Por: Juan Pablo Cardenal
Estados Unidos confirmó lo que para muchos era un secreto a voces: que el globo chino abatido el sábado 4 de febrero por la fuerza aérea estadounidense no era un artefacto de uso civil con fines meteorológicos, sino una aeronave de vigilancia dirigida por el Ejército chino que incorporaba equipos electrónicos diseñados para interceptar comunicaciones sensibles. Es decir, un globo para espiar.
El gobierno de Pekín alegó –días atrás– que el artefacto era de uso civil y que se desvió hacia espacio aéreo estadounidense por causa del viento. Washington lo refuta luego de ver las imágenes del globo tomadas en pleno vuelo y tras recuperar sus restos en aguas del Atlántico. Los equipos electrónicos de a bordo –explican– eran «inconsistentes» con los utilizados en los globos meteorológicos. En su vuelo desde Alaska hasta Carolina del Sur el globo chino merodeó por Montana, estado que casualmente alberga instalaciones de misiles nucleares.
Las autoridades estadounidenses advierten también que el episodio no puede considerarse un hecho puntual, ya que este tipo de globos chinos han sido avistados en los últimos años en más de 40 países de los cinco continentes, incluidos Japón y Taiwán. Al menos cuatro episodios similares acontecieron en EE. UU. recientemente, tres de ellos bajo el mandato de Donald Trump. Y recientemente otro globo chino fue detectado sobrevolando Colombia y Costa Rica.
La respuesta de ambos países latinoamericanos fue quitar hierro a la violación de su espacio aéreo, dando por buena la explicación china acerca de la naturaleza civil de la misión y de que la entrada fue «no intencionada». Pekín agradeció el gesto: «No representamos una amenaza para esos países y éstos así lo entienden». Más allá del cálculo realizado para gestionar un asunto tan sensible para China, en la reacción de Bogotá y San José anidan algunas de las claves que definen la relación de América Latina con el gigante asiático.
China protesta ante EE. UU. por derribar el presunto globo espía
Por ejemplo, cala entre las élites locales la idea de que es imprescindible que haya un clima diplomático e institucional óptimo (para Pekín) para que fructifiquen, y no poner en riesgo, las oportunidades que este país ofrece. Y es que, en la división que el comunismo hace del mundo entre amigos y enemigos, China exhibe tanto los beneficios de la cooperación –para los primeros– como las represalias para los segundos. China impone así las condiciones de la relación, las cuales no siempre se alinean con los intereses del país interlocutor. Cabe preguntarse: ¿Habrían Colombia y Costa Rica reaccionado igual si el globo espía hubiera sido de un país vecino, o de EE. UU.?
Otro factor que es imprescindible entender es que algunos de los proyectos o desempeños chinos en América Latina y en otras regiones tienen indudables implicaciones geopolíticas, o para la seguridad nacional de los países receptores. Pensemos no sólo en los globos espía, sino también en la estación espacial de China en Neuquén (Argentina), o en el megapuerto peruano de Chancay, actualmente en construcción, entre otros.
Pekín y sus aliados regionales con frecuencia sacan el comodín del «uso civil» para neutralizar las críticas y las incertidumbres. En la cultura política democrática el corte entre lo civil y lo militar es visible, división que no ocurre en China, donde nada que sea estratégico es civil o fuera del alcance del gobierno. Así, la estación de Neuquén dedicada al programa lunar, supuestamente de índole científica, lo ejecuta en Argentina personal del Ejército Popular de Liberación. El puerto de Chancay, que es por definición de naturaleza dual, será gestionado por la empresa estatal COSCO, considerada núcleo duro del régimen. Se debe –por tanto– a la voluntad del Partido Comunista.
Con todo, si la reacción de Colombia y Costa Rica podría haber sido acaso más enérgica, en el caso de Venezuela su posicionamiento ha sido elevar la apuesta y alinearse con Pekín en denunciar «el uso de la fuerza» de EE. UU por derribar el globo espía. Coincide que los regímenes autoritarios latinoamericanos, tan dependientes económica y políticamente de China como ideológicamente hostiles a EE. UU y al mundo libre, rinden pleitesía a Pekín incluso en asuntos ajenos a su soberanía y que quizá habrían requerido mantener una prudente distancia.
Juan Pablo Cardenal es periodista especializado en la internacionalización de China y editor de Análisis Sínico en www.cadal.org
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