Por Juan Viale Rigo
Muchos habrán escuchado la conocida frase “divide y vencerás”, atribuida al emperador romano Julio César. Sin embargo, en el contexto venezolano, donde muchos han visto éxito en atacar a los líderes opositores para capitalizar con el descontento de la población, replanteé la frase a “divide y venderás”.
Desde hace un tiempo muchos de los columnistas, opinadores, usuarios de Twitter y algunos políticos han optado por dedicar día tras día a cultivar la división y fomentar el descontento a través de constantes ataques al actual establishment político opositor, con lo cual consiguen crecer en las redes sociales a pasos agigantados y ganar adeptos. No es de sorprenderse teniendo en cuenta que nuestra sociedad, cada día más infantilizada, escoge la crítica basada en el morbo antes que una crítica estructurada en la objetividad.
Quiénes han conseguido el éxito de esta forma, en ocasiones emiten críticas con base en errores reales, pero algunas otras –como si se tratara de una estrategia de marketing político– consiguen en el más mínimo error una oportunidad de introducir ese discurso complaciente con el descontento e inquisidor con el líder opositor de turno. Juan Guaidó, hasta ahora, es el político predilecto de estos jueces de la moralidad y los valores ciudadanos. Las malas decisiones y las grandes expectativas generadas por el presidente interino han creado grandes decepciones en la población venezolana que muchos usuarios que hoy lideran el pensamiento público han visto como una oportunidad para crecer en redes y fidelizar a los usuarios activos en torno a un “enemigo” en común.
Recientemente pude comprobar que los constantes ataques y el rechazo a Juan Guaidó no eran asunto de criterio, sino de conveniencia. Y es que ante la toma ilegal de la Asamblea Nacional (única institución legítima que queda en Venezuela) muchos opinadores llegaron a tildarla de circo, cuando cualquier ciudadano pensante debió haberla rechazado y denunciado. Pero es que los usuarios de Twitter se han dejado sesgar tanto por el odio, que hoy por hoy buscan la forma de responsabilizar a la actual oposición por acciones criminales de la dictadura usurpadora.
Lo que muchos opinadores no entienden es que la única institución legítima que tiene Venezuela es la Asamblea Nacional y que nuestra república respira por 100 diputados que gozan de la legitimidad otorgada por el sufragio. Por más diferencias que podamos tener con Guaidó, este no deja de ser el último pilar sobre el que yace nuestra mancillada Constitución.
Como venezolano me siento profundamente decepcionado de todo aquel que valiéndose de su condición de ciudadano opta por fomentar la división para beneficio personal en una situación tan penosa como la que atraviesa nuestro país. Y es que no solo están cultivando la división para beneficio personal, sino que también están dando rienda suelta al odio y cada día son más irracionales e injustos a la hora de reclamar o exigir, cuando muchas veces el mayor aporte que dan es un tuit. Lo realmente preocupante es que cada día nos alejamos más de las soluciones por estar pendientes de sacarle el jugo a cada detalle negativo de nuestros líderes.
Siempre he pensado que nadie hace nada sin tener un interés subyacente, y es que nadie se levanta de la cama en la mañana para ir a trabajar si no hay dinero de por medio, o dedicar horas a cultivar una amistad con alguien sin esperar o desear compañía y reciprocidad. Hasta la decisión más básica que tomamos en nuestro día a día se impulsa por un interés. En el caso más altruista se ve recompensado por la satisfacción de haber hecho lo correcto. Apoyado en esa creencia muy personal que en esta oportunidad les comparto, considero que ningún periodista, columnista o un simple usuario de Twitter critica, ataca o saca a relucir el más pequeño error sin esperar retribución por parte de los usuarios descontentos. Es muy fácil crecer en las redes diciendo lo que la gente quiere oír, creando confrontación y abalanzando a los usuarios contra un enemigo en común. ¿Pero dónde queda la ética? Hasta cuándo permitimos que nuestra desgracia se convierta en un lamentable tema de cotilleo al mejor estilo de la farándula más carroñera.
Mientras sigamos centrados únicamente en los errores que nos disgustan, nos alejaremos más del gran problema que nos atañe y difícilmente logremos dar con la solución real a nuestros problemas. Hay muchas propuestas, escenarios y estrategias para reconquistar la libertad… No sé cuál vaya a dar resultado –soy de los que creen hasta en la más fantasiosa para no amargarme–, pero sé que un país no se cambia por Twitter. Mucho menos centrándonos siempre en lo negativo. Espero estar errado y estas miles de personas que diariamente dedican su tiempo a atacar políticos opositores consigan la caída de Maduro… Bueno, olviden lo que les comenté sobre mi fe en salidas fantasiosas. Esto, sin duda, no es un escenario posible.
Este artículo de opinión tiene como finalidad fomentar la reflexión sobre los contenidos que consumimos. Cada vez son más los usuarios que crean un entorno negativo en redes sociales y otros más los que forman parte de este. Si no cambiamos nuestro entorno, no esperemos cambiar nuestro país. Si no cambiamos nuestro entorno, no esperemos cambiar el mundo.
Juan Viale Rigo es columnista, escritor y activista opositor.