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lunes, 14 octubre, 2024

¿Por qué arrugamos la cara cuando tomamos café en España?

Si no te gusta el sabor del café en España, y extrañas el cafecito venezolano, no te preocupes, puedes volver a tomar buen café sin salir de la tierra de Cervantes

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Por: Javier Melero De Luca

Si eres venezolano y ahora vives en España, seguro te pasó esto en algún momento, sobre todo al comienzo: era de mañana e ibas rapidito por la acera. Tal vez hacía frío porque el otoño estaba avanzado y te antojaste de un café. Miraste a los lados y ubicaste uno de esos inconfundibles bares/cafeterías españolas, esos que tienen el aviso un poco destartalado y el nombre escrito con letras verdes o amarillas sobre acrílico blanco. Te sentaste, pediste un café y cuando te preguntaron cómo lo querías, dijiste: “Un negrito”. 

El mesonero te miró raro y te ladró una lista de nombres que no conocías: “¿Solo, con leche, cortado?” No entendiste mucho y te fuiste por lo seguro: un “solo”, o un “con leche”. Esperaste con paciencia hasta que, por fin, llegó tu brebaje. Levantaste la taza y, casi inconscientemente, inhalaste un poquito para disfrutar del olor justo antes de sorberlo. ¡Ah, no sabías lo que te esperaba! Si era con leche, tuviste algo de suerte, pero si era un “solo” y lo tomaste sin azúcar, ¡ufff! 

Pasa a cada rato. Vas con otro venezolano recién llegado, ambos piden un café y en cuanto ella o él sorben el líquido, arrugan la cara. Hay, incluso, quienes piden al mesonero que traiga otro porque “este está quemado”. El hombre te mira sin entender, se lleva la taza y trae otro, pero en cuanto pruebas de nuevo, ugghh, lo mismo.

Cappuccinos en una cafetería tradicional de Madrid, en el barrio de Salamanca

A muchos venezolanos —y a muchas personas de Centro y Suramérica— les pasa. No logran hacer las paces con el café de aquí. Es irónico, tuvieron que mudarse a España para darse cuenta de lo bueno que era el café que servían en las panaderías de sus países e, incluso, el que se conseguía en el supermercado. Ahora bien, ese arrugue de cara cuando consumimos café en España, ¿es solo una manía de los venezolanos que nos resistimos al cambio, o hay algo objetivo detrás de ese “sabor a quemado” que nos distorsiona la cara?

La historia de Carla

Carla Paez es caraqueña de pura cepa y, aunque hoy vive en Madrid, lleva el Caribe en la piel y en el hablar. Como a tantos otros seres humanos, le gusta mucho el café. Cada vez que lo huele tiene su momento Ratatouille: recuerda los viajes a la playa cuando era niña, las mañanas reposadas con la familia, o el calorcito de los abuelos. Cuando le preguntas por el café, te echa un cuento lleno de detalles, que se siente casi como una historia de amor.

De chiquita le daban café con leche, el clásico teterito. «Eran otros tiempos», dice, como excusándose por aquellas dosis infantiles de cafeína. «Cuando comencé la universidad me conformaba con una taza pequeña de café con leche, clarito; pero ya cuando estaba en los últimos semestres me tomaba una tapara grande de marrón oscuro».

Su pasión por el café no disminuyó al salir de la universidad, por eso decidió hacer un curso de barista en el Gapp (Grupo Académico Panadero Pastelero). Ahí entendió la cantidad de variables que entran en juego para lograr un buen café. «El clima, la sombra, el suelo, la altura, el tipo de grano, el secado, el tostado, la molienda, el mantenimiento de la máquina, la técnica que uses para extraer el café, ¡todo, todo influye!».

Antes de llegar a Madrid vivió unos años en Panamá. «Ahí tienen muy buen café y buena cultura de café. Incluso, es más común que en Venezuela que, en el supermercado, te vendan las bolsas de café en grano, sin moler, para que cada quien lo muela en su casa». Allí probó el famoso geisha, uno de los tipos de café más caros y apreciados del mundo. «Cuando lo probé, pensé, ¡wow, es tan diferente! El mundo de los sabores del café es infinito».

Luego la vida la trajo a Madrid. «A pesar de que ya me lo habían advertido, me pasó», comenta, encogiéndose de hombros. ¿Qué le pasó? Lo que le ha pasado a casi todos los recién llegados: entró a un bar, pidió un café y ¡pum!, arrugó la cara en cuanto probó el primer sorbo. «Me costó entender el tema del torrefacto», comenta y, con esa palabrita, torrefacto, resume y resuelve los males de toda la comunidad cafecera española y latinoamericana.

El bendito torrefacto  

En gran parte del mundo hispanohablante, torrefacto significa simplemente “tostar con fuego”. De hecho, es el nombre que se le da al proceso industrial más común para tostar el café; pero en España, gracias a la iniciativa de un pastor trashumante nacido en Salamanca, la RAE debió crear una acepción especial para ella. 

En 1901, la cuna del Real Madrid no estaba de buen ánimo. Acababa de perder sus últimas colonias en Cuba y Filipinas (ambas en 1898) y el reino iba patas arriba: eran los años de la regencia de María Cristina, mientras Alfonso XIII se hacía mayor de edad. Si la revista ¡Hola! hubiese existido en ese entonces, se habría vendido como pan caliente. Los chismes nobiliarios eran trending topic.

¿Qué pasaba? Doña Cristina, la reina madre, había aprobado el enlace entre una Habsburgo y un Borbón carlista y, por lo visto, eso no le gustó a los madrileños. Se desataron disturbios serios y, finalmente, esos disturbios ocasionaron la caída del gobierno del conservador Francisco Silvela y la convocatoria a elecciones generales; es decir, un follón de la hostia, como dirían por aquí.

Como te podrás imaginar, la economía estaba más o menos como el ánimo, así que no se sabe si por eso, o por qué, pero ese año, José Gómez Tejedor, un empresario establecido en Extremadura, patentó un tipo de tostado del café que aumentaba nada menos que cuatro veces su tiempo de conservación. Como dice el dicho, la necesidad agudiza el ingenio. Y fue así como llegó al mundo la torrefacción española del café. ¿Pero, qué es la torrefacción y por qué viene a cuento en esta historia? Espera un momento y te digo.

José Gómez Tejedor: el inventor del torrefacto

La biografía de este señor es una de esas historias que ayudan a recuperar la esperanza en la capacidad de superación de la humanidad. Echar el cuento completo haría muy largo este texto, así que solo te dejo unas pocas perlas: Gomez Tejedor quedó huérfano siendo muy niño y no tuvo más remedio que trabajar para comer. En el invierno llevaba ganado a la provincia de Extremadura y, en verano, lo devolvía a La Rioja; es decir, recorría cientos de kilómetros en condiciones físicas muy muy duras. 

Siendo adulto se estableció en Badajoz y fue contratado como ayudante en lo que, aquí en España, se conoce (o conocía) como tienda de ultramarinos, que es, básicamente, un gran abasto de productos importados desde Asia y América. Lo más relevante de esa “pasantía” es que en ella aprendió a tostar el café. ¿Por qué eso es importante? Porque intuyó lo valioso y demandado que se volvería muy pronto el fruto del cafeto.

Haz un corte y, diez años después, encontrarás a José comprando una cafetería en Badajoz, a la que bautizó Café La Estrella —¿te suena?—. Ese pequeño local terminaría transformándose en una de las empresas procesadoras y comercializadoras de café más importantes de toda España (hoy propiedad de Nestlé). Pero no nos adelantemos.

Como José se tomó el asunto en serio, comenzó a viajar por América Latina y África para conseguir los insumos que luego procesaría. Estando en México le llamó la atención cómo unos mineros procesaban artesanalmente el café para que durase más cuando lo bajaban a las minas. El truco era mezclarlo con azúcar o melaza al momento de tostarlo en una paila. De esta forma se creaba una capa protectora sobre la pulpa que hacía más resistente al grano. 

José tomó nota, volvió a España y comenzó a experimentar. Pocos años después (1901) patentaría una máquina para procesar café a gran escala. ¿Intuyes de qué iba el invento? Exacto. La máquina estaba diseñada para aplicar azúcar al momento del tueste. Con eso logró abaratar mucho el costo por kilo y aumentar cuatro veces su tiempo de conservación, una vez que el grano había llegado desde Asia o América. En un mundo ya vigorizado por las máquinas de vapor y a punto de híper acelerarse por la explotación del petróleo, José dio con una fórmula de masificar otro gran estimulante del progreso. Uno que, además, podíamos tomarnos con gusto. ¡Bingo!

Un poco de historia del café

Hoy en día el café es tan ubicuo que nos cuesta imaginar que no haya estado ahí desde siempre. Después del petróleo, es el commodity más comercializado en el globo terráqueo. Su consumo ha crecido 95% en los últimos 35 años. Europa es el continente que más consume café y, dentro de Europa, los escandinavos son las personas que más café toman en el mundo. Para que te hagas una idea, en España se toman 4,5 kg de café per capita al año. ¡En Finlandia toman 12! Individualmente considerado, EE. UU. es el país que más importa y Brasil el que más exporta.
Con todo y eso, la verdad es que, desde un punto de vista histórico, el café es más o menos de anteayer. Como en muchos otros relatos de origen, su descubrimiento está mezclado con el mito.

El libro The World of Caffeine, escrito por B.N. Weinberg, resume algunos de esos mitos. El más frecuente relata que el descubrimiento lo hizo un tal Kaldis, otro pastor trashumante, pero esta vez de origen abisinio, en lo que hoy conocemos como Etiopía, en el cuerno de África, por allá en el siglo IX.

La leyenda relata que cuando Kaldis pastoreaba sus cabras en los campos de Kaffa (¿te suena la fonética?) y estas comían del fruto de un arbusto específico, las notaba especialmente enérgicas y bien dispuestas. Intrigado, un día decidió probar él mismo la bendita baya y sintió muchísima vitalidad. Emocionado, recogió los frutos y le echó el cuento a un respetado monje sufí de su aldea. Después de escucharlo, el monje prohibió el uso del fruto y mandó a quemarlo, pero mientras estaban en el fuego, las cerezas desprendieron un olor tan intenso y agradable que los implicados rescataron los granos tostados y probaron hacer una infusión con ellos. ¡Ahh! De esa forma se preparó la primera taza de café de la historia.  

Como muchos otros autores, y por más simpático que resulte el cuento anterior, Weinberg afirma que no hay evidencia documental para considerar verídico ese relato. En lo que sí parecen estar de acuerdo los expertos es que el cafeto es de origen africano —muy probablemente etíope— y que su primer viaje fuera de ese continente fue a la Península Arábica, a través del puerto de Mocha (otro nombre que resuena), en el actual Yemen. Por eso la variedad más conocida de café se llama arábica y, probablemente también por eso, el logo de Fama de América, la marca de café más antigua de Venezuela, tiene al fondo una mezquita musulmana. (¿Lo habías pillado?)

Desde Yemen, el descubrimiento pasó poco a poco al resto del mundo árabe, hasta llegar a manos de unos mercaderes venecianos que lo trajeron a Europa desde el norte de África, en el siglo XVI. Un poco antes había llegado a Hungría y Viena desde Constantinopla, cuando el Imperio Otomano intentó ocupar esa zona a comienzos del mismo siglo. El impacto fue tan grande que, ya en 1735, Bach componía con éxito su humorística Cantata del Café.

A España llegó más tarde, entre otras cosas, porque los exploradores de su Majestad habían descubierto, mucho antes, el cacao en las colonias del Nuevo Mundo y, desde entonces, los castellanos enloquecieron por el chocolate caliente. Según el historiador gastronómico Carlos Azcoitya, y fuentes tan disímiles como consumer.es, o el sitio oficial de Café Bonka, el café llegó a la península a comienzos del siglo XVIII, traído y popularizado por los italianos que acompañaron a los Borbones en la Guerra de Sucesión.

La primera vez que aparece la palabra “café» en España, como planta y bebida, es en el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española, en 1726; sin embargo, y según Azcoitya, hay referencias al café en la Península Ibérica tan antiguas como los escritos del caudillo Almanzor, en el siglo X de nuestra era.

Ya va, ¿o sea que el café no es americano?

No solo no es americano, sino que, como tantas otras cosas que pensamos eternamente nuestras, comenzó a cultivarse en América apenas en el siglo XVIII, según la historia del café que aparece en la web de la International Coffee Organization (ICO). Eso sí, hoy en día, Centro y Suramérica producen más de la mitad de la producción total de café del mundo, según datos de la propia ICO (además, nadie nos quita lo del cacao y el ají picante).

Ajá, ¿y cómo llegó el café a Venezuela? Bueno, la versión más común es que nuestro primer cafeto llegó desde Brasil en 1730, traído por unos misioneros españoles asentados en la cuenca del Caroní. A Brasil había llegado desde Surinam; y a Surinam lo habían llevado los colonizadores holandeses. Sí, el café tiene muchos sellos en el pasaporte.

El primer gran emprendimiento relacionado con el tostado del café en Venezuela fue impulsado por Bernardo González Palenzuela, un canario llegado desde Tenerife a finales del siglo XIX. Él y su esposa, Josefa Rodríguez —otra canaria—, fundaron Fama de América hacia el año 1900, aunque no fue registrada como marca sino hasta 1927 por uno de sus hijos, Bernardo González Rodríguez.

La polémica del torrefacto

Ok, ¿y entonces qué pasa con el torrefacto? Para responder eso, volvamos al origen de este cuento. Como te dije, la primera vez que Carla (¿se acuerdan de Carla?) probó el café en una cafetería tradicional madrileña, arrugó la cara, como le ha pasado a tantos otros antes que a ella.

De hecho, como parte de la investigación para este trabajo, hicimos una consulta a través del Twitter de El Pitazo sobre este tema. Les copio aquí algunas respuestas de los usuarios:

«El café no me gusta, es muy fuerte, pides un con leche y qué va, yo lo tomo en casa. Y no le coloco azúcar…». @lilian_sala25

«El café que sirven en los bares de España es terrible, sin embargo en sitios especializados con buenos baristas la cosa cambia, venden cafés de todo el mundo y puedes elegir entre cafés latinoamericanos, africanos u otros. De Venezuela extraño la espumita de las panaderías». @Marthaklie

«Todo depende del barista, tanto aquí como allá. Pero en Venezuela son muy raros los lugares donde se prepare un mal café. En casi cualquier sitio el café es excelente. Aquí, lo raro es conseguir donde se prepare uno bueno». @laureanoparada

Y no es solo un tema de los latinoamericanos. La gente de Café San Jorge, en Zaragoza, lanzó desde hace años una cruzada contra el mal café servido en España. Hasta tienen unas calcomanías con el grito de guerra: «TorreFUCKto. We hate bad coffee». 

Calcomanía de Nomad Coffee Roasters, tostadores de café en Barcelona.

Ahora, ¿por qué tanto mal café en este país? Los tres baristas consultados para este trabajo opinan, indirectamente, que fue por culpa del invento de don José Gómez Tejedor, el mismo pastor trashumante que patentó la máquina para tostar café con azúcar. 

En un artículo titulado: Este señor es el responsable de que en España bebamos muy mal café, publicado por eldiario.es el 21 de enero de 2017, Enrique Benitez afirma: «En España el café sabe muy mal. Era algo que sabían los baristas y los grandes aficionados al café desde hace años, pero no el público en general». 

Un poco antes que él, Jordi Sabaté de Consumo Claro (el blog de bienestar de eldiario.es), había afirmado: «A pesar de que se pueden encontrar algunos ejemplos peores, España viaja en el vagón de los países con peor café servido en los bares en Europa».

Dejemos que el mismo artículo de Consumo Claro nos diga a qué se debe: «Principalmente a dos motivos: el uso de variedades de baja calidad y la mezcla con café torrefacto. Normalmente se utiliza la variedad robusta, que tiene una alta acidez, mayor amargura y menor densidad de infusión, mezclada con granos de café torrefacto, que suelen ser, además, de la misma variedad. Las mezclas suelen ser 30% de robusta en grano torrefacto y hasta un 70% de grano de robusta natural, aunque hay baristas que emplean menos torrefacto».

En pocas palabras…

Para resumirlo en términos sencillos, en los bares y cafeterías tradicionales de España se usa una variedad de café completamente distinta (y más barata) que la que usamos normalmente en Venezuela (que es la arábica) y, encima, la mezcla con el azúcar que se calienta al momento de tostarlo le da un sabor excesivamente amargo. En dos platos, el café torrefacto no es solo café, es café mezclado con un alto porcentaje de azúcar quemada.

El detalle es que la mayoría de la población española se acostumbró a ese sabor amargo y fuerte. En los tiempos duros de la postguerra, después del año 1939, el café escaseaba y era caro, así que el invento de don José vino muy bien. Tan es así que, en una réplica al mencionado artículo de Enrique Benitez, publicada por el mismo diario.es, Abelardo Jurado Gómez-Tejedor, bisnieto de don José, escribió:

«La llegada del Mercado Único hizo que las empresas grandes italianas, francesas y alemanas intentaran entrar en el mercado español. Pero tenían un hándicap: en sus países no se producía café torrefacto. Ellos querían vender en España pero les faltaba uno de los productos estrella, el café torrefacto. De pronto el café torrefacto se había convertido en una «barrera tecnológica» para estas empresas que desembarcaban en nuestro mercado. Su reacción fue atacar al producto del que carecían. Sinceramente no les ha ido bien, el consumo de café no descafeinado, con algún % de torrefacto está en el 51,8% del mercado frente al 48,2% del café de tueste 100% natural, habiendo variado muy poco en las dos últimas décadas».

Entonces, ¿dónde puedo tomar buen café en España?

Si eres aficionado, sabrás que no debes ir al típico bar de la esquina, sino a los locales con la etiqueta: café de especialidad; cada vez hay más cafeterías de este tipo en la tierra de Cervantes. Si no eres aficionado, pero estás acostumbrado al sabor del café en Venezuela, Colombia o Ecuador, pues también tendrás que averiguar dónde queda tu local de specialty coffee más cercano, solo te recomiendo que, antes de ir, aprendas un par de códigos útiles.

Mira lo que le pasó a Carla recién llegada. «A mi mamá le gusta el marrón claro y pequeño, pero aquí en España eso no existe. Si pedía un con leche, le llegaba algo demasiado claro y en mucha cantidad, pero si pedía un cortado, se lo daban demasiado oscuro. Además, cuando la taza es pequeña, es más difícil lograr las proporciones correctas. Total que nunca la pegábamos. Hasta que mi cuñado, que es súper meticuloso, asumió la tarea de averiguar cómo pedir un marrón claro en un bar tradicional de aquí. Resulta que si ordenaba un cortado corto de café le llegaba algo cercano al marrón claro pequeño que le gusta a mi mamá». Bendito sea el cuñado.

Ojo, entendamos algo: para un barista europeo, nuestro güayoyo es una especie de sacrilegio gastronómico, pero no te preocupes porque, al menos en Madrid, hay algunos baristas venezolanos que hablan los dos “idiomas” y sabrán hacer la “traducción” por ti.

Conversa con baristas

Edgar nació en Valencia —la de Venezuela, no la del Levante español— y hoy trabaja como barista en Boconó Specialty Coffee Roasters, una cafetería ubicada en la Plaza del Cascorro, en pleno corazón del barrio La Latina. Aunque es experto en finanzas corporativas, lleva años dedicado al café. Se formó en Quito, donde, en palabras de él mismo, «tienen muy buen nivel de café».

«Hay muchos venezolanos que llegan pidiendo un marroncito y entonces les preparo un flat white. Cuando se dan cuenta de que también soy venezolano, me piden directamente un güayoyo y entonces les preparo un filtrado con técnica V60, que es lo más parecido que se me ocurre, sin caer en el americano. Claro, eso es mucho más caro que un café de bar, entonces tengo que explicarles qué se están tomando y por qué vale la pena pagar la diferencia».

Cuando le preguntas si tienen café venezolano, te mira con ojos lastimeros y niega con la cabeza: «Tuvimos un café merideño, muy bueno, pero se nos acabó y no nos ha vuelto a llegar. Allá el tema de la producción está muy complicado».

Lo mismo le pasa a Yessika y Javier, los dueños de Santa Kafeína. Ambos son venezolanos y amantes del buen café. Se formaron en la Escuela Venezolana del Café y, hace unos cinco años, abrieron su local de specialty coffee en el barrio de Chamberí. Es un huequito adorable con decoración alternativa y una oferta súper interesante de acompañantes para el café: galletas y bizcochos con full plomo, veganos o sin gluten; sodas naturales, leches de origen animal y vegetal, etc. Hay algo para todos los gustos y necesidades. 

No tuestan su propio café, pero los provee la gente de Nomad, en Barcelona, que son muy reconocidos en el medio. Si entras y pides café con un mínimo de propiedad, verás que cualquiera de ellos se pondrá frente a la máquina como un cirujano: con la misma concentración y sentido de gravedad que un espeleólogo. Incluso, si pides un espresso, se tomarán su tiempo y te servirán un café cremoso, con el nivel justo de acidez y extracción que exige esa técnica.

Lastimosamente, tampoco ofrecen café de origen venezolano. «En un momento nos llegó café de Caripe y de Trujillo, pero la calidad no era homogénea. No nos gustó y dejamos de comprarlo».

Cafés Arrivederci

El boom del café de especialidad, realmente, no tiene tantos años en el tapete. La mayoría de los locales independientes de este tipo cuentan menos de 10 años de existencia. Si lo contamos en esta categoría, Starbucks llegó a España en 2004. A pesar de eso, hay una cafetería en el barrio de Chueca, en Madrid, que abrió sus puertas en 1963 y, desde entonces, ha continuado su operación de forma ininterrumpida. Es Cafés Arrivederci.

A diferencia de Santa Kafeína o Boconó, no tiene sitio web. Tampoco aparece en los top 10 sobre lugares especializados de café que publican las cuentas de redes sociales dedicadas a difundir la gastronomía o los rincones favoritos de Madrid. A su propietario actual, Raúl Porras del Poó, esto no le quita el sueño. «Yo me conformo con ganar lo justo para vivir. De nada me sirve ser el más rico del cementerio», comenta, con un dejo de sabiduría mediterránea y una media sonrisa.

Él es la segunda generación del negocio. El fundador fue su padre quien, junto a un socio italiano, abrió el local hace casi 60 años. Entrar en Arrivederci es una experiencia sobre la toma de decisiones. ¿Por qué? Por culpa de su pizarra. Esa pizarra es lo primero que salta a la vista cuando cruzas el umbral y miras a la izquierda, justo encima de la barra. 

Raúl Porras del Poó, propietario de Cafés Arrivederci, prepara un espresso

Ahí, escrito con tiza, están listados todos los tipos de café que tuesta, vende y sirve Raúl. Actualmente maneja al menos 20 tipos diferentes. ¿Quieres de Etiopía, la cuna del asunto? Lo tiene. ¿Quieres Sumatra? Ahí está. También hay Java, Kenia, Colombia, Tanzania, Brasil, India, Guatemala, Vietnam… 

Sería bueno poder rematar esa retahíla con el chiste viejo y fácil de «y la Colonia Tovar» pero, desafortunadamente, ni siquiera él tiene café de Venezuela. Es el gran ausente en las cafeterías de especialidad en Madrid.

Aunque hay muchas personas haciendo esfuerzos por revalorizar y promover el café venezolano, las estadísticas de producción, por ahora, siguen en contra. Según los reportes de Index Mundi, Estatista y la Global Agricultural Information Network, nuestros niveles de producción de café verde han descendido mucho en los últimos años. En 2009 Venezuela produjo 1 millón de sacos de café (cada saco pesa 60kg). En el 2021 terminará produciendo 480.000. Un descenso de 52%. 

Para ser justos, esto tiene tiempo ocurriendo. El boom del petróleo hizo que descuidáramos la producción de café, pero la cosa se ha puesto peor en años recientes. En un artículo publicado por la revista Bienmesabe, en septiembre de 2015, el entonces presidente ejecutivo de Fedeagro, Vicente Pérez, comentó: «Con Juan Vicente Gómez producíamos más de 30 kilos por habitante, hoy en día estamos produciendo kilo y medio por habitante». De hecho, Venezuela está importando café.

El libro de gustos no se ha escrito, ¿o sí?

Si entras a un supermercado en España y te acercas al pasillo del café, verás que el anaquel está repleto de opciones: 100% torrefacto, mezclas con proporciones de 50 y 50, pero también de 30, de 20, o de 15%. Hay paquetes con 100% de tueste natural que, a su vez, varían en intensidad: suave, medio o fuerte. Hay “café italiano”, café colombiano, café brasileño; con cafeína, sin cafeína, molido fino, molido grueso, molido medio, instantáneo o en grano.

Por otro lado, si vas a una cafetería de especialidad, tendrás que decidir entre arábicas y robustas; si pedirás un espresso, espresso doble , espresso lungo, machiatto, ristreto o cappuccino; si lo quieres hecho en prensa francesa, con la chemex, o V60. Y si vas a un local tipo Starbucks, tendrás que decidir si pides un frappuccino, con o sin caramelo, con o sin leche vegetal, con o sin cafeína. ¿Por qué tanta variedad?

¿Decidir nos define? 

¿Te acuerdas de Tienes un email, esa película, ya viejita (1998), en la que Tom Hanks y Meg Ryan son competidores en el mundo físico pero, al mismo tiempo, sostienen un romance anónimo por email? Bueno, hay una escena de esa peli en la que vemos a la gente del vecindario acercarse a un Starbucks recién abierto para pedir su café mañanero. 

Mientras cada quien se acerca al mostrador para decidir entre las cuatro mil opciones que le ofrecen, el personaje de Tom Hanks se lanza un discurso nada menos que sobre la identidad y el café: al decidir, «las personas que no tienen idea de qué carajo están haciendo con sus vidas, o quiénes son, pueden, por US$2,95, obtener no solo una taza de café, sino un definitorio sentido de su identidad». ¿Tú qué opinas?

Como esto se ha hecho largo, solo quisiera dejarte un último dato: este 1ro de octubre es el Día Internacional del Café y, encima, este año cae viernes. Así que, si te acuerdas, cuando ese día te tomes tu cafecito, podrás brindar con todas las personas del mundo que, como tú, aman el café, independientemente de cómo lo tomen. Será una gran comunidad de aromas, sabores y querencias.

Cuéntanos, ¿consigues café venezolano en alguna cafetería de España?

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