Cúcuta.- Como “Caseta La Esperanza” o “Muro de los Lamentos” es conocido un albergue ubicado a lo largo del trayecto de Los Patios, por donde caminan miles de venezolanos semanalmente para emigrar hacia otros estados de Colombia u otros países, como Ecuador y Perú.
No reciben dinero del Gobierno colombiano ni ayudas de organizaciones defensoras de derechos humanos. Con recursos propios o algunas donaciones de venezolanos, Martha Alarcón y su esposo atienden a quienes están cansados de tanto caminar, tienen los pies llagados, las piernas heridas o presentan algún malestar general producto de pasar horas bajo el sol, en un clima que oscila entre los 35 y 40 grados centígrados.
Desde Villa del Rosario, conocida como La Parada de Cúcuta, hasta Los Patios, los venezolanos tardan más de 50 horas caminando. Y es justo en un kiosco levantado sobre palos y rodeado por latas de zinc en donde encuentran albergue. Adentro funciona una bodega con agua, refresco y chucherías. Tienen mesas y sillas estilo restaurante, y sus paredes y techo están forrados de papeles estilo carta y billetes de bolívares. En estos soportes los venezolanos que por allí transitan dejan mensajes de agradecimiento, un rastro del momento en que pasaron y hacia dónde se dirigían.
No hay una cuenta exacta de la cantidad de mensajes allí plasmados, son miles, porque al día llegan entre 50 y 200 venezolanos, pero en la temporada alta de la migración, llegaron a ser 300 o 400 los que llegaban a este lugar a descansar.
“Le damos gracias a Dios primeramente y en especial a la señora Martha por el apoyo. Rumbo a Perú, gracias Dios por no desampararnos”; “gracias señora Martha por todo su cariño y humildad y solidaridad con todos los venezolanos, que Dios la bendiga”; “pasamos por el kiosco la garita nos dirigimos a Bogotá, Leandro, Armando y Salvador, en busca de una mejor vida para nuestra familia”; “gracias por su bondad”, entre otras frases están plasmadas en las hojas de diversos colores y formas.
Otro espacio igual, pero sin la bodega, está ubicado diagonal al albergue. Allí entran más personas. No hay un colchón, silla o colchoneta, el caminante, como es conocido el venezolano que se va hacia otras naciones usando como transporte sus piernas, porque no tiene para pagar un pasaje, se acuesta en el suelo, sobre sus bolsos o en un cartón improvisado.
Martha Alarcón, una mujer noble de más de 40 años, armó una cajita de primeros auxilios, para curar a quienes llegan con llagas en los pies, heridas en las piernas, con vómito, diarrea o fiebre. Le parte el corazón pensar en los niños, pues hay muchos que los ha visto llegar enfermos porque tiene que sufrir las inclemencias del clima sin alimentarse bien y sin descanso, también los ha visto dormidos en el suelo o sobre un cartón.
Tiene 15 años con su bodega y tres años albergando venezolanos. “Les colaboro con agüita, un pancito, una pastillita. A ellos les curo los pies, cualquier cosa que ellos tengan delicado. Tal cual personas nos colaboran a veces, tengo una amiga venezolana que está en Bogotá y me ayudó con unas medicinas, mi cuñado también me colabora, de resto los que somos de la casita. Todos los días se atienden hasta de 200 personas”.
Sobre los mensajes que forran el lugar, relató que lo inició uno de los tantos jóvenes caminantes, y a partir de allí quienes llegan le expresan su agradecimiento con unas palabras plasmadas en un cartón. “Les damos una pastilla, hablamos con ellos, nos hacen llorar porque es muy triste lo que está pasando en Venezuela… Hubo un niño de 25 días de nacido que pasó por aquí como a las 11 de la noche, a las 12 se fueron y no sé qué fue de ellos, le hicimos arepas, agua panela, y a ella agua aromática porque le dolía el estómago. Es triste que un bebecito recién nacido esté a plena noche en la calle”.
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Caminando
Zulma Álvarez salió de Venezuela hace cuatro días, tenía medio día caminando con rumbo a Bucaramanga. Llevaba a un niño de dos años en brazos y su esposo a la niña de 4 años. Tomaron la decisión de salir del país de esta manera porque no consiguen trabajo ni con qué comer.
“Estábamos pasando mucha necesidad y en Bucaramanga no conocemos a nadie, llegamos a la deriva a ver si conseguimos un trabajito o algo… En los bolsos llevamos solo ropa, una gente nos regaló unas galletas y agua, para los niños nos tocará pedir algo para comer. Volvemos a Venezuela si se recupera el país, de lo contrario no”, añadió.
Su cuñada, Gabriela, dejó a su niña de 5 años de edad, a su mamá y abuela. Llorando manifestó tener toda su esperanza en el paso de la ayuda humanitaria a Venezuela para que la situación cambie. “Que pase a Venezuela todos los alimentos para los niños, para todos, le pido al Señor que nos proteja en el camino… Siento mucha tristeza, dolor, de dejar a la familia de uno por allá”, acotó.
Yefri Delgado salió hace cuatro días de Trujillo, en donde trabajaba como agricultor, pero su sueldo ya no le alcanzaba para mantener a su familia. De cola en cola llegó la frontera colombo venezolana, y tenía dos días caminando desde Villa del Rosario. Iba acompañado de una hermana, dos primas y dos niñas de 4 y 1 año.
“Salimos a ver qué conseguimos, a ver si prosperamos, porque en Venezuela la cosa está muy dura. Vamos a Medellín, nos falta bastante, pero poco a poco llegamos, cuando estamos cansados nos paramos”, manifestó, al tiempo que aclaró que sólo regresará a su tierra natal si cambia de gobierno.
César Alexander Hoyos es de Barinas. Tenía tres días caminando, pues desde su lugar de vivienda no consiguió dinero para pagar pasaje. Laboraba en ferreconstrucción, pero como el salario no le alcanzaba para alimentar a su niña de tres meses de nacida, se movilizó para buscar trabajo en Ecuador o Perú.
“Quisiera ayudarme con algo para mandar a mi familia. Mi mamá también se quedó triste, se quedó llorando, y yo con el deseo de volver a ver a mi hija, que me reciba con los brazos abiertos, poderle dar lo que necesita. No me las traje porque es un trayecto demasiado fuerte y no las puedo someter a esto. Nuestro país es tan rico, pero por culpa de la política estamos así. Salir de mi país me duele mucho, me fue difícil”.
Con él iba caminando en cholas plásticas remendadas, Freddy Antonio Paredes Pérez, quien aunque era gerente de una empresa en Barinas, tuvo que salir de la zona porque los dueños decidieron cerrarla ante la crisis. Sus zapatos de goma se rompieron, por lo que cambió a las cholas, estilo sandalia, los pies ya los tenía quemados por el sol, pero afirmó que avanzaría lo que más pudiera hasta lograr su cometido.
En su bolso llevaba poca ropa, porque no había vuelto a comprar en Venezuela, y una bolsa con galletas y agua que unos venezolanos le regalaron en el trayecto. “Mi mamá y mi esposa se quedaron demasiado tristes. Espero regresar a Venezuela porque este sería un trayecto muy fuerte para mi bebé”.
Como ellos, otros más iban en la vía. Era muy poco lo que llevaban, un equipaje con escasa ropa, bolsas, algunos tenían termos con agua, y otros alzando bebés de meses, un año o máximo dos. El trayecto es largo y el sol inclemente, pero sus sueños de enviar dinero a Venezuela para ayudar a sus familiares a alimentarse, los hace tener la fuerza que tal vez muchos, no tendrían.
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