«La persona que tiene una razón para vivir puede soportar cualquier cosa».
Víctor Frankl
Por: Julio Túpac Cabello
Hemos sido derrotados. Yo no soy un demócrata militante y me considero independiente de ideas y decisiones. Pero en estas elecciones, votar para evitar una amenaza -probada ya- a la democracia, impedir la llegada al poder de un caudillo sentenciado como violador, denunciado de estafa, que no paga impuestos, y que hizo todo lo que tuvo a su alcance para no reconocer su derrota (que de hecho nunca la reconoció) hace cuatro años, me parecía vital.
Y perdí. Perdimos. 66 millones de electores que votamos en contra de Donald Trump fuimos vencidos por 71 millones que en vez de verlo a él como un xenófobo, instigador del odio, machista, oportunista, abusador, racista, que no permite ser auditado, fue visto como el americano original, el que representa la raza, el ganador, el que todas se las sabe, el que se las ingenia para prosperar.
Después del duelo, lo primero que hay que hacer es levantarse. Y entender.
Preguntarse cuál fue la lógica de los otros, y qué estaban viendo ellos que no vimos nosotros. Salir de la burbuja.
No importa quién tiene la razón. En democracia, toca entenderse para tolerarse.
Si pensamos que el trumpismo tiene como una de sus falencias esenciales que no es democrático, la respuesta del derrotado no puede ser convertirse ahora en un intolerante, y repetir exactamente lo que critica.
Nada define mejor a un ser humano que su comportamiento, pero mucho más si su comportamiento es invisible y bajo la sombra de la derrota, en el anonimato, cuando ser víctima puede justificarle cualquier desmán.
Edmundo González felicita a Donald Trump y aboga por fortalecer las relaciones entre Venezuela y EE. UU.
La acción que refleja nuestros valores se manifiesta todo el tiempo. Al manejar. Al tratar a los compañeros de trabajo, en la manera en que te comunicas con tus hijos, en tu transparencia con el fisco.
La vida de los seres humanos cobra sentido cuando vivimos para hacer florecer nuestras creencias. Sea un bien religioso o laico, sea la creencia del amor, de la ambición o de la humildad. Porque creer suele ser un acto desprendido, que a veces tiene costos que solo nosotros nos obligamos a pagar.
Servir a nuestras creencias. A la honestidad, a la empatía, a la solidaridad, al ingenio, a la prosperidad, al respeto.
Hoy perdimos y, a diferencia de 2016, cuando la ciudad lloraba, hoy, por primera vez desde 1988, ganó aquí un candidato presidencial republicano. O Trump, que uno no sabe muy bien si es republicano.
Entonces miras por las ventanas del carro, caminas por los pasillos de la empresa, haces compras en el super y piensas: la mayoría de los que están aquí, están celebrando. La noticia de mi duelo es la noticia de sus alegrías.
Aprender a perder es vital. Las medallas ocurren como culminación de un camino. Pero el camino es una serie de intentos y ajustes que no tienen premio. Si la vida se midiera en triunfos y derrotas (que es una manera simplona, superficial y hueca de medirla) de seguro nos pasaríamos 99% del tiempo en la derrota. Sin euforia, lidiando con nosotros mismos, que es a fin de cuentas lo único real que tenemos.
En la derrota, ese espacio que no sale en la foto, esa zona oscura del rincón, somos nosotros los responsables de lamernos las heridas, volver a levantarnos, entender lo que no entendimos y seguirlo intentando, con los cambios que haga falta.
Si creer en lo que creemos es de lo que se trata la vida, no importa cuántas veces seamos derrotados, la victoria está en ser auténticos.
Cuando Víctor Frankl ayudaba a sus compañeros en el campo de concentración, no sabía si sería capaz de sobrevivir él. Pero seguía viviendo con propósito.
García Lorca dio su vida para poder dejarnos las obras que hasta hoy nos acompañan.
Durante sus 27 años preso, Mandela estuvo cavilando cómo construir un país en el que las razas empezaran a entenderse en lugar de profundizar sus divisiones.
Perder es lo único que necesitamos para la lucha.
Y si esa no es nuestra lucha, podemos partir.
La libertad es para asumirla con todos sus signos de puntuación.
También hay que ser libre para perder con decoro. Con orgullo. A tu manera. Y llevar tu derrota con hidalguía.
Al ganador le fotografiarán en su gloria. A ti te bastará con que tú mismo lo sepas, para que tu derrota haya valido la pena.
Después de todo, ¿de qué otra forma se puede aprender? ¿De qué se trata la vida si no es de luchar, después de una derrota?