En Venezuela, la Navidad ha sido tradicionalmente un bastión de unión familiar y reafirmación de valores. Sin embargo, las historias de Yuraima Peña y Yorelys Campos, madres de Portuguesa y Miranda, retratan en dos tiempos las profundas heridas que ha dejado la migración forzosa y la alegría que sostiene nuestra fiesta decembrina. Por eso ambas reivindican lo dicho en la carta de San Pablo a los romanos: «la esperanza no defrauda»
Yuraima no se consuela. Está hecha un mar de llanto. Sus dos únicos hijos se han ido a España y no halla espacio para la fiesta decembrina. Tiene una casa grande, pero en este diciembre luce vacía: sin comida típica, luces ni pesebre. Sin risas ni bochinches.
«Tengo el corazón roto, sin familia es un contrasentido celebrar la Navidad», advierte. Ella cree que con la migración de Yulimar y César Iván se marcharon también sus tradiciones.
Yuraima Peña vive en Guanarito, un municipio rural ubicado al sur de Portuguesa. Su diciembre de 2024 es muy distinto al que vivió dos años atrás en sus sabanas llaneras, cuando las celebraciones de la Natividad del Señor y el Año Nuevo obedecían a costumbres muy criollas.
Tengo el corazón roto, con la migración de Yulimar y César Iván se marcharon también mis tradiciones
Yuraima Peña, madre portugueseña
En la finca de su papá, hoy fallecido, la fiesta del 24 de diciembre era grande, se hacía un parrandón con mucho joropo y abundancia de comida. Entre los platos que se degustaban para la fecha estaban las hallacas, ternera a la vara y el marrano asado. También se comían variedad de dulces y se tomaban aguardiente y chicha de maíz.
Desde que Yulimar se fue a Sevilla con su esposo e hijo de 9 años, esta mujer recia, de 60 años -también educadora jubilada– pasa su diciembre en solitario, junto a su esposo y su madre. Esconde la tristeza en la devoción a la Virgen de la Paz, la patrona de su pueblo.
Yulimar se fue de Venezuela, forzosamente, en 2022. Se alejó de su madre por necesidad económica. Trabajó por mucho tiempo como administradora en distintas empresas en Barquisimeto, estado Lara. Pero, la inflación y la falta de ingresos la arroparon. Lo que ganaba de salario no le alcanzaba para sufragar gastos de alimentación, vivienda y educación para su hijo. La misma situación le ocurrió a su esposo, mecánico automotriz de profesión.
En su travesía por España, la hija de Yuraima fue asistida por una familia venezolana que la ayudó a establecerse en Sevilla. En un apartamento pequeño compartió la vida con esos amigos durante dos meses, mientras lograba empleo.
No fue fácil el comienzo. Yulimar y su marido sortearon la dificultad de trabajar sin documentos, aunque se enfrentan a empleos precarios y a escondidas, pagados por debajo del salario mínimo, que en España se calcula en 1.500 euros.
Pese a ello, a Yulimar le da la base para vivir tranquila, mejor que en Venezuela. Juntando los ingresos de ella y su esposo pagan el alquiler de un apartamento. El niño asiste a una escuela pública donde le garantizan almuerzo y merienda de lunes a viernes. Además de dos jornadas de ayuda pedagógica y tres días de actividad deportiva. El niño ya es un buen practicante de fútbol.
Allá la cosa es diferente. Ellos viven cómodos, después de todo; hasta me mandan mi remesa mensualmente, relata Yuraima para adentrarse en la historia de César Iván, su hijo menor.
«Mi hijo varón, que siempre estaba conmigo en casa, que nunca se había ido ni siquiera a vivir con su familia a otra vivienda, también se marchó. Está en Sevilla desde julio de 2024, se fue apoyado por su hermana Yulimar», rememora Yuraima.
Verme sin mi hijo y ver a mis nietos sin su papá es muy doloroso para mí
Yuraima Peña, madre portugueseña
El viaje de César Iván le duele a Yuraima por partida doble. Él tuvo que dejar a su esposa y a sus dos hijos para procurarles una vida mejor desde otra latitud.
«Esto es bastante fuerte, muy triste. Verme sin mi hijo y ver a mis nietos sin su papá es muy doloroso para mí. ¿A quién le puede interesar una Navidad así, sin sus seres queridos?», se pregunta.
A Yuraima le queda la añoranza de la parranda llanera en la finca de sus padres. Vivirá en su recuerdo un diciembre distante con su 24 y su 31 llenos de entusiasmo, con parrandas, arpa, cuatro y maracas; con carne asada. Y, en especial, con una familia unida, colaborando y celebrando. «Ojalá la tradición no se me muera por siempre», refiere.
Navidad optimista hasta el final
En la casa de Yorelis Campos en Guarenas, estado Miranda, la celebración es diferente, pues será por todo lo alto. Entre hijos, nietos, hermanos y sobrinos se reunirán unas 25 personas para recibir el Año Nuevo.
«Haremos una gran fiesta familiar, con karaoke e intercambio de regalos, porque queremos darle la bienvenida al 2025 con mucho optimismo», dijo a El Pitazo la mujer, vía telefónica.
Esa reunión de toda la familia de Yorelis también será para despedir a uno de sus tres hijos y a dos de sus ocho sobrinos, quienes piensan emigrar a Colombia en enero.
«2024 fue un año muy duro para ellos. Estuvieron sin trabajo formal y sin capacidad de ahorro. Son jóvenes de 22, 23 y 25 años, que sienten que no tienen futuro en Venezuela y por eso deciden irse», señaló.
Quizás en 2025 no podamos estar todos reunidos en Navidad, así que debemos aprovechar este regalo de Dios. Es una bendición estar juntos
Yorelys Campos, madre mirandina
Pensar que tres miembros de su familia se marcharán, al igual que lo hicieron otros siete, le causa nostalgia, pero ella prefiere centrar su pensamiento en la celebración decembrina para que nada opaque el momento.
«Los años me han enseñado a vivir un día a la vez. Quizás en 2025 no podamos estar todos reunidos en Navidad, así que debemos aprovechar este regalo de Dios. Es una bendición estar juntos», indicó.
Ese optimismo de Yorelis la lleva a pensar en la posibilidad de que su hijo y sus dos sobrinos desistan de la idea de cruzar la frontera. «Si la situación política y económica del país cambia, ellos podrían seguir apostando por su país, por eso tengo mi fe en que el 10 enero se respete el resultado electoral», afirmó.