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martes, 21 enero, 2025

¡El populismo! No es una ideología política

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Por: Gervis Medina. Abogado, criminólogo y escritor venezolano.

Antes quiero iniciar con un comentario que dijera el filósofo y conferencista Agustín Laje en su libro La batalla cultural: “Uno de los grandes problemas de ´las derechas´ es su falta de identidad, como no tienen identidad tienen vergüenza de lo que son, por eso es frecuente encontrar que las personas que supuestamente estarían en la derecha, por lo menos en  las configuraciones partidarias tradicionales hacen todo lo posible incluso para negar la vigencia de la díada izquierda a derecha, estoy diciendo que la gente de la derecha se esfuerza por negar que está vigente todavía la categoría izquierda derecha. Entonces te dicen así, vivimos en un mundo muy complejo, un mundo surcado por distintas corrientes políticas muy plurales todas. Entonces es una simplificación hablar de izquierdas y derechas, eso es algo de otros tiempos. Es que precisamente la díada izquierda derecha consiste en una simplificación de un mundo complejo. Si todos estuviésemos obligados a hablar con las categorías políticas apropiadas tendríamos que hablar de los trotskistas, los marxistas, los leninistas, los socialdemócratas y así hasta el absurdo. La gente no tiene una formación política sustancial como para poder hablar en esos términos por eso recurrimos a la simplificación.”

Advierto que ese fenómeno sucede por el neolenguaje, que ha distorsionado durante mucho tiempo el sentido y alcance de las palabras (teleología). Así mismo ha ocurrido con el termino “populista”. El cual ha sido estigmatizado en gran parte de Hispanoamérica, y lo llegan a confundir con términos como: proselitismo político o popular. Algo muy errado en estos tiempos, ya que las nuevas generaciones, políticos, periodistas y así un conglomerado de personas afirman que el populismo es malo, o como decir el termino presidenta.

La llegada al poder de Trump, las amenazas derechistas en Europa, y otros eventos condujeron a un cuestionamiento masivo en torno a la palabra y al fenómeno conocido como “populismo”. Aunque este renovado interés obedece principalmente al interés de los medios por la figura del multimillonario presidente de los Estados Unidos, el cuestionamiento dejó en evidencia la falta de consenso y la diversidad de definiciones que se pueden llegar a plantear en torno al populismo.

En Latinoamérica, la figura de Maduro concentra toda la atención a la hora de brindar un significado, por lo que discursos fundados moralmente como los de Gloria Álvarez, autora del best-seller El engaño populista, de una pobreza conceptual realmente profunda, han resultado llamativos ante la preocupación que suscita Venezuela. El hecho de que el fenómeno del populismo pueda tener un contenido ideológico de izquierda como de derecha colabora para la confusión.

Pero: ¿es realmente el populismo antidemocrático? Más allá de lo planteado en los debates televisivos, en la infinidad de columnas de opinión o en la diversidad de adjetivaciones empleadas por los propios políticos, el problema del populismo ha sido estudiado desde diversos enfoques metodológicos, a partir de diversos referentes empíricos, desde hace setenta años y, por ende, ha sido definido de diversas maneras. Desde un plano conceptual: ¿cuál sería la definición más adecuada? Pensando en la necesidad de distinguir los casos de populismo de otro tipo de fenómenos políticos: ¿qué concepción puede tener una mayor capacidad explicativa?

El enfoque filosófico, lingüístico y teleológico adoptado por Ernesto Laclau (1935-2014) filósofo, teórico político y escritor postmarxista argentino, quien escribió el libro La Razón Populista resulta importante porque cuestiona la mayor parte de los supuestos tradicionales de la política moderna. Una lectura detallada y crítica de la propuesta de Laclau permite acceder a una definición que afirme que un conocimiento de su postura proporcionaría una nueva herramienta para alcanzar un nuevo nivel de discusión. Este artículo se propone, entonces, esta tarea.

Laclau decía hay que hay aclarar dos puntos antes de iniciar.

El primero es que el populismo no es un concepto peyorativo, es decir, el populismo es una forma de construcción de la política, que desde el punto de vista ideológico es neutro, es decir, movimientos de signo ideológico muy diferente pueden ser populistas, nosotros  tenemos populismo en el caso del fascismo italiano, pero también tenemos populismo en el caso del maoísmo, de la social democracia etc; es decir, que no es una distinción entre distintas ideologías, la que crea la especificidad del populismo sino que es una forma “de construcción de la política” y esta forma de construcción de la política se caracteriza por la división del espacio social en forma dicotómica entre dos campos opuestos.

Lo que caracteriza el populismo es que se apela al pueblo (a los de abajo), en inglés hay una palabra muy clara desde este punto de vista al Underdog. Se apela a los de abajo frente al sistema de poder existente, ahora este tipo de apelación y este tipo de movilización se puede hacer desde el punto de vista de las ideologías más diferentes, de modo que no es posible decir que el populismo: (es bueno o el populismo es malo).

¿A qué se opone el populismo? se opone fundamentalmente al institucionalismo radical, es decir, a una visión de la política en la cual no hay confrontación entre fuerzas opuestas, sino que hay una unificación de todo el espacio comunitario en torno a ciertas formas institucionales.

“Populismo es un concepto a la vez elusivo y recurrente” (Laclau, 1985, p. 165). Este par de características obligan a la hora de pretender analizar el fenómeno tener presente que se trata de un tópico que suscita la ambigüedad y atrae interpretaciones contradictorias. Un ejemplo clásico de esta contradicción es el que tiene que ver con su carácter democrático o antidemocrático. Para pensadores como Margaret Canovan (1999) el hecho de que el populismo resalte la soberanía popular lo hace una expresión privilegiada de la democracia. Pero al mismo tiempo, trabajos como el de Abst y Rummens (2007), consideran la centralidad del líder y la mistificación de las masas como un grave problema que entorpece la democracia, ya que esta se caracteriza siguiendo a Lefort como el acontecimiento que le otorga un lugar perpetuamente vacío al poder. En este mismo sentido, como lo han demostrado los recientes acontecimientos en Estados Unidos y Europa, el populismo no se inclina inexorablemente por alguna tendencia ideológica en concreto, mucho menos por algún modelo económico.”

De acuerdo a Laclau el populismo es una dicotomización del espacio social, delineada por cadenas de equivalencia entre demandas, que terminan por hegemonizarse a través de un significante vacío, cuyo nombre (pero no concepto) es el de pueblo (Laclau, 2009, p. 96). Esta propuesta resulta ser un gran paso en el debate porque: 1. permite dejar atrás el problema de las definiciones del populismo que se hacen identificándolo con una ideología (así se pueden abarcar más casos), 2. No es necesario designarle algún lugar o tiempo específico al populismo dentro de lo social, puesto que su aparición puede darse en cualquier lugar/momento como articulación de demandas particulares (en razón de su carácter contingente) y 3. Proporciona un criterio claro para diferenciar al populismo de otras manifestaciones políticas a partir de una perspectiva (cuasi) trascendental, que permite preguntarse por las condiciones de aparición del populismo, dejando así de lado cualquier intento por determinar de manera atemporal y abstracta al fenómeno.

Laclau comparte la perspectiva democratizadora, aunque plantea una corrección en el enfoque adoptado: se deben examinar los elementos discursivos que entran en juego en el momento en que surge un movimiento que puede ser considerado como populista con el propósito de poder determinar las condiciones que permiten su emergencia.

El pensador argentino plantea también la necesidad de entender al fenómeno según perspectivas no esencialistas, que describan el proceso de constitución de las identidades colectivas, pero sin caer en indeterminaciones como la ofrecida por conceptualizaciones que utilizan los “parecidos de familia” de Wittgenstein[7] sin un sustento metodológico. Pero Laclau parte de una perspectiva ontológica que se pregunta por las condiciones de aparición del populismo, lo que le permite plantear una explicación ubicua y vacía de contenido ideológico. Sin embargo, no deja de señalar el modo en que lo social termina por configurarse a partir de la dinámica empírica de la política.

Pero el proyecto de Laclau no se detiene acá, implica una serie de tesis mucho más arriesgadas. En La razón populista (2005) conceptualiza al populismo como el fenómeno político tout court: “Invirtiendo el papel que generalmente se le asigna al populismo, este pasa, de ser un fenómeno aberrante e irracional en los márgenes de lo social, a ser el rasgo central y la racionalidad específica de lo político”.

Teniendo en mente el sentido de las demandas en Laclau, podemos continuar con su argumentación:

Si la demanda es satisfecha, allí termina el problema; pero si no lo es, la gente puede comenzar a percibir que los vecinos tienen otras demandas igualmente insatisfechas. Si la situación permanece igual por un determinado tiempo, habrá una acumulación de demandas insatisfechas y una creciente incapacidad del sistema institucional para absorberlas de un modo diferencial y esto establece entre ellas una relación equivalencial (2009, p. 98).

Hay que aclarar que son varios los presupuestos que se asumen acá, y que deberían especificarse más detalladamente para poder consolidar una propuesta más sólida. Por eso les recomiendo leer la obra de “Laclau” “La Razón Populista” y salir de esa anorexia intelectual en la cual se encuentran los que dicen ser de derechas. En coloquial hay que desasnarse.

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