Por Crónicas de Chile
Santiago de Chile. Franceska Troconis se arriesgó y ganó. Lo hizo y lo hace, de manera permanente, con una deliciosa fórmula que ya es distintiva de su emprendimiento: Chicha la maracucha (@chichalamaracucha.cl)
En Venezuela, Troconis trabajó por 10 años en una empresa de telefonía como ejecutiva de ventas. «Nunca hice chicha en Venezuela. Aprendí aquí», cuenta a Crónicas de Chile la nacida en el estado Zulia hace 28 años.
Llegó a Chile en febrero de 2019 junto con su esposo Willkenson Rincón, de 35 años, y su hijo de 7 años. Consiguieron trabajo a la semana. Él en un resto bar como seguridad y ella vendiendo cremas y perfumes, primero y luego en una pizzería. «Pasamos por muchas cosas. Ni nos veíamos. Trabajábamos en horarios contrarios. No nos rendía el dinero«, recuerda.
Con el estallido social se fue a otra pizzería debajo del edificio donde vivía. «Trabajaba hasta 12 horas por sueldo mínimo. Renuncié y empecé en un call center y allí me despidieron al iniciar la cuarentena. Para colmo, a mi esposo lo suspendieron del trabajo. Sobrevivimos con la Administradora de Fondos de Pensiones (AFP). La comida no alcanzaba a fin de mes y tenía que pedirle prestado a mi hermana», detalla.
Franceska se dio cuenta de que en donde vivía solicitaban una muchacha para limpiar el edificio y suplicó trabajo al encargado. «Allí vendía empanadas y marquesas, pero no se daba nada», afirma. Un Día del Padre se le ocurrió hacer chicha y su hermana le dijo que estaba super rica, que empezará a vender, pero no tenía dinero para la leche. Sin embargo, se ayudó con una caja de comida que entregaba el gobierno. «Empecé vendiendo un litro en vasitos en el edificio. Luego perfeccioné la receta y quedó mejor aún», sostiene.
Cuando le entregan el finiquito a su esposo, Franceska le propuso comprar un carrito para empezar en la calle. Él, quien apenas generaba ingresos empacando cajas de comida, no quería, pero no había otra opción. «Allí medio nos acomodamos con los gastos. Conseguimos un carrito. Mi esposo lo escogió, a mí no me gustaba, y empezamos. Mi hermana me recomendó abrir una cuenta de Instagram y el nombre lo creamos entre los tres. Mi hermana creó el logo», cuenta.
Troconis salió a la calle sola, con mucha vergüenza. Llevaba 5 litros de chicha que se tardaba en vender, pero lo completaba con venta en el edificio, donde seguía limpiando, pero le dijeron que no la necesitaban.
«Pensé que no íbamos a poder y decidí salir todos los días con la chicha. Ahí pienso yo que Dios me ayudó porque se vendía superrápido. Empecé a hacer más cantidad y así sucesivamente. Le dije a mi esposo que trabajáramos de lleno en la chicha. Él no confiaba. Le daba vergüenza atender hasta que vio que sí daba para vivir y que yo estaba muy entusiasmada. Así empezamos las ventas por Instagram y decidimos sacar otro carrito con el 10 % de la AFP», relata.
Hoy cuentan con dos carritos y preparan hasta 100 litros de chicha. Además incorporaron un nuevo producto: cepihelados. Y este es su mensaje para los migrantes venezolanos: «No es fácil empezar de cero y con poco, pero si te lo propones, sí se puede. Nuestra meta es llegar a tener un local con el favor de Dios».
Por @CronicasDeChile