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jueves, 28 marzo, 2024

El tiempo entre Einstein y Aldemaro Romero

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Por Paulino Betancourt

Cuando la teoría de la relatividad apareció, cambió siglos de ciencia y les dio a los físicos una nueva comprensión del espacio y el tiempo. Isaac Newton vio el espacio y el tiempo como fijos, pero en la nueva imagen proporcionada por la relatividad de Einstein, estos eran fluidos y maleables. Nos enseñó que la duración de un segundo dependía de la velocidad del observador. Desde entonces, el tiempo es elástico. 

Durante generaciones hemos trabajado para hacer mejores relojes con las sombras del sol, los péndulos, resortes en espiral, cristales que se agitan y, finalmente, átomos vibrantes en relojes atómicos, solo para descubrir que lo que pretendíamos medir actúa como un resorte. Einstein estaba cambiando nuestra comprensión del tiempo con la física. Pero solo unos años más tarde, en la década de 1950, el Maestro Aldemaro Romero alteró nuestras experiencias con el tiempo en la música. Para muchos, Aldemaro fue un destacado músico con una gran sonrisa, que compuso “Dama Antañona”, “Luna de Maracaibo” y “Valse venezolano Nº3”. Pero Romero fue mucho más que la persona amigable cuyo genio navegó en el siglo XX venezolano. Romero viajaba en el tiempo y su vehículo era la música.

Para Romero, cada corchea podía tener “diferente peso o duración” en cada momento. Las puso unos cientos de milisegundos de más, o antes o después de lo que estaba escrito en la partitura. Estiró, apretó y cambió los tiempos, dándole a la música una riqueza, un sentimiento, un movimiento hacia arriba y adelante.

La visión de Aldemaro fue un vuelco de la forma en que generalmente se interpretaba la música. La música depende de la precisión. Las bandas se enfocan en hacer que los músicos interpreten como un reloj cada obra. Por ejemplo, el Maestro Abreu, como Isaac Newton, amaba la precisión. Romero, como Einstein, encontró belleza en la falta de ella. Una octava nota no se tocaba exactamente como estaba escrita, la ejecución se balanceaba y ejecutaba “de improviso”.

La música de raíz venezolana es un plato afroamericano que combina ingredientes europeos, caribeños y africanos. Las tradiciones africanas tienen un sentido del tiempo diferente. El presente debe ser saboreado. De hecho, varios idiomas africanos tienen palabras para “pasado” y “presente” pero no para “futuro”. Y es a través de esta herencia que Romero hizo que cada nota hiciera algo, permitiéndole estirar el tiempo presente en su música. Aldemaro Romero estiró no solo las notas, sino también el sentido del tiempo del oyente. Sus piezas son tan ricas en recursos que le hace creer a nuestros cerebros que la melodía es más larga, tanto como el tiempo que necesitamos para cocinar la pasta. Al tocar más lento o más rápido, la audiencia de Aldemaro perdía la noción del tiempo del reloj y el momento se aceleraba o disminuía a medida que lo experimentaban. Einstein nos mostró que el tiempo es relativo para el observador y Aldemaro Romero hizo tiempo relativo para el oyente.

La medida del tiempo siempre está presente en nuestra sociedad. Una pregunta que viene a la mente es “¿medir el tiempo afecta el cerebro?” Las respuestas cortas son “sí” y “no sabemos”. No sabemos cómo cambió el cerebro a medida que la institución del cronometraje se afianzó durante el siglo XIX.

El campo de estudio de la respuesta temporal del cerebro es bastante nuevo y es principalmente una búsqueda del siglo XXI. Lo que sí sabemos, sin embargo, es que el cerebro recibe señales sobre el tiempo de su entorno. Los neurocientíficos como David Eagleman han realizado estudios para examinar el reloj interno del cerebro. En un experimento, los sujetos vieron una película con guepardos que corrían rápidamente. Durante la película, se mostraba un punto rojo sobre la pantalla, con una duración fija. El mismo experimento se repitió con un pequeño cambio. La misma película del guepardo se puso en cámara lenta con el punto rojo sobre la pantalla, que ahora era molesto y parpadeante. Después de comparar las pruebas, los espectadores creían que el punto rojo durante la película en cámara lenta duraba menos. Debido a que “nuestro cerebro necesita reajustar el sentido del tiempo”, dijo Eagleman. Nuestra percepción del tiempo está determinada por los eventos que utiliza el cerebro para medirlo, pudiendo ser el aterrizaje de la pata de un guepardo o tal vez la duración de una corchea.

De cierta manera, siempre hemos sido conscientes de la elasticidad del tiempo. Los buenos tiempos parecen cortos y los malos parecen durar una eternidad. Los neurocientíficos han demostrado que, en algunos aspectos, esto no es cuento. La duración de nuestros recuerdos está vinculada a lo buenas o malas que fueron estas experiencias. 

Lo que han descubierto los neurocientíficos es que no percibimos que el tiempo se desacelere durante un evento ocurrido, es el recuerdo del evento lo que nos hace creer que el tiempo se ha ralentizado. Para comprender lo que sucede en el cerebro, imagine que actúa como una computadora que almacena información en un disco duro. Cuando la vida es monótona, el disco duro almacena una cantidad regular de información. Sin embargo, cuando tenemos miedo, como durante un accidente automovilístico, la amígdala del cerebro, nuestro operador interno de emergencias, se activa. Nuestros cerebros recogen detalles más finos como el “arruchamiento” del capó, la ruptura de los espejos laterales y la expresión en la cara del otro conductor. La cantidad de detalles recopilados aumenta, como si dos discos duros estuvieran almacenando los datos. Cuando el cerebro recuerda el evento, interpreta la gran cantidad de información como un incidente más largo. La forma de memorizar se convierte en el criterio del tiempo del cerebro.

La ciencia muestra que el tamaño de un recuerdo y nuestra percepción del tiempo están acoplados como los dientes de engranaje en una cadena de bicicleta. Experiencias ricas y novedosas, como los recuerdos de nuestra infancia, tienen mucha información asociada con ellos. Durante esos días aprendimos a nadar en Choroní, viajar a Mérida o manejar bicicleta. Los días pasaron lentamente con esas aventuras. Sin embargo, nuestras vidas adultas tienen menos novedad y están llenas de tareas repetitivas, como envío de correos electrónicos o papeleo. La información asociada presentada para esos quehaceres es más pequeña y hay menos material de archivo nuevo. Nuestro cerebro interpreta estos días llenos de eventos rutinarios como más cortos.

Como hemos visto, durante siglos los humanos hemos tenido una obsesión con el tiempo. El tiempo nos ayudó a entender el mundo, nos permitió programarnos e interactuar. En nuestra búsqueda de relojes precisos, abandonamos las señales de la naturaleza, de amaneceres y puestas de sol, y perdimos el sueño, con la esperanza de poseer tiempo con gran precisión en el cronometraje. Pero el tiempo no es algo que se pueda poseer. Einstein nos mostró que es elástico. Aldemaro Romero mostró que nuestros cerebros son relojes maleables, que pueden ser acelerados o desacelerados con señales externas. Pero tanto Einstein como Romero, usando ciencia y música, aportaron una calidad estética única a sus teorías. Ambos buscaron una teoría unificada, armoniosa, expresada de manera simple y que transmitiera un sentido de belleza de la forma.

Paulino Betancourt es investigador y profesor de la Universidad Central de Venezuela. @p_betanco

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