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viernes, 29 marzo, 2024

Testimonio de una retornada: “Los refugios son una cárcel”

Lizmari Aponte vivió 46 días en cuatro escuelas y un hotel que acondicionaron como refugios en el estado Apure. Desde el 12 de mayo, hasta inicios de julio, padeció lo que ella describe como un horror. "Estábamos como presos sin haber cometido ningún delito", afirma

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Barinas.- Uno, dos, tres… 46. Esa fue la cantidad de días que Lizmar Aponte, su hermana Yosmary, cuatro niños y un sobrino, pasaron entre cuatro escuelas y dos hoteles acondicionados como refugios en Guasdualito, estado Apure. Su vida como migrante en Fortoul, Departamento de Arauca, en Colombia, se redujo a solo tres meses y 12 días en las tierras neogranadinas.

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La pandemia, la falta de un trabajo estable y de un techo donde guarecerse junto a su familia, la hizo embalar de nuevo sus maletas y aprovechar la oportunidad que le ofrecía el gobierno venezolano para devolverse: Plan Regreso a la Patria.

Las hermanas Lizmar y Yosmary Aponte se fueron a Colombia en la búsqueda de mejores oportunidades económicas. La falta de trabajo en Barinas y tener que mantener, cada una, a dos hijos menores de edad, les hizo emprender un viaje a tierras del vecino país en el que pensaron que su situación económica iba a mejorar. No fue así.

Lizmar, quien se fue el 28 de enero de 2020, encontró trabajo un mes después de su llegada, pero el 11 de mayo, después que las echaron de la casa donde vivían porque no tenían cómo pagar el arriendo, ni dinero para la manutención de la familia, decidieron acogerse a la propuesta del Gobierno venezolano y se regresaron en el Plan Vuelta a la Patria, con la promesa de que solo estarían ocho días en un refugio y, luego, siete días en la Ciudad Deportiva, donde completarían la cuarentena que exigen los protocolos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El 12 de mayo entraron de nuevo al país, ingresaron a Guasdualito, estado Apure, por el Puente José Antonio Páez. Ese día quedó marcado en la memoria de Lizmar y Yosmary. Comenzó una historia de penurias e incomodidades que las hizo sentirse, junto a sus hijos y demás personas que las acompañaban, que estaban presos en su propio país sin haber cometido ningún delito, según el relato que hace Lizmar, la mayor de las hermanas, a El Pitazo, a través del WhatsApp.

La Escuela Guasdualito fue el primer refugio. Ahí pasaron ocho días. El 15 de mayo les hicieron la primera prueba rápida para descartar el coronavirus. “Todos los resultados fueron negativos”, refiere. Dos días después, el 17, les repitieron las pruebas y, de acuerdo con el personal de salud que los atendía, 61 de las personas que estaba en el refugio, incluidos niños y adultos, salieron positivos al COVID-19.

A los niños en los refugios también les hacen la prueba PCR | Foto capture: cortesía Lizmar Aponte

“El 18 de mayo nos sacaron de la escuela. A mi hermana y a mí nos separaron. A ella la llevaron al hotel La Arenosa, junto a sus dos niños, y yo, junto a mis dos hijos, fuimos para el hotel San Román. En mi caso, como el hotel era pequeño, en la habitación estábamos ocho personas; cuatro adultos y cuatro niños”, recuerda con claridad.

A partir de ese momento, las hermanas Aponte quedaron prácticamente incomunicadas. Su madre, Yrene Aponte, denunció desde Barinas, el 10 de junio, a través de El Pitazo, que tenía a su familia desaparecida, llevaba una semana sin saber nada de sus hijas y nietos.

“En el hotel comenzamos a protestar porque no nos entregaban los resultados para verificar que realmente había 61 contagiados. Ignoraban nuestro reclamo. Nos trataban como si estuviéramos presos, pero sin haber cometido ningún delito, al menos eso fue lo que me dijo un funcionario que estaba ahí: ‘ustedes son presos del gobierno, a ellos les conviene tenerlos aquí porque pueden sacar provecho de la ayuda humanitaria que llega de otros países’, dice Luzmary que le contó.

Aponte recuerda esos 46 días como una pesadilla. Dice que pasaron cosas terribles. Refiere que la comida, la poca que les daban, nunca llegó a la hora: desayuno a las 11:00 am, almuerzo a las 4:00 pm y cena a las 6:00 pm. “Todos los días nos contaban como si fuéramos presos. Nos levantaban de madrugada y nos trataban como los peores delincuentes”, asegura.

Llegaron los resultados

El 25 de mayo llegaron los resultados. Esta vez solo dos personas no estaban contagiadas. Eso le resulta a Lizmar muy sospechoso. “Cómo es que si en las habitaciones dormíamos y compartíamos todo ocho personas en cada cuarto, solo dos estaban contagiados”, se pregunta. “Eso del COVID-19 es mentira, es una falsedad”, asegura.

Aponte cuenta que a los contagiados, uno de ellos su amigo, los aislaron en otro hotel y les suministraron un tratamiento que consistió en un protector gástrico y dosis de vitamina C durante 10 días, “aunque no presentaban ningún síntoma”, insistió.

Junto a los resultados también llegó la lista de quienes podían salir del refugio. Lizmar y su hijo mayor Esaúl, de 11 años, estaban entre los beneficiados, no así el niño de tres años, aunque en las dos anteriores pruebas el resultado había sido negativo al coronavirus. Ese día salieron 25 personas del hotel, pero ingresaron otras 35, todas sospechosas de COVID-19, “y ninguno contagió a los que se quedaron. Por eso es que yo digo que todo esto es político”, insiste Aponte.

En los hoteles estuvieron pocos días. De allí los trasladaron hasta la Escuela Eva Quintero, donde tampoco había forma de comunicarse con nadie. “Dicen que no había línea, que estaban caídas las conexiones”. No había electricidad y para asearse y comer, lo hacían casi que encima de los excrementos. “Había excrementos por todas partes. Eso fue horrible”, dijo.

Por cinco días estuvieron en ese refugio. La Escuela Herminia Pérez fue el nuevo destino; con esa, era el cuarto refugio al que los mudaban desde el 12 de mayo, día en que llegaron a la Escuela Guasdualito, a las 5:00 pm. Ahí estuvieron por 20 días y “fue lo peor de lo peor”, asegura Lizmar Aponte, quien ya estaba reunida con su hermana y sus sobrinos.

Según Lizmar, la estadía en Herminia de Pérez no fue diferente a la de los otros refugios. La misma rutina, las protestas y los reclamos para que los dejaran salir eran a diario. Los funcionarios llegaban con las mismas listas, una y otra vez nombraban a las mismas personas, la mayoría ya en sus lugares de origen, incluido su hijo mayor al que tuvo que enviar para Barinas con su sobrino mayor, “porque no era justo que estuviera pasando trabajo innecesario”, refiere.

Una nueva prueba

No mencionó el día. Solo recuerda que volvieron a hacerles las prueba; esta era la cuarta vez y, por cuarta vez, los resultados fueron negativos, tanto las pruebas rápidas como las PCR. “Los resultados que llegaban, porque otros se perdían en el camino y la gente tiene que seguir esperando a que lleguen para que los dejen salir. Ahí hay gente que tiene hasta dos meses esperando que les lleguen los resultados para devolverse a sus estados de origen”, aclaró.

De acuerdo con las cifras oficiales del estado Apure, en esa entidad federal, hasta el 8 de julio de 2020, había 2.985 personas en 27 refugios habilitados para los retornados de otros países. Los cómputos que presentan indican que, hasta esa fecha, 719 personas arrojaron resultados positivas al COVID-19.

Otros casos

Para reforzar su teoría de que los refugios son como una cárcel, Lizmar refiere el caso de uno de sus hermanos. Dice que José Reinaldo Tovar, su hermano, tiene dos meses confinado en el Pasi de la Ciudad Deportiva, porque “según el gobierno tiene COVID-19”.
También se refiere al caso de un amigo que estuvo en los refugios de Apure. Él tenía que continuar hasta el estado Yaracuy, donde vive, pero le hicieron la prueba rápida y supuestamente salió positivo. “Todavía está en un refugio, pero en Yaracuy, recibiendo un tratamiento que lo que puede es hacerle mal, porque él no tiene nada”, asegura.

Otra situación que la perturba es la de Humberlin Daniela Ochoa Bello y José Hernández, pareja que está en el refugio de la Escuela Julio de Armas, en Guasdualito. “Ella tiene un embarazo de cinco meses, tres de los cuales los ha pasado en condiciones deplorables en los refugios. A esa pareja también les han hecho incontables pruebas y, pese a que salen negativos, siguen sin poder irse para su hogar.

En Barinas

El 21 de junio, Día del Padre, a Herminia y su hijo los mudaron a un nuevo refugio: Escuela Luis Enrique Castillo. Ahí permanecieron hasta el 26 de junio cuando llegó de nuevo a Barinas. Llegó con todos a la Ciudad Deportiva, pero no sé quedó ahí. Le dieron la oportunidad de llamar a un familiar para que la llevara hasta su casa, en la urbanización Juan Pablo II.

Cuenta que el chofer que los trajo tenía en su poder los salvoconductos que les acreditaba como libres de coronavirus. Ella y su hijo pudieron regresar a sus hogares, pero su amigo de Yaracuy, quien pasó más de 40 días en los refugios de Apure, sigue en un refugio en su estado natal, recibiendo tratamiento para tratar su contagio de COVID-19 del cual Lizmar no está convencida. “Eso es político. Todo es mentira”.

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