una bocacalle o una curva.
El 4 de julio el conductor declaró por segunda vez: “Preguntado: ¿Sabe usted quiénes son los autores, cómplices o encubridores de la muerte del Doctor José Gregorio Hernández acaecida el 29 de junio último?: -El destino; pues el relato de lo sucedido consta en la declaración que rendí en este mismo Tribunal…”.
Doce días después, el 16 de julio entra en escena el abogado Pedro Manuel Arcaya, quien asumió la defensa. Pero antes de que Arcaya accionara su estrategia, el hermano y el sobrino del hoy venerable, José Benigno Hernández y César Hernández, solicitaron clemencia para Bustamente: “Dios en sus altos designios dispuso sin duda que el doctor Hernández falleciera del trágico e inesperado modo en que sucedió su muerte y nosotros nos conformamos con su soberana voluntad”. El fiscal Ramón Gómez Valero desatendió el pedido e imputó al chofer.
Pero Arcaya estructuró una defensa con la cual buscó desestimar el testimonio de los 11 testigos, provocando que se dudara acerca de la culpa de Bustamente e inclinando su análisis a que la responsabilidad fue de José Gregorio Hernández: “… no ha tenido culpa el chofer si no que se debió a una ligereza del Dr. Hernández…”.
Para lograr su objetivo necesitaba rebatir el testimonio de Angelina Páez, sobre el uso de la corneta por parte de Bustamente: “En conciencia no puedo asegurar que no la tocó; y es lo más factible que la hubiera tocado y yo no percibirlo”.
El 21 de noviembre de 1919, el juez del caso, Luis Sagarzazu, dictó la absolución de Bustamante, quien dejó la cárcel el 11 de febrero de 1920. Dos años más tarde, pese a haber sido amigo de los hijos de Juan Vicente Gómez, el chofer que arrolló a José Gregorio Hernández, tuvo que huir del país. Lo acusaban de participar en un atentado contra el dictador.
En 1977, a los 84 años, le dio una entrevista al periodista José Emilio Castellanos, de El Nacional. Entre lágrimas contó que en junio de 1919 había decidido que su hijo que estaba por nacer sería apadrinado por el doctor Hernández, como un gesto de agradecimiento por las veces que atendió a su familia sin cobrar. Ese niño falleció a los pocos meses de nacido.
Confesó también que él fue quien le dio la santidad al médico de los pobres, cuando en medio del juicio aseguró lamentar la muerte “del sabio y santo doctor”, a quien pedía por su salud cada vez que enfermaba.
La entrevista con José Emilio Castellanos cierra con una frase conmovedora: “El cielo me escogió a mí para que José Gregorio pasara a la inmortalidad”.
Fernando Bustamante falleció el 1° de noviembre de 1981, el Día de todos los Santos, grupo al que de seguro se unirá José Gregorio Hernández, pero antes debe ser nombrado beato, por eso la exhumación que podrá ver por El Pitazo.
Nota del autor: Semanas atrás, cuando desarrollamos este artículo, cometimos un error con el nombre del periodista de El Nacional que entrevistó a Fernando Bustamante, quien arrolló accidentalmente a José Gregorio Hernández. En lugar de redactar José Emilio Castellanos, escribimos Jesús Méndez Castellano.
CÉSAR BATIZ | @CBatiz
Periodista egresado de la Universidad del Zulia, especializado en Periodismo de Investigación. Director de El Pitazo.