La Vela.- Acomodaditos bajo un cují, desde donde se puede observar el mar y el puerto de intercambio comercial con las Antillas holandesas, se apostaron los familiares de los 32 desaparecidos en una embarcación sin nombre ni siglas que salió ilegalmente desde Falcón con destino a Curazao el pasado viernes siete de junio.
Todos se conocen, saben de qué familia son y dónde vive cada uno de los desaparecidos, porque todos en La Vela se tratan con cercanía. El dolor está intacto. Se acercan, se abrazan, se dan mensajes de aliento; algunos se atreven, por momentos, hasta de hacer chistes. Es un vaivén constante de emociones que los acompaña desde la misma noche de ese viernes siete de junio.
Unos llevan café, otros pan y otros tazas con comida a la hora del almuerzo para compartir, aunque hay quienes ni siquiera han querido salir de sus casas: ver el alboroto de La Vela los pone más nerviosos.
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Allí, en ese espacio, no se habla de otra cosa sino de las hipótesis que van surgiendo mientras transcurren las horas de lo que pudo haber pasado a las 32 personas que iban en la embarcación con el marino más experimentado de los viajes, conocido como “Wido”.
En esta población poco se habla del lanchero que hizo el viaje junto a su esposa y su cuñado, conocido como “Pechón” . No lo hacen por miedo o para no dañar la imagen de estas personas pues no conocen realmente qué pudo haber pasado, simplemente, no los cuentan como desaparecidos.
“Nosotros estamos aquí porque en La Vela todos somos familia. Esa embarcación completa iba llena de gente de aquí, de nosotros y aquí estaremos hasta que sea necesario”, gritaba un pescador mientras se alejaba de la sombra del cují para sentarse a orilla de la playa a contemplar la tarde.
Los que tienen carro, se han unido para ir por toda la orilla de playa de la costa falconiana, mientras que otros han optado por rastrear las zonas de los pueblos vecinos; tienen la idea de que están secuestrados por el narcotráfico. No les importa arriesgar su vida, les importa hallar a sus familiares de la forma que sea.
Wilfredo Paredes llegó de Colombia cuando supo que su hermano y su esposa estaban desaparecidos. Desde entonces, solo toma tiempo para comer e ir al baño. Cree fielmente que su hermano está vivo, incluso está más pendiente de las redes porque cree que en cualquier momento puede aparecer una publicación que informe que fueron rescatados.
“Tenemos mucha inquietud, hay muchas versiones, el tiempo pasa y nosotros no tenemos respuestas”, se lamentaba molesto mientras reflexionaba sobre la idea de que si estuviesen muertos, estarían los cuerpos esparcidos en el mar. Los rastreos que han hecho los pescadores y la Guardia Costera, vía aérea y marítima, no han arrojado ningún resultado.
En esta montaña rusa de emociones culmina el día tanto para quienes regresan a casa como para aquellos que, al caer la noche, aprovechan para hacer un balance del trabajo realizado y planificar la búsqueda del día siguiente. Grupo de primos, amigos y hermanos se cuentan entre quienes llegan para discutir ideas, planes de búsqueda y hasta especular sobre lo que pudo haber pasado la madrugada de ese viernes 7 de junio.
Cerca de las 11:00 de la noche cada quien vuelve a su hogar, sin poder descansar, sin poder dormir, aunque ya ha pasado más de una semana de aquel día cuando sel dieron el último abrazo. Los cuerpos quebrantados, cansados y llenos de incertidumbre repiten la misma historia al día siguiente.
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Aseguran que no se descansarán hasta tener respuestas concretas sobre sus familiares o descubrir lo que pudo haber pasado la noche de ese viernes. Recuerdan la tragedia ocurrida hace 18 meses: aún sus hogares esperan por ellos.