2021: una serie de eventos desafortunados

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Por: Paulino Betancourt

La humanidad parece estar muy ocupada por estos días. Tan pronto como la pandemia del COVID-19 comenzó a retroceder, una nueva variante hizo temblar al mundo, mucho más contagiosa que las versiones anteriores del coronavirus. Al mismo tiempo, se han estado produciendo inundaciones en Europa y en la provincia china de Henan, mientras enormes incendios forestales se desatan en Siberia y en los EE. UU. Solo en la última semana, las temperaturas en Turquía se acercaron a los 50 °C, mientras que Sudáfrica y Brasil se congelaron. Además, en una serie de países como Afganistán, Cuba y Haití, por nombrar sólo tres, parece que el orden político amenaza con romperse. 

Resulta irónico ver las imágenes de automóviles arrastrados por las lluvias torrenciales, esos mismos automóviles que generan los gases de efecto invernadero y contribuyen con el cambio climático. ¡No tengo dudas, debemos tomarnos más en serio la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero! Viendo lo anterior superficialmente, podríamos decir que son “una serie de eventos desafortunados”, no más que una coincidencia muy desagradable donde al mismo tiempo ocurren una pandemia, eventos climáticos extremos, así como una ola de malestar social y político. Sin embargo, al examinarlo más de cerca, podemos proponer que existen conexiones entre estos eventos.

El clima global está desequilibrado. La reacción de nuestro clima a las emisiones de gases de efecto invernadero no es inmediata. El calentamiento y los eventos climáticos resultantes que vemos hoy son una reacción a las emisiones que ingresaron a la atmósfera hace décadas. Los científicos estiman que, incluso si cumplimos los objetivos de reducción de emisiones globales, se producirá una cierta cantidad de calentamiento. Eso llevará al planeta para finales de siglo a un incremento entre 1,5 y 2 °C, respecto a los tiempos preindustriales. 

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Parece como si el planeta llegara a su límite. Dadas las restricciones de nuestras tecnologías energéticas existentes, no podemos soportar mucho más allá con la población actual de 7,9 mil millones de seres humanos sin perturbar al mundo, además las Naciones Unidas proyectan que llegaremos a 10,9 mil millones para finales de siglo.  ¡Dudo que podamos frenar ese número! Es precisamente la expansión de los asentamientos humanos lo que ha aumentado la probabilidad de que surjan nuevas enfermedades zoonóticas. La masificación de los viajes aéreos internacionales ha incrementado la posibilidad de que surjan pandemias. La forma como hemos cambiado el curso de los ríos, ha aumentado las inundaciones desastrosas. 

Las oleadas de pandemias coinciden con el clima severo. Estos desastres naturales precipitan luego crisis económicas, sociales y políticas. Como era de esperar, son algunos de los estados más débiles del mundo los que han sido los primeros en sucumbir a este tipo de contagio. Afganistán se está hundiendo bajo el dominio de los talibanes, un régimen teocrático con una visión del orden social que se remonta incluso más allá de la Peste Negra. Cuba, una de las últimas dictaduras que quedan, está al borde del colapso, privada de los ingresos del turismo que mantuvo a flote su economía. Haití, ahora se ha convertido en un caos total tras el asesinato de su presidente, Jovenel Moise. Myanmar está al borde de una guerra civil tras un golpe militar. 

Es muy probable que otros países pobres sigan el mismo camino. Unos 155 millones de personas en 55 países sufrieron una aguda escasez de alimentos o una hambruna total en 2020, según el Informe mundial sobre crisis alimentarias de 2021, un aumento de 20 millones en comparación con 2019. El Índice de Paz Global más reciente, publicado por el Instituto para la Economía y la Paz, nombra a Azerbaiyán, Bielorrusia, Burkina Faso, Honduras y Zambia como los cinco “países más deteriorados” en términos de estabilidad política, Venezuela ocupa el puesto 149 de 162. El Índice también estima que hubo un aumento del 10% en manifestaciones violentas en 2020 con respecto al año anterior. La inestabilidad política se deterioró en 46 países.

En cuanto a la relación entre turbulencia política y repercusiones económicas, un nuevo estudio publicado por tres economistas del Fondo Monetario Internacional indica que hay una especie de ciclo de retroalimentación, en el que un evento de disturbios importante se asocia con una reducción de un punto porcentual en el PIB seis trimestres después del evento, e identifica una frecuencia creciente de eventos de malestar social desde mediados de la década de 1980, con picos en 1999, 2011 y 2019. Metodij Hadzi-Vaskov, Samuel Pienknagura y Luca Ricci citan las protestas de los chalecos amarillos en Francia en 2018 y las manifestaciones a favor de la democracia en Hong Kong un año después, como ejemplos del proceso mediante el cual las protestas empeoran significativamente la situación económica de un país.

Sin embargo, no debemos angustiarnos pensando que este año es un annus horribilis que de repente trajo todos estos males al mundo. Ciertamente, la cascada del desastre es omnipresente, a medida que se desarrollan las consecuencias sociales y políticas de la pandemia, las cuarentenas y el clima extremo, nos enfrentamos a mayores dificultades. Aunque las tendencias hacia una pandemia y una crisis del orden público eran visibles mucho antes del año pasado.

De lo anterior, queda en evidencia la interrelación que existe entre las crisis políticas y sociales, el cambio climático y la aparición de nuevas enfermedades. Esto no quiere decir que no podamos superar estos problemas. Lo vivido este año debe servirnos de experiencia para tomar los correctivos necesarios que nos lleven a restablecer el equilibrio del planeta.


PAULINO BETANCOURT | @p_betanco

Investigador, profesor de la Universidad Central de Venezuela, miembro de la Academia Nacional de Ingeniería y Hábitat.

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