Caracas.- Laura y Rodrigo — nombres cambiados por petición de los entrevistados — forman parte de las 7.722.579 personas que decidieron dejar Venezuela, según datos de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V). Ambos tomaron rutas irregulares para llegar a Estados Unidos.
Ella cruzó la selva del Darién, mientras que él se subió a La Bestia, la red de trenes de carga que operan en México. Ambos contaron a El Pitazo que vieron cosas que jamás se imaginaron y que hicieron todo lo que estuvo a su alcance para sobrevivir.
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Ambos venezolanos ya se encuentran hoy en día en Estados Unidos, donde trabajan para construir una vida que no creían alcanzar en su país de origen. Sin embargo, no pueden borrar los recuerdos de todas las experiencias vividas para llegar a su destino.
Guantes, dulces y una cocina
Laura tenía a toda su familia en Estados Unidos, por lo que consideró que no había motivos para continuar en Venezuela. Aplicó al parole humanitario para emigrar al país norteamericano, pero le fue negado, por lo que optó por irse por la vía irregular.
La selva del Darién se ha vuelto una ruta tan popular como peligrosa entre los venezolanos que deciden irse, a pesar de todos sus peligros, entre ellos las bandas criminales, animales salvajes, enfermedades, accidentes y más. Teniendo en cuenta esto, Laura, junto a su esposo y otros familiares, decidieron equiparse de implementos para enfrentar la peligrosa ruta.
«Yo me llevé unas botas de alpinista y mi esposo llevó botas militares, ambas botas nos funcionaron súper bien. Compramos guantes antideslizantes, los cuales me sirvieron para cruzar en las partes donde había sogas y matas con espinas, los guantes antiresbalantes me ayudaron muchísimo», dijo la mujer.
La venezolana contó que entre el grupo familiar iba una niña pequeña a la que trasladaban en una cangurera. A los otros niños que viajaban con ellos los amarraron por la cintura con unas cuerdas para que no pudieran ser separados durante el trayecto. «Los apretamos a la cintura y eso nos ayudó a poder cruzar los ríos. Y eso nos daba oportunidad de utilizar ambas manos y los niños iban súper sujetos al cuerpo de nosotros».
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En Necoclí, la entrada a la selva del Darién, compraron protector solar y salvavidas para los niños. En cuanto a la comida, decidieron llevar latas de atún, galletas y sopas instantáneas. «Cuando tú llegas a Necoclí, ahí venden por 45 dólares una cocinita de gas y una bombona pequeña que no pesa absolutamente nada y la conectas a la cocina. Compramos esa cocinita y llevamos una olla donde le hacíamos la sopa a los niños», narró.
«Llevamos mucho dulce. Llevamos caramelos y chocolate, porque eso nos daba mucha energía. También llevamos trocitos de panela y, cuando se nos acabó la comida, eso fue lo que nos salvó (…) Otra cosa que nos ayudó fueron las pastillas para tratar el agua. En el segundo día ya no teníamos nada de agua, entonces llenamos un garrafón de cinco litros y le metíamos una pastillita y eso nos ayudaba a purificar el agua», dijo Laura.
En el campamento de Bajo Chiquito, ubicado en el lado panameño del Darién, encontraron productos como pollo asado, parrillas, refrescos y ropa, con precios que iban de los 5 a los 10 dólares. También podían alquilar una noche en carpa por 20 dólares.
Viajar en el tren de la muerte
Rodrigo es un marabino que emigró de Venezuela hace siete años, pero en agosto de 2023 decidió partir desde Chile hacia Estados Unidos. También atravesó la selva, pero algo que no logra olvidar es su paso por México, donde tuvo que abordar La Bestia, conocido como el tren de la muerte, un nombre popular que se le da a una red de trenes de carga que operan en México. Estos trenes transportan diversos materiales, incluyendo combustibles y otros insumos a lo largo de las vías férreas del país.
Más allá de su función original, La Bestia ha sido utilizado como medio de transporte por migrantes que buscan llegar a Estados Unidos desde países como El Salvador, Honduras, Guatemala, Venezuela, Cuba y Haití.
«La travesía en La Bestia fue lo peor que he vivido. Vi más muertos que en la selva del Darién. A la gente la pisaba el tren, la gente no lograba montarse, había otros que se montaban, pero sus hijos no, entonces quedaban niños botados. Crucé todo México. Lo más feo fue esa Bestia», afirma Rodrigo.
La ruta de La Bestia presenta numerosos riesgos y desafíos. Los migrantes se enfrentan a peligros como accidentes ferroviarios, secuestros, robos, asaltos, amenazas, condiciones climáticas extremas y el agotamiento físico durante su travesía.
La ruta abarca desde puntos iniciales como Tapachula y Ciudad Hidalgo hasta destinos fronterizos como Tijuana, Ciudad Juárez o Matamoros. Los migrantes suben al tren en ciudades como Arriaga (Chiapas) o Ciudad Ixtepec (Oaxaca), viajando hacia el norte a través de estados como Oaxaca, Veracruz y Puebla, con la Estación Lechería en el Estado de México como un punto clave.
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«El trayecto más largo de todo mi viaje fue México y también el más peligroso. Estaban las mafias, los carteles, los agentes de migración y la policía, que son corruptos. Te agarraban, te robaban, te quitaban todos los papeles, todo. Te quitaban el dinero y tenías que seguir avanzando pidiendo por las calles, durmiendo en las calles», expuso el venezolano.
Rodrigo estuvo a bordo de La Bestia por 6 días continuos y se bajó en Torreón para abordar otro tren hacia Monterrey y sumar 10 días de viaje. «En Monterrey me vi obligado a quedarme una semana trabajando, ya que me habían robado», dijo.
Posteriormente, tomó otro tren hacia Piedras Negras. «Entre Piedras Negras y Monterrey pasé 3 días y medio, acumulando así un total de 13 días y medio de viaje en ese tren».
Rodrigo asegura que durante su viaje en La Bestia presenció entre 25 y 30 muertes, pero agrega que es una cifra pequeña para la realidad que se vive a bordo del transporte ferroviario. Una vez que llegó a la frontera norte de México, cruzó el río Bravo y se entregó a las autoridades estadounidenses para solicitar asilo.