Quebec.- El papa Francisco pidió ese 27 de julio desde Quebec, Canadá, superar la retórica del miedo hacia los inmigrantes y darles la oportunidad de participar de forma responsable en la sociedad del país que lo acogió.
Tras reunirse con la gobernadora general, Mary Simon, y el primer ministro, Justin Trudeau, en la ciudadela de Quebec, una de las residencias de la gobernación general, el papa volvió a reiterar el motivo de su viaje y expresó su «vergüenza y dolor» y su petición de perdón «por el mal cometido por tantos cristianos contra los pueblos indígenas».
En otro de los momentos de su discurso, Francisco elogió el multiculturalismo, pues «es la base de la cohesión de una sociedad tan diversa», y en este sentido quiso agradecer «la generosidad en acoger a numerosos inmigrantes ucranianos y afganos».
Pero apuntó en un mensaje a las autoridades canadienses pero con visión global que «también es necesario trabajar para superar la retórica del miedo hacia los inmigrantes y darles, según las posibilidades del país, una oportunidad concreta de participar responsablemente en la sociedad«.
En Canadá viven casi 8 millones de migrantes, lo que supone un 21,7 % de la población, quienes son acogidos gracias a programas de planificación y para este año se esperan acoger a otros 432.000.
El pontífice también lamentó que «incluso en un país tan desarrollado y avanzado como Canadá, que dedica mucha atención a la asistencia social, no son pocos los indigentes que dependen de las iglesias y los bancos de alimentos para obtener la ayuda y el apoyo básicos».
«Es escandaloso que la riqueza generada por el desarrollo económico no beneficie a todos los sectores de la sociedad», dijo Francisco, que hizo notar que «es triste que sea precisamente entre los nativos donde se registran a menudo muchos índices de pobreza, a los que se unen otros indicadores negativos, como la baja escolarización, el no fácil acceso a la vivienda y a la asistencia sanitaria».
El papa llegó hoy a Quebec después de su etapa en Edmonton, donde pidió perdón por la cooperación de la Iglesia en aquellos internados donde 150.000 niños indígenas fueron arrancados de sus familias y se estima que más de 4.000 murieron por los maltratos y enfermedades.