Desde hace ya bastantes años están de moda las series y películas de superhéroes: las setenta mil versiones de Avengers, las cuarenta mil de X-Men, las veinte mil de Batman (sin contar los Titans, Justice League y demás compadres alados). A veces me pregunto por qué venden tanto esas historias y, mi respuesta, es otra pregunta: ¿no será que todos estos “súpers» son un antídoto de nuestra propia cultura? Me explico ya mismo.
La literatura, el cine y la televisión del último siglo han estado llenos de protagonistas fracasados, viciosos, o con rasgos abiertamente sociopáticos (¿les suena Francis Underwood?). Los titulares de series como Los Sopranos, Breaking Bad y House of Cards encajan bastante bien con esa descripción. Pareciera como si, ante tal cantidad de antihéroes, la industria del entretenimiento intentara compensar con una catajarrea de superhéroes. «¿Y cuál es el problema con eso?», podría pensar, no sin razón, algún transeúnte de estos artículos. Bueno, tal vez no haya ningún problema o, tal vez, haya uno muy grande.
Me pregunto si el antídoto no estará ejerciendo, más bien, de anestésico. Si no estamos olvidándonos del heroísmo posible, real, a punta de superheroísmo; o sea que, a fuerza de ver a otros dándole palo a los malos en pantalla, se colmasen nuestras ansias de heroísmo; como si nuestra cuota de bien quedase cubierta con los carajazos que Thor le da a Loki a lo largo de la saga. Claro, es más fácil ser heroico cuando eres súper algo. O sea, Capitán América, Wolverine y Thor prácticamente no pueden morir (por no hablar de Superman, obvio). Iron Man y Batman, en realidad, son genios multimillonarios con arsenal infinito. ¿Qué tanto mérito? Lo difícil es ser heroico cuando no tienes superpoderes y eres un Perico de los Palotes pelabola que, además, vive en Venezuela, se te va el agua o te roban el celular.
O sea, no es lo mismo ser un héroe que un superhéroe. La diferencia, básicamente, es que los superhéroes no existen (lo siento, muchachos). Los héroes, en cambio, sí. Más de una vez nos habremos topado con alguno. Madres y padres sacrificados, amigos increíblemente generosos, personas enfermas que luchan, llenas de esperanza. En uno de mis artículos anteriores hablé indirectamente sobre uno de esos héroes nuestros. Ojo, tampoco es lo mismo ser un héroe que actuar bien. Y aquí tal vez debamos detenernos un momento.
El heroísmo no solo implica actuar bien, es hacerlo incluso cuando las circunstancias están en contra. Actuar bien es relativamente fácil cuando las cosas están a nuestro favor. Lo complicado es ser honesto cuando no tienes dinero; ser paciente cuando estás cansado; o permanecer sereno cuando tienes poco tiempo. Por eso se llama heroísmo, porque no es fácil. Lo interesante, sin embargo, es que está al alcance de todas las fortunas: no hace falta tener superpoderes o ser trillonario para ser un héroe. Cualquiera puede actuar heroicamente.
Política, civismo y la democratización del héroe
Como he venido observando en estos artículos, los venezolanos encarnamos múltiples contradicciones. Una de ellas es que somos un pueblo con vocación caudillista (esperamos que un hombre fuerte solucione nuestros problemas “desde arriba”) y, al mismo tiempo, somos gente insubordinada a la que no le gusta que la manden (una sociedad de «mucho cacique y poco indio»). Pendulamos entre la sumisión providencialista y la no-colaboración entre nosotros. ¿Cómo se come eso? Y sobre todo ¿qué tiene que ver con el heroísmo? Denme un segundo y les digo.
Pensarán que estoy echando vaina, pero para ser héroes hacen falta al menos dos cosas: 1) condiciones adversas (ustedes dirán si las tenemos) y 2) que las personas actuemos bien a pesar de esas circunstancias. Y es aquí donde conecto con Guaidó. Yo no sé dónde tenga puesta usted sus esperanzas políticas o qué aceptación le produzca el varguense. Yo, que nunca he militado en política ni me he sentido inclinado hacia ningún partido, pienso que el tipo hace lo que puede (dadas las circunstancias). En sus mejores momentos, me recuerda la campaña de Capriles contra Chávez, esa en la que el flaco dejó el pellejo. Pero, la verdad, a los efectos de lo que intento decir, da igual si le gusta o no. Rara vez estamos conformes con nuestros políticos. A Betancourt, quien tal vez sea el mejor estadista del siglo XX venezolano, intentaron asesinarlo varias veces; a Ghandi lo acribilló uno de los suyos y a Kennedy, pues, ya sabemos lo que le pasó. Digo esto porque lo que voy proponer es bastante impopular: democratizar el heroísmo.
Como sociedad, tenemos una noción complicada del héroe. Hemos comprado la idea hollywoodense de que el líder es el chiquiluqui de la película; el que tiene todas las respuestas; el que mueve la historia hacia adelante y de quien depende que las cosas salgan bien o mal. Es verdad que de vez en cuando surgen los Messis o los Ronaldos políticos: Pericles, Churchill o Adenauer. Personas cuyas virtudes parecen encajar perfectamente con las circunstancias y cuyos defectos no se interponen de forma sustancial en la consecución de los objetivos. Aún así, si uno estudia sus biografías —de Messi pa’ bajo— descubre que siempre trabajaron en equipo.
Ojo, no intento disminuir con esto la responsabilidad de los políticos. Solo que, en una situación como la nuestra, no es suficiente un buen político, ni siquiera un político heroico. Tampoco es suficiente un grupo de buenos políticos. De esta crisis solo salimos con la colaboración de muchísima gente: la de dentro, la de fuera y la de todos aquellos cuya ayuda sepamos articular. A esto me refiero con la democratización del heroísmo. Las circunstancias están dadas (condiciones adversas como arroz picao), falta que disolvamos la contradicción que mencionábamos antes: ese curioso mesianismo de caciques. Es un defecto social que dificulta mucho nuestra cooperación. Desde las juntas de condominio hasta los partidos. Y creo que solo puede superarse a base de virtudes cívicas; es decir, con hábitos que contribuyan al bien común.
No hay espacio aquí para identificar cuáles son esos hábitos ni reflexionar sobre ellos. Queda como tarea para próximos artículos. Sin embargo, quisiera adelantar algo. Jorge Luis Borges, el famoso escritor argentino, dice que el gran tema de la novela moderna es el fracaso y que nuestra generación necesita superar el cinismo, creer de nuevo en la idea del héroe, en la idea de que la victoria es posible. Me atrevo a apuntar que nuestra pelea personal podría comenzar por ahí, por creer que el asunto es con nosotros y que el heroísmo es posible, aunque no nos guste el líder, o no seamos nosotros el protagonista.
Javier Melero es cineasta. Emprendedor de quijotadas y gamer vergonzante. Empepado por la naturaleza. Adicto a las galletas María. [email protected] | @melerovsky