Un joven haciendo una parada de manos frente a la playa resalta con una prótesis en su pierna izquierda, elevada hacia el cielo. Esa es la fotografía que acompaña la cuenta de Twitter de Luis González, un larense que recibió un disparo de bala cuando participaba en las protestas antigubernamentales del año 2017.
“Me gusta saber que usar prótesis no me limita para hacer todo cuanto quiera y me crea capaz”, responde a El Pitazo al preguntarle sobre su foto de perfil. Ahora Luis González vive en Chile, país a donde emigró a finales del año 2018.
Su historia ha sido de superación de la adversidad. Sin embargo, ahora su prótesis está dañada y no cuenta con el dinero para comprar una nueva debido a los elevados costos, alrededor de 15.000 dólares, a pesar de que nunca ha dejado de trabajar e incluso entrena fútbol amputado y para powerlifting, un deporte de levantamiento de pesas para personas con algún tipo de discapacidad.
“Dejar de trabajar no es una opción para los migrantes. A veces me ha tocado ir sin la prótesis porque me cuesta caminar con ella, pero ahora que está dañada. Antes mucha gente se sorprendía cuando sabían de mi discapacidad, porque si andaba en pantalones ni siquiera lo notaban. El problema ahora es que empezó a fallar y eso me causa dolores de espalda, lumbagos”, cuenta el joven.
Por esa razón, sus amigos abrieron una cuenta GoFundme para lograr la meta de una nueva prótesis para Luis González, quien cumplirá 23 años el 29 de marzo.
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Volver a caminar
Luis González, quien nació en el estado Lara y vivió en Sarare, municipio Simón Planas, antes de irse a Caracas, cuenta que tuvo que aprender a caminar de nuevo cuando le pusieron la prótesis.
“En septiembre me amputaron la pierna y en diciembre estrenaba prótesis. Al principio anduve con muletas; no siempre fui tan independiente. Aprendí a caminar de nuevo y me mantenía activo 14 horas al día, entre el trabajo y la universidad”, explica González.
En el año 2017 vivía en Caracas. Debía salir a las 5:00 am para La Guaira, donde estudiaba Comercio Exterior en la Universidad Simón Bolívar. A las 2:00 pm regresaba, directo a su trabajo, del cual salía entre 9:00 y 10:00 pm.
“Era una odisea ir y venir en el metro, pero estar en la universidad me ayudó mucho a seguir; sin embargo, comencé a agotarme. Además varios compañeros estuvieron detenidos por protestar y eso me afectaba. Recuerdo que le llevaba comida a un muchacho que, a pesar de ser menor de edad, estuvo preso más de seis meses en el sótano del Sebin”, confiesa González.
El larense terminó el primer trimestre de su carrera universitaria, pero cada vez se le hacía más difícil tener calidad de vida en Venezuela. Por eso decidió emigrar a Chile el 18 de octubre del año 2018.
“Nunca quise dejar de estudiar, pero tuve que hacerlo. Deseo volver a la universidad; es difícil, pero no imposible. Debido a la pandemia, estos meses han sido bastante inciertos. Esperemos que el próximo año tenga otra cara”, destaca.
¿Valió la pena?
“Es frustrante que a pesar de todo el sacrificio de los venezolanos durante las protestas, no veamos ni siquiera un rayito de luz o una esperanza de un cambio. Ahora estamos peor. Yo quedé dependiendo de una prótesis para siempre, sin contar todo el proceso que viví para llegar a donde estoy”, declara con tristeza el joven. No obstante, afirma que ha tratado de mantenerse positivo ante sus circunstancias.
Confiesa que tanto él como todas las personas que sufrieron heridas en las protestas antigubernamentales han quedado con una cicatriz de por vida. Por esta razón siempre van a necesitar de apoyo para las rehabilitaciones y operaciones. Y en su caso, para la prótesis, que debe ser reemplazada cada cinco años, aproximadamente.