Por Gloria Cuenca
Conocí bastante al maestro Antonio Pasquali, como docente, como investigador y académico. Hace unos cuantos años, a raíz de un homenaje que se le rindiera en la Escuela de Comunicación Social —siendo Adolfo Herrera el director, en la UCV— pude aproximarme a su persona y conocer de su ethos, su manera de ser. No era de carácter fácil.
Le encantaba comer bien, era un extraordinario chef. Como retribución, nos invitó a su casa, a una exquisita comida cocinada por él. Para mí, no solo fue una sorpresa lo maravilloso que cocinaba, sino que su biblioteca estaba en la cocina. Hizo toda clase de platos y platillos.
Fabricaba el chocolate, de acuerdo con su inventiva e imaginación. Fue un banquete extraordinario. Una sobremesa excepcional, que nos dejó un sabor imborrable y un recuerdo maravilloso.
Luego, Adolfo enfermó y nos dejó. Comencé a salir y a viajar. Encontré al profesor Pasquali en diversas oportunidades, en aeropuertos, restaurantes, librerías, algunas veces en la radio y la televisión, en los pasillos de la universidad, nuestra casa. Siempre optimista, amando a Venezuela. Con los años, al darse cuenta del total desastre, se volvió indoblegable en su lucha por la libertad de expresión e información.
Expresaba molestia, se horrorizaba de la situación a la que los medios, la comunicación y la información llegaron. Luchó desde la Unesco por lograr que se aprobara una nueva generación de Derechos Humanos: los de la comunicación. No vio ese deseo cumplido, pero sí los rasgos constantes de los estudios del proceso de la comunicación. Su impulso y vitalidad se basaron en una concepción ética. Fue un excelente profesor de la materia, dio un contenido concreto. Reunió ambos conceptos: ética y comunicación, para dar orientación a sus seguidores. La ciencia de la comunicación, la comunicología, como la designó el profesor Luis Ramiro Beltrán, se transformó en prioritaria para él.
La investigación, el progresivo descubrimiento de sus aspectos, la necesidad de entender que la comunicación auspicia el desarrollo y no hay comunicación que impulse el desarrollo sin democracia, fueron ideas constantes en su pensamiento. También volvió la mirada al derecho y auspició la necesidad de nuevas normas de la comunicación. Su obra fundamental está dedicada al estudio de la comunicación y son trascendentales sus escritos, ensayos, artículos, entrevistas y crónicas, siempre referidas a lo comunicacional, que hemos seguido por años, en periódicos y revistas. Esperemos que su nieto, a quien él tanto amó y que, a su vez, era una referencia fundamental de amor hacia él, pueda recopilar ese valioso legado para poder estudiar y comprender su extraordinario pensamiento. No dejar “la Comunicación Interrumpida” sino “Comprender la Comunicación”.
¡Paz a sus restos, que descanse por siempre!
@EditorialGloria