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jueves, 28 marzo, 2024

«Quiero que llegue la luz pa’ poderle comprar comida a mis hijos»

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Maracaibo.- Deyanira Ferrer cumplió 206 horas sin electricidad a las 12.00 del mediodía de este miércoles. A esa hora se encendieron los bombillos que estaban apagados desde hace nueve días, desde el lunes 25 de marzo. Sus seis hijos gritaron y ella corrió a conectar su celular, que estaba descargado desde hace cinco días.

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La alegría que sintieron tras pensar que sus días volverían a la normalidad les duró poco. Solo ocho minutos. Esos 480 segundos no le sirvieron para encender su teléfono y mucho menos para enfriar un poco de agua, y así no seguir saciando su sed con agua caliente, como lo hacen desde hace seis días cuando se les terminó el hielo que conservaban en la nevera.

Estar sin electricidad no es lo que más le preocupa a Deyanira, quien trabaja como administradora de un colegio público en el sector Los Altos II -a una cuadra de su casa- en la parroquia Francisco Eugenio Bustamante, al oeste de Maracaibo. Su angustia es poder comprarle comida a sus hijos.

«Tras los saqueos y por los apagones (del 11, 12 y 13 de marzo) comprabamos el día a día y estos días por aquí no ha habido punto ni internet. No tengo efectivo ni siquiera para un pasaje. Es una carrera de obstáculo que mantenemos para medio comer», contó.

Los ingresos de Deyanira Ferrer ya se diluyeron. Su esposo que se fue a trabajar a Colombia le envía dinero, pero tiene 15 días que no habla con él. Antes de que se le descargara el celular, ya tenía días sin señal.

Sus hijos, tres varones -unos morochos de tres años y otro de cinco años- y tres niñas de seis años, siete años y 12 años, entienden la situación, pero a ratos le preguntan si ya hay punto de venta en la tienda, si van a poder volver a la escuela, si algún día podrán beber agua fría y cuando oscurece le piden la cena. «Eso es lo más duro; con todo el dolor del mundo, los he acostado sin comer», dijo con la voz entrecortada y sin poder contener sus lágrimas; un situación inédita en su familia.

«Yo quiero que llegue la luz pa’ poderle comprar comida, pa’ poderle dar a ellos sus jugos, su alimento, pa’ que no pasen necesidades», dice Deyanira, quien es interrupida por su hijo de cinco años y le pregunta a ella y a sus hermanas: «Se imaginan que ahorita estemos comiendo galletas con batido de cambur». María, la niña de siete, le responde: «No, no pensemos en eso».

Deyanira y sus seis hijos viven en la casa de sus padres, una vivienda de tres cuartos, de paredes de bloques y techo de zinc, con una cerca alta y protecciones en sus puertas y ventanas para mayor seguridad. La sala es hoy como una especie de dormitorio principal. Ahí reposan los colchones y cuelgan dos hamacas que usan en las noches para dormir y así tener mejor ventilación y evitar sudar de noche. «Realmente yo no duermo. El estrés que uno tiene no te lo permite. Yo sólo le pido a Dios que esto termine», dijo.

Sin comer por el apagón 

Los niños González Ferrer no están desnutridos. Todos tienen talla y peso acorde a la edad. Su deficitaria alimentación ocurre desde hace cinco días, cuando ya en su casa llevaban cuatro sin electricidad y las reservas de comida se agotaron. Este miércoles desayunaron caraotas, lo único que había en la despensa; el lunes y martes almorzaron en su escuela que -aunque está cerrada- dieron a sus alumnos arroz y lentejas. Para el almuerzo y la cena de este miércoles no había nada.

«Esto es un caos. Es duro. Estamos sobreviviendo. Es una impotencia muy grande lo que siento», repite sin dejar de llorar. «Yo nunca pensé que podiamos pasar esto y menos en este país que tiene tantas riquezas. Yo entiendo que algunos pasaran necesidades por la condición en la que vivían, pero todo un pueblo entero no es posible».

En Maracaibo habían decenas de sectores que hasta el mediodía de este miércoles, no les llegaba la electricidad desde el 25 de marzo, cuando se registró el segundo apagón nacional.

El jueves y viernes la electricidad se distribuyó de manera intermitente en casi toda la capital zuliana. Pero el viernes 29 de marzo, ocurrió un nuevo apagón y el servicio comenzó a restablecerse de nuevo el lunes 1 de abril a las 9.46 de la noche y solo dura algunas horas: entre cinco y 12. Luego se aplican racionamientos que como mínimo tardan 24 horas.

Penurias por el apagón 

Ferrer no es la única que está en esa situación. Yanerlin Cartas está embarazada. Tiene nueve meses, espera por la hora del alumbramiento para ir a la maternidad Castillo Plaza: «Me dijeron que allá hay planta. Espero que sí, porque no tengo más adonde ir».

Ella tiene dos hijas de siete y 12 años. A sus niñas no le falta la comida pero a ella sí: «Ya nos quedamos sin plata. Yo trato de que ellas coman y yo como solo una vez al día».

Cartas no trabaja y su esposo es electricista, un oficio que hoy en una de las ciudades más apagadas de Venezuela no da mayores ingresos. «Yo no sé cuánto más podemos aguantar. Yo tengo nueve dias sin luz. Eso es inhumano», dijo la mujer de 35 años que reside en el barrio Rafael Hernández, vía Los Bucares al oeste de Maracaibo.

Cartas, al igual que Deyanira Ferrer, descarta que los apagones se deban a sabotajes como asegura el gobierno de Nicolás Maduro.

«No creo que un sabotaje dure tanto tiempo. Te lo hacen la primera vez, pero dos, tres, ciatro, cinco veces en el mismo lugar. Eso es mentira», comentó.

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