Por: María Verónica Degwitz
El nuevo documental de Netflix El Dilema Social ha revolucionado las redes sociales. Más allá de algunas críticas sobre su pobre ejecución en la dramatización, o de lo paradójico que es que Netflix no se incluya entre las aplicaciones que contribuyen a la pérdida de libertad de los usuarios, el tema que se discute en el documental es muy válido y pertinente en estos tiempos.
Los ejecutivos que participan en el documental hablan de cómo la monetización de las empresas de redes sociales convirtió su diseño y programación en una red en la que los usuarios somos los productos y cómo esta realidad ha cambiado el mundo. Poco a poco, y sin darnos cuenta, los patrocinantes han logrado modificar nuestra conducta y nuestra manera de pensar a través de un sistema de gratificaciones que busca mantener nuestra atención el mayor tiempo posible.
Aunque el documental parezca un poco fatalista, y poco balanceado, su idea principal merece la atención de todos: ¿Necesitamos más regulación en el ámbito de las redes sociales? ¿Somos los usuarios capaces de cambiar conscientemente nuestros hábitos de uso de redes? ¿Cómo modifica la tecnología nuestra visión del mundo?
Una idea fundamental es revelar cómo las redes han cambiado nuestra manera de acercarnos a la realidad. Poco a poco hemos ido creando unas pequeñas cámaras de resonancia en las que oímos y repetimos una y otra vez nuestra opinión sobre los hechos que acontecen en el mundo. Pensemos: antes los medios de comunicación eran limitados (prensa, radio y televisión) y nuestro conocimiento de la realidad estaba condicionado a estos medios. Hoy en día podemos conocer hasta las realidades más lejanas y complejas, sin embargo, lo hacemos a nuestra medida, escogemos lo que queremos saber, y probablemente ni siquiera tenemos acceso a la noticia real, sino a la interpretación que ciertos personajes o medios le dan a esa noticia. Estamos expuestos a mucha opinión y poca información, y así vamos poco a poco formando nuestra opinión sobre la realidad.
Una idea fundamental es revelar cómo las redes han cambiado nuestra manera de acercarnos a la realidad. Poco a poco hemos ido creando unas pequeñas cámaras de resonancia en las que oímos y repetimos una y otra vez nuestra opinión sobre los hechos que acontecen en el mundo. Pensemos: antes los medios de comunicación eran limitados (prensa, radio y televisión) y nuestro conocimiento de la realidad estaba condicionado a estos medios
María Verónica Degwitz
Esto trae necesariamente consecuencias de radicalización en cuanto a las ideas que profesamos: ya no solo vemos el mundo de una manera, sino que no podemos entender que haya otros que no lo vean como nosotros. La civilidad en las discusiones se ha terminado porque nos radicalizamos tanto en nuestra propia visión de la realidad que el que piensa distinto es visto como un enemigo. “Fascista, racista, comunista, traidor, vendido” son epítetos que se repiten millones de veces en las publicaciones de usuarios de todo el mundo, y esta incapacidad para aceptar las visiones contrarias se ha llevado a la vida real: familias rotas, amistades terminadas y altercados físicos entre personas que no pueden entender cómo otro puede pensar distinto.
Las noticias falsas o “fake news” también han contribuido a este clima de radicalización. No es suficiente con solo oír tu versión de los hechos, sino que ahora estás bombardeado de noticias que parecen increíbles y que refuerzan cada vez más tu opinión o ideología. Las democracias están en peligro, pero no sólo desde el punto de vista gubernamental: el tejido social se ha visto deteriorado y la radicalización nos ha llevado a pensar que si el bando contrario accede al poder, el mundo se acabará.
¿Cómo volver a la civilidad? Una de las entrevistadas recomienda exponerse a visiones distintas en las redes, seguir cuentas o personas con opiniones contrarias para no encerrarnos en nuestra cámara de resonancia. Pero pienso que no es suficiente. Necesitamos volver a la civilidad, generar cultura de encuentro, buscar sinceramente la verdad. El pensador norteamericano Robert P. George hace esta recomendación: “Evita envolver tus emociones con tanta fuerza alrededor de tus convicciones que te conviertas en un dogmático. Haz todo lo posible para evitar mirar las cosas a través de un lente ideológico o alguna narrativa particular. De lo contrario, interpretarás todo lo que ‘ves’ como un refuerzo de lo que ya crees. Examina las cosas desde diferentes ángulos y perspectivas. No te permitas crecer tan profundamente apegado a tus opiniones que las favorezcas sobre la verdad misma. Enamorarte de tus opiniones te cegará ante la verdad”.
Tenemos que ser capaces de despegarnos un poco de nuestras opiniones, de desprender nuestras emociones del discurso y alejarnos de la radicalización. Tratemos de ser más empáticos y comprensivos, y de entender que nuestras experiencias pasadas contribuyen a nuestra visión del mundo, pero que los demás pueden haber tenido experiencias distintas que los lleven a pensar de otra manera. Tenemos que salir de esa pequeña cámara de resonancia que hemos construido y entender que llegar a acuerdos y escuchar al otro son condiciones indispensables para conocer la verdad. Si no logramos hacerlo, terminaremos perdiendo nuestra humanidad, y ese es el verdadero dilema social.
MARÍA VERÓNICA DEGWITZ | @enlasalademicasa
Comunicadora Social y Máster en Ciencias de la familia. Mamá de 5 niños y autora del blog enlasalademicasa.com