Por Edward Rodríguez.*
La madrugada del 20 de octubre, bajo la luz turbia que apenas iluminaba las calles
desiertas de Caracas, el coronel Pedro Tellechea, Ministro de Petróleo y Presidente de
Pdvsa, ficha del clan de los hermanos Rodríguez, despertó sobresaltado por el eco de
golpes insistentes en la puerta. Afuera, los hombres de la Dirección General de
Contrainteligencia Militar (Dgcim), espectros de un poder implacable, esperaban sin
emoción, ejecutando una orden que ya forma parte de la compleja coreografía de
traiciones y equilibrios que sostienen al régimen.
El aire, denso por el sofoco de la crisis interminable, traía consigo los susurros de
conspiraciones. Tellechea, otrora hombre clave en los intrincados pasillos de Pdvsa,
era ahora una ficha más en el tablero movedizo de un juego de poder que Nicolás
Maduro manejaba con manos temblorosas. Las acusaciones hablaban de la entrega
del Sistema de Control de la estatal petrolera a fuerzas oscuras del norte, como si en
ello se escondiera la maldición que mantenía a Venezuela a la deriva.
Diosdado Cabello, como un Fouché cualquiera, cuya sombra se extiende hasta los
rincones más profundos del chavismo, observaba desde lejos, con la mirada de quien
sabe que el control verdadero no se ejerce desde el trono, sino desde las sombras. Su
reciente ascenso al Ministerio del Interior no era sino una jugada más en esa partida
interminable de traiciones y lealtades efímeras que ahora le permite pasar factura a los hermanos Rodríguez, en especial a Jorge, acusado internamente del desastre electoral
del 28 de julio, poniendo en los sótanos de la Dgcim a su hombre de confianza en el
sector petrolero. En tanto Maduro, atrapado en su propia red, intenta sostenerse a
cualquier costo, entregando a sus propios hombres cuando las fuerzas ocultas del
poder lo exigen.
Maduro tras la detención del expresidente de Pdvsa, Pedro Tellechea: continuaré la lucha contra los traidores
Mientras tanto, el país asiste, casi en silencio, al espectáculo de su propia
descomposición. En cada rincón, el eco de las acusaciones de Tarek William Saab
resuena como un grito desesperado, acusando incluso a los aliados más cercanos de
traición. Es la paranoia de los que gobiernan desde la incertidumbre, de los que ven
enemigos en cada sombra. Y entre las maniobras internas, las purgas en el aparato de
seguridad que arrastró al General Iván Hernández Dala, y al Mayor General Gustavo
González López, de la Dgcim y el Sebin, en un acto en el cual el ministro de la
Defensa, Mayor General Vladimir Padrino López, como mandando una señal a quién
sabe, pasa el trago amargo amarrando sus manos para no aplaudir ese anuncio
purgatorio hecho por Maduro.
Un cuadro que muestra un régimen que, a medida que más purga, más se debilita. Cada destitución, cada arresto, es un clavo más en el ataúd de un sistema que parece más cercano a su fin, como lo corrobora el portazo en pleno rostro que recibió Maduro de Celso Amorín, representante de Brasil, cuando intentó que aceptaran a Venezuela en los Brics, un espacio en el que Putin pareciera imponer sus intereses con el cuento de la multipolaridad, contra el desagrado de Lula y Xi Jinping.
Así, en el laberinto de intrigas, Pedro Tellechea, no es más que otro sacrificio en el altar
de un poder que se tambalea bajo el peso de sus propios fantasmas. Y mientras la
maquinaria chavista seguía su curso, el país se preguntaba, como en una tragedia
anunciada: ¿cuándo llegará el inevitable final?
*Periodista y analista político.