El liceo Andrés Bello y Américo Martín

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Por. Alberto Navas Blanco

Nuestro LAB, es decir, nuestro liceo Andrés Bello, nos daba el orgullo de ser labistas a los muchachos que entre 14 y 18 años cursábamos el bachillerato durante la primera mitad de la década de 1970. Yo mismo, cursaba el cuarto año de Humanidades entre 1971 y 1972 y, como todo joven caraqueño, era rebelde, pero estudioso. Teníamos una confusa idea “foquista” de la protesta, íbamos al parque Los Caobos a jugar y éramos feroces opositores al gobierno del Rafael Caldera porque durante su primer gobierno se había generado la muerte de unos 32 estudiantes bajo la represión policial en protestas callejeras, frecuentemente de vocación violenta; y también por haber allanado y clausurado la Universidad Central.

De aquellos años recordamos mucho a excelentes profesores, como a Lupe Bencomo de León en Castellano y Literatura quien nos educó en Homero, Dante y Víctor Hugo; ella, al mismo tiempo, era profesora de la Universidad Central de Venezuela. Recordamos a otros compañeros,  como a Wilson Rovira, el famoso “War” en los disturbios más violentos, y a otros que fundamos un pequeño grupo insurreccional denominado “Las Arañas Negras” cuyas siglas eran LAN, al que la policía política de aquellos tiempos no pudo nunca identificar y, que por nuestras siglas, creían que se trataba de una “Liga Armada Nacional”.

Contábamos para entonces con algunos aliados como Ernesto Alvarenga, el “Negro” Ugueto y otros muchachos y muchachas que juntos enfrentábamos, casi a diario, a los famosos “Cascos Blancos” de la Policía Metropolitana de Caracas. Estos con sus “rolos” (flautas) y gases lacrimógenos nos respondían ferozmente, aunque muchas veces los hicimos retroceder. No éramos un grupo político sino un mecanismo espontáneo de protesta permanente al estilo del “Mayo Francés”.

El LAB era una institución tradicionalmente forjadora de líderes de importancia que se conectaba políticamente con la Universidad Central y otras universidades nacionales para formar en ellas otro nivel del liderazgo regional y nacional que, desafortunadamente, hoy ha desaparecido como mecanismo de formación generacional de líderes.  

Actualmente, son el Internet y la TV los que promocionan los figuras de “cartón” que mucho distan de las generaciones anteriores. Tal vez fuimos los estudiantes de los años de 1970 los últimos de esta dinámica histórica de la juventud política venezolana verdaderamente combativa. Asesinatos de estudiantes como el de Marvin Marín Sánchez, por la policía en el recinto de la UCV, no nos amedrentaban, sino que nos encendía un extraño y poderoso espíritu de lucha, aunque sin objetivos realmente claros, para ser sincero.

El LAB tiene unas raíces históricas que se hunden hacia fines del siglo XIX, con el nacimiento en 1884 de la llamada Escuela Politécnica Venezolana, que para 1905 pasó a denominarse Colegio Federal de Varones; luego, liceo Caracas en 1915 y, finalmente, el  liceo Andrés Bello desde 1925, con un novedoso edificio inaugurado en 1945.

Un recorrido histórico por sus aulas nos habla de maestros de calidad excepcional, entre quienes ha destacado hasta hoy Rómulo Gallegos, profesor y directivo del plantel; así como también estudiantes de elevada potencialidad entre los cuales cinco llegaron a ser presidentes de la República: Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Edgar Sanabria, Ramón J. Velásquez y Carlos Andrés Pérez.  Algo tenía que haber en nuestro liceo para poder producir seis jefes de estado venezolanos, sin incluimos al maestro Gallegos.

Uno de los líderes más representativos del Liceo Andrés Bello fue Américo Martín Estaba, caraqueño nacido en 1938, quien falleció el 16 de febrero de 2022, siendo todavía un joven de 84 años de edad, crítico y autocrítico, carismático y noble de sentimientos. Desde 1950 comenzó en el LAB, como dirigente juvenil de Acción Democrática, una carrera política contra la dictadura del general Pérez Jiménez; siguió luego la lucha armada desde el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) en la década de 1960, para reaparecer en la lucha parlamentaria como diputado entre 1978 y 1983.

A partir de 1992 pasó a ser un crítico certero y honesto contra los jefes del golpe de Estado de aquel año atroz y se mantuvo en una oposición racional frente a los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro; mientras que muchos de los lideruchos oportunistas de “izquierdas” se fueron tras los beneficios de posibles cargos públicos bien remunerados.

Américo es símbolo del líder auténtico, en sus triunfos y sus fracasos, no solo por haber sido bachiller del LAB o abogado de la UCV, sino por ser una persona consecuente con su propia responsabilidad histórica personal, tanto como agitador estudiantil en el liceo o la universidad; como guerrillero, que supo rectificar de semejante error estratégico; como preso político bajo diferentes regímenes, como exiliado, como amigo, como padre y como ciudadano.

Américo Martí es un ejemplo para nuestras nuevas generaciones de jóvenes sin líderes verdaderos; para los jóvenes que han emigrado con o sin razones válidas, para los que permanecen en Venezuela y han vivido las “verdes y las maduras” de la crisis estructural que sufrimos y para los que aún tenemos esperanzas en Venezuela y a quienes la vejez nos acecha cargada de recuerdos gloriosos.

ALBERTO NAVAS BLANCO |

Licenciado en historia de la Universidad Central de Venezuela, doctor en ciencias políticas y profesor titular de la UCV.

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