Hinquemos el diente al salario mínimo

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Hasta los defensores a ultranza del máximo liberalismo —ojo: no me refiero a Chávez o a Maduro, a quienes muy bien les cabría esta adjetivación—, como son los miembros del Banco Mundial, dicen que ganar menos de 2,1 dólares diarios (63 al mes) no puede calificarse de salario, sino como ingreso de indigencia.

Por: Pedro Arturo Moreno

El debate sobre salarios, sueldos y pensiones ha cubierto las luchas laborales en los últimos años. Los empleados públicos estuvieron más de tres años sin salario (2018-2021) y los pensionados del Seguro Social fueron igualados —vía achatamiento— a los beneficiarios del “amor mayor”, con la violación abierta de la ley del IVSS.

La empresa privada tiene que pagar mucho más, aunque aún es insuficiente legal, material y humanamente. Usan la forma de bono espumante, pues como el algodón de azúcar desaparece apenas se toca.

“El límite último o límite mínimo del valor de la fuerza laboral lo constituye el valor de la masa de mercancías sin cuyo aprovisionamiento diario el portador de la fuerza de trabajo, el hombre, no puede renovar su proceso vital; esto es, el valor de los medios de subsistencia físicamente indispensables. Si el precio de la fuerza de trabajo cae con respecto a ese mínimo, cae por debajo de su valor, pues en tal caso solo puede mantenerse y desarrollarse bajo una forma atrofiada. Pero el valor de toda mercancía está determinado por el tiempo de trabajo necesario para suministrarla en su estado normal de calidad”.

C. Marx, El capital, tomo I

Está tan difuminado que hasta darle una mordida parece harto difícil. Esquiva la dentellada con el subterfugio de la inexistencia. O, mejor, con la invisible transparencia que da su práctica inutilidad. Tiene mucho de mínimo y muy poco de salario. Haber pasado de una referencia de 30 dólares mensuales a otra de menos de 7 ha sido obra magistral de reactivación económica del “presidente obrero”, casi como para sacarlo en hombros cual buen torero, con orejas y rabo en sus manos…

Hasta los defensores a ultranza del máximo liberalismo —ojo: no me refiero a Chávez o a Maduro, a quienes muy bien les cabría esta adjetivación—, como son los miembros del Banco Mundial, dicen que ganar menos de 2,1 dólares diarios (63 al mes) no puede calificarse de salario, sino como ingreso de indigencia. Son condiciones mínimas, como decía David Ricardo, para garantizar la reproducción del sistema basado en el capital: ni se acercan a posiciones ideológicas proletarias.

Las invocaciones al artículo 91 constitucional lucen como aullidos a la luna... Pero, ¡alto!, no estoy siendo despectivo. Esos ladridos sirven, no como lamentaciones de despechado, sino como forma de comunicarnos nuestro sentido de clase, al igual que el lobo refuerza su sentido de manada con los sonidos estridentes que salen entre sus afilados colmillos.

Nuestra población trabajadora, activa y jubilada, está angustiada por el bendito —¿o maldito?— salario mínimo. Las expectativas de que mediante el llamado diálogo social puedan lograrse adelantos sustanciales menguan día a día y aceleradamente. En diez meses ni siquiera se ha asomado una mínima disposición del mandatario de Miraflores para disminuir el tremendo escalón que separa el actual salario mínimo de lo dispuesto por la Constitución: “Todo trabajador o trabajadora tiene derecho a un salario suficiente que le permita vivir con dignidad y cubrir para sí y sus familias las necesidades básicas materiales, sociales e intelectuales”.

Y a esto se agrega la disminución del poder adquisitivo del propio dólar. Lo que los economistas llaman ppa (paridad por poder adquisitivo) también va en contra de la capacidad de compra de los venezolanos. Con la letanía de “guerra económica”, sanciones, saboteos de iguana, etc., Maduro y su camarilla han querido ocultar el estruendose fracaso histórico de este último cuarto de siglo. Dilapidaron una fortuna, cuando no se apropiaron irregularmente de ella, y llevaron el país a esta debacle.

El regreso de cifras hiperinflacionarias es sentido por la población trabajadora como un mazazo contra sus menguados ingresos. La violación y el retardo de los contratos colectivos de los trabajadores de la administración pública se han hecho crónicos y permanentes. Entonces, ¿qué es lo que debemos y podemos hacer?

Ya los educadores, los trabajadores de la salud y diversas instancias unitarias lo vienen señalando: la unidad más amplia posible de todos los trabajadores para unificar las luchas por conquistar salarios dignos. Mientras entrego estas letras a la editora de El Pitazo (lunes 9, 10 am), en todo el país el magisterio comienza a dar su clase magistral en la calle, acompañado por muchos otros sectores laborales. Con ellos levanto mi mejor palabra para auparlos y decirles voz en cuello: “Arriba pobres de este mundo, de pie famélica legión…”.

PEDRO ARTURO MORENO | @pedroxmoreno / instagram: pedroxmorenobr

Secretario Ejecutivo de la CTV, responsable de DDHH. Trabajador gráfico: corrector de pruebas y editor

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