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jueves, 28 marzo, 2024

Venezolana huyó de su país y acabó explotada en Egipto

Rosmary Jiménez no podía creer que había sido escogida por una familia adinerada para trabajar como niñera en El Cairo, Egipto: "¡Me gané la lotería!", cuenta la venezolana, natural de Acarigua, Portuguesa, al periódico colombiano El Tiempo. Pero el sueño resultó ser su peor pesadilla: entre tantos hechos recuerda que dormía en un diminuto cuarto con otras siete mujeres —tres de Nigeria y cuatro de Filipinas— en camas compartidas

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«Me metí al baúl de un carro y escapé», recuerda la venezolana Rosmary Jiménez cinco años después de liberarse de la explotación laboral a la que estuvo sometida durante seis meses en Egipto, en 2016. Natural de Acarigua, estado Portuguesa, Jiménez cuenta en primera persona a El Tiempo que abandonó Venezuela porque sintió que su país no tenía nada más para ofrecerle.

Vivió con su mamá y sus dos hermanas menores hasta los 21 años en esa ciudad del centro occidente venezolano. Afirma que solo le faltaba un semestre para graduarse en Ingeniería Mecánica en la Universidad Nacional Experimental Politécnica de la Fuerza Armada (Unefa), pero señala que en 2015 su futuro quedó en el limbo.

«Anunciaron que la universidad debía cerrar temporalmente por la crítica situación de mi país. Ya no había plata ni siquiera para pagarles a los profesores«, indica al diario colombiano.

En ese momento decidió irse de Venezuela en busca de mejores horizontes que le permitieran ayudar a la economía familiar, que tampoco era la mejor. «Había días en los que desayunábamos y almorzábamos, pero no cenábamos. O almorzábamos y cenábamos, pero no desayunábamos», precisa.

A Rosmary Jiménez la alentaba también la experiencia de sus amigos, que ya no estaban porque habían decidido emigrar. Cuenta que entonces, al igual que una amiga de su prima, decidió aventurarse como niñera. La búsqueda del trabajo soñado comenzó a través de una famosa plataforma en Internet. En su caso, necesitaba que los empleadores en el exterior le pagaran todo para irse, incluido el boleto de viaje.

El sueño se convierte en pesadilla

Aunque su primera opción fue Alemania, luego Francia e Irlanda, fue una familia que vive en Egipto la que contactó a la joven luego de ver unas fotos de su trabajo con niños en una guardería en su perfil.

«Se veían unas personas muy pudientes. Su perfil tenía la estrella azul que indicaba que eran una familia ‘verificada’ y recomendada por la plataforma, así que confié. Me enteré de que la señora con la que iba a trabajar era doctora, el esposo tenía un colegio, su papá era ministro y la mamá era una reconocida médica en El Cairo», destaca.

La venezolana no podía creer que había sido escogida: «¡Me gané la lotería!«, exclamó. Pero el sueño resultó ser su peor pesadilla, dice luego de recordar que al llegar a la inmensa casa en El Cairo fue conducida a un cuarto que debió compartir con otras siete mujeres —tres de Nigeria y cuatro de Filipinas— que dormían en camas compartidas.

«Eso no era un cuarto. La verdad, era prácticamente un depósito diminuto en medio de la casa gigantesca, que alcancé a ver desde afuera. Teníamos un solo baño para todas, cuando en la casa había seis tan solo en el primer piso», dice.

Indica que en teoría había viajado a Egipto para cuidar al hijo de su jefa que tenía cinco años, un trabajo de 42 horas a la semana, con los fines de semana libres y acceso a un curso de idiomas. «Lo de las horas no se cumplió, pues me levantaba a las cinco de la mañana y terminaba mi jornada casi todos los días a las once de la noche, cuando el niño, finalmente, se dormía», expresa.

Tampoco existieron los días libres ni pago por el trabajo realizado. «No había descanso ni tiempo para mí. Ni siquiera la ropa que me ponía era la mía, la cual, a propósito, nos tocaba lavar a mano, pese a que había lavadoras en el hogar».

Con los sueños rotos, la acarigüeña decidió irse de Egipto. Pero no lo tuvo fácil, entre otras razones porque siempre estuvo vigilada por un guardaespaldas. Afortunadamente, consiguió establecer contacto con un grupo de venezolanas que también eran madres de niños que asistían a las mismas clases del niño que cuidaba. Ellas la ayudaron a planear y lograr su escape.

Jiménez señala que también logró el apoyo de la esposa del que era embajador de Francia en Egipto en ese entonces, quien la puso en contacto con la Embajada de Venezuela para facilitar su salida del país. Añade que dejarle a su familia, antes de partir, toda la información sobre las personas que la iban a acoger en El Cairo también fue clave para evitar un peor desenlace.

Hoy la venezolana se encuentra en Panamá, donde se graduó en Logística y Transporte Multimodal en la Universidad Tecnológica de Panamá y consiguió un trabajo que, afirma, le permite vivir bien con su hermana menor. «Volver a mi país no era una opción. Entonces quería empezar de cero«, subraya.

Manifiesta que se siente una mujer libre de nuevo y decidió contar su historia al periódico colombiano El Tiempo para ayudar a evitar que otras niñas, llenas de ilusiones y sueños como ella, terminen viviendo una experiencia similar.

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