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miércoles, 9 octubre, 2024

Anormalidad democrática vs. normalidad autoritaria

Así como los venezolanos votaron lo que sentían el 28 de julio, siendo el momento cívico y político más prometedor y decisivo de su vida personal, familiar y del país tras muchos años de dificultades y de imposibilidad, ahora el madurismo se propone que la negatividad que promueve estratégicamente les haga pensar a los opositores que es mejor callar y no hacer más nada, dejar pasar el fraude y seguir como si aquello no pasó y como si no fuera a pasar tampoco nada más

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Por: Alfredo Rojas-Calderón

A diferencia de cómo ocurre en los países democráticos con mayor o menor institucionalidad, en los cuales cambian los climas de opinión, en un régimen autoritario como el venezolano se pasa de un clima emocional a otro. Cuando se trata de una estrategia del gobierno, cuyo poder se ejerce de hecho y materialmente, no se explica solo por las restricciones a los derechos fundamentales y a las libertades individuales, sino, y, sobre todo, porque su objetivo es, precisamente, hacer sentir su presencia en el mando, incluso haciendo ruido cuando basta con decir cualquier cosa. También busca hacer valer su fuerza en las calles, imponiendo su represión y la sumisión.

El pasado 28 de julio, los venezolanos votaron lo que sentían, siendo el momento cívico y político más prometedor y decisivo de su vida personal, familiar y del país, tras muchos años de dificultades y de imposibilidad. Ahora el madurismo promueve estratégicamente la negatividad, para hacerle pensar a la mayoría que le rechazó que es mejor callar y no hacer nada más, aunque ya habló con sus votos y ha demostrado su triunfo. Quiere que dejen pasar el fraude y seguir como si aquello no pasara y como si no fuera a pasar tampoco nada más. Su fin es instaurar una normalidad autoritaria, basada en la desesperanza, la conformidad y el inmovilismo.

La pretención del régimen dictatorial ha sido generar tras el robo electoral una atmósfera de terror, de por sí asfixiante. Es difícil gestionar y más aún contrarrestar un clima emocional centrado en los sentimientos negativos, como el miedo, la frustración y la tristeza, porque estos condicionan más rápido y fácilmente las actitudes y los pensamientos, se instalan en el ánimo propio y general, y son casi irreversibles desde lo cognitivo y la racionalidad. Solo un acontecimiento detonante o desencadenante puede generar otro clima afectivo que termine con el negativo y restablezca el optimismo y la motivación a la acción.

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El ambiente público venezolano se compone de batallas de sensaciones, entre ganadores y perdedores, entre quienes triunfan y quienes cargan con las derrotas, de cada acción y cada día. Cada parte espera el quiebre o el paso en falso de la otra. Es inevitable, por ejemplo, que la salida forzada del país de Enmundo González Urrutia, por más razones que la expliquen, haya abatido a la mayoría de los venezolanos que lo eligieron presidente electo. Pero si además el gobierno autoritario, con su supremacía comunicacional, se propone crear y reforzar ese malestar, el impacto es más contundente, sin importar la verosimilitud de sus dichos y hechos.

La estrategia de Maduro se dirige a quienes saben que no es el presidente –la amplia mayoría que votó por la unidad y por otros candidatos, pero para hacerles sentir que es quien manda, que nada ha pasado y que nada ha cambiado, y para que eso le haga cambiar su pensamiento, desde la emotividad, no desde las razones que es incapaz de dar. También, para que pierdan su energía combativa, abandonen a su liderazgo y se olviden de la política, porque la quiere resignificar como imposibilidad. Les va llevando a que se dediquen a lo suyo, a resolver económicamente su día a día. A los suyos, por su parte, les va renovando, cada vez, un enemigo contra quien arrojar el rencor.

Con los relatos absurdos y las palabras huecas, Maduro y los suyos buscan mantenerse simbólicamente, aunque sus mensajes no lleguen a nadie, aunque tampoco les creen y, mucho menos, les apoyen o más bien produzcan más rechazo, cuando no una risa trágica. Aunque parece que hablan mucho, dicen poco, a veces nada, pero les alcanza con hacer ruido, con ocupar el espacio público, con estar y no dejar de ser visto y de que se sienta su existencia. Se han tropezado con el perfil moderado de un González Urrutia que les desespera. Habla con firmeza sin levantar la voz y la mayoría le presta atención sin decir ninguna palabrota. Transmite la tranquilidad, la certeza y la sensatez que aquellos no tienen.

¿Puede hacer algo el comando opositor para hacerse con el control de la conversación pública? Peor que la prudencia o la no-decisión es la inacción y mucho peor que equivocarse es la pasividad. Lo mismo que durante la etapa preelectoral, en medio de la anormalidad democrática, la oposición no puede hacerlo con unos medios bajo presión y censurados, pero sí puede avanzar con una estrategia política y social de transversalización. Es, por su propia naturaleza, contraria a la polarización afectiva que no favorece al liderazgo opositor. Ese es el terreno en el que el madurismo le plantea la confrontación para procurarse un mayor control.

Una estrategia transversal es extensiva y abarcadora. Implica tanto a los actores como a los asuntos o problemas sociales o públicos. Permitiría ir más allá de hablarle al país de vez en cuando. Mejor, en las actuales circunstancias, es hablar con el país, todo el tiempo y a la vista de todos. Esto es clave para la oposición. Maduro y su gobierno intentan manejar la opinión pública desde arriba e invertir las prioridades en las preocupaciones de los venezolanos con una cortina de humo cada día. Al conflicto con España seguirá otro ficcional.

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María Corina Machado, González Urrutia y la oposición toda pueden apropiarse de la agenda temática de forma sectorial. Para ello, sería necesaria una nueva fase de su lucha política, que conlleve la incorporación de otros partidos y líderes, tanto nacionales como regionales, en un comando ampliado y reforzado, en el que también y sobre todo participen representantes de la sociedad organizada. Esto serviría para hacer ver esa mayoría que votó el 28 de julio, revelada desde cada parte profunda del país.

Para la oposición es crucial mantener el clímax emocional del 28 de julio, porque la estrategia del gobierno autoritario sigue siendo, precisamente, desmotivar y desmovilizar a esos venezolanos que se manifestaron determinantemente aquel día. Este plan contempla, además, como también es conocido, sobrevivir cada día, ganar tiempo, demorarlo todo, en su propósito de que la exaltación se vaya deshaciendo, por impotencia, por decepción, por desaliento. Por ejemplo, ya se habla mucho menos de las actas de los resultados electorales y de su verificación independiente e internacional sin que esto haya quedado resuelto ni mucho menos.

La pérdida de la confianza mayoritaria con la que cuenta y que aún resiste es el mayor riesgo que corre el liderazgo de María Corina Machado. No parece ser la mejor opción estratégica que ella comunique sola o con apenas unos pocos, de manera esporádica y sin certezas de futuro. Preservar su conexión afectiva es esencial. Y esta vertiente emotiva no está reñida con las preocupaciones y discusiones públicas. De hecho, no se trata de proyectar una escenificación política alternativa, sino de proyectar una lógica de racionalidad democrática e institucional, de problemas y propuestas de soluciones, de esas situaciones que han retroalimentado las expectativas de cambio. La paralela es la realidad que Maduro pretende imponer. La realidad real es la de los problemas que afectan a los venezolanos y sus familias día a día, pero que además retratan al desgobierno de Maduro.

No se trata de constituir un frente, ni de resistencia civil; más bien de una ofensiva integrada de país, que ponga en perspectiva la fuerza que se expresó en las urnas, su organización y, especialmente, su anchura y su profundidad social. En cada sector del país y en sus organizaciones sindicales, gremiales, empresariales, ciudadanas, universitarias, religiosas, deportivas y de todo tipo está esa representatividad que complementa el liderazgo político. Hay que ir al encuentro, dejarles ver y que hablen de sus problemas. La anormalidad les arropa a todos.


Alfredo Rojas-Calderón es profesor universitario de grado y postgrado, doctor en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid y doctor en Ciencia Política por la Universidad Simón Bolívar, así como consultor político, de opinión pública y gestión de intereses. Autor de varios artículos de investigación publicados en revistas y libros científicos y académicos. Su espacio de divulgación y discusión sobre Comunicación Política en Instagram es @verbocracia.

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