Acarigua.- Unos siete kilómetros de distancia recorrió la urna con el cuerpo de Dennis Parra. Iba sobre una carretilla improvisada, remolcada por una motocicleta. Sus tíos caminaban de lado y lado, casi agachados, sosteniendo el ataúd para que no se cayera del carrito de madera. No ubicaron algún vehículo que tuviese gasolina para hacer el traslado. Tampoco tenían el dinero para comprársela a revendedores.
Arrastrar el ataúd en una tabla de madera con cuatro ruedas de metal fue la única manera que encontraron los familiares del joven para trasladar el cadáver la mañana de este viernes, 21 de agosto, desde la urbanización La Tricentenaria, donde residía y fue velado, hasta el Cementerio Municipal de Araure, en Portuguesa.
Una fotografía tomada por un transeúnte muestra el momento en que la motocicleta va arrastrando la carretilla con la urna por la avenida del Batallón de Infantería Vuelvan Caras, sede de la Zona Operativa de Defensa Integral N° 33 (Zodi-Portuguesa), a cargo del control de la distribución del poco combustible que llega al estado.
El joven falleció la noche del miércoles 19 de agosto en el Centro de Diagnóstico Integral (CDI) de la urbanización Villa Araure, por tuberculosis y otras complicaciones.
Desde ese día, y por dos más, la familia tuvo que enfrentarse al dolor de la pérdida y también lidiar con las complicaciones de resolver un sepelio sin tener dinero para costear los gastos básicos, en medio del confinamiento social por la pandemia y, además, con limitaciones para la movilización del cuerpo por la escasez de combustible.
«Cuando murió mi sobrino, fuimos al hospital (Dr. Jesús María Casal Ramos, de Acarigua) a pie, porque no había gasolina y debíamos hacer el papeleo», contó este viernes en el cementerio, un tío del infortunado joven, Vicente Parra. Este precisó que desde ese momento comenzó una odisea para toda la familia de cristianos y de muy escasos recursos.
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Los deudos caminaron también hasta la Alcaldía de Araure a solicitar ayuda económica para cubrir los gastos de la inhumación y también para realizar las gestiones legales ante el Registro Civil del municipio.
«Conseguimos la urna con la Alcaldía y ahí mismo solicitamos un carro para buscarla y para el entierro, pero nos dijeron que no había gasolina. Nos tocó conseguir una camioneta prestada para ir por el ataúd», relató Parra.
En el CDI, la familia fue presionada para que retiraran el cadáver, a pesar de que tampoco se contaba con formol para la preparación. «No había en el hospital, en las clínicas, en las farmacias ni funerarias a las que pudimos ir. Nos tocó llevarnos el cadáver de mi sobrino a la casa, sin preparar«.
El cuerpo de Dennis Parra -quien se contagió de tuberculosis mientras estuvo privado de libertad en el Centro de Coordinación Policial del municipio Turén-, duró 24 horas sin preparación, hasta que un vecino ofreció el formol y las jeringas para inyectárselo. No hizo falta un experto ni personal funerario. El mismo vecino lo hizo, según refirió el tío del difunto.
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La mañana de este viernes, antes de arrancar al sepelio, los familiares tocaron una última puerta para solicitar ayuda para el traslado del cuerpo del fallecido. Acudieron al módulo policial de Villa Araure, pero los funcionarios alegaron la misma razón: «No tenemos gasolina«.
«No tuvimos a quién más acudir. La camioneta que usamos el día anterior, ya no tenía combustible y nosotros no contamos con dinero para comprarla ‘bachaqueda’. Así que nos tocó amarrarle un montacargas artesanal a la moto de otro sobrino y allí subir el ataúd», explicó el tío.
La imagen impactó a quienes transitaban por la zona y observaron la escena. Este episodio es solo un reflejo de las calamidades que se generan en esta y otras regiones de Venezuela, donde la gasolina prácticamente ha desaparecido.
Vicente Parra y otro tío del fallecido caminaban, cada uno a un lado del ataúd, pendiente de que este no se cayera de la tabla sobre la que iba. Así lo hicieron, pasando también por la avenida Bicentenario, antigua Rafael Caldera, hasta llegar al camposanto.
«No es lejos, pero duramos más de 40 minutos porque íbamos muy despacio y pendiente de que no se nos cayera la urna del carrito. También íbamos atentos de los carros que pasan a toda velocidad, porque si arrollaba a cualquiera de nosotros, ahí sí es verdad que todo se ponía peor», dijo Parra.
Los pocos que acompañaron el sepelio, en su mayoría familiares y algunos vecinos, también llegaron al lugar a pie, incluyendo niños. Todos lamentaban las penurias a las que se enfrentaban, sobre todo en un momento de dolor por la pérdida de uno de los miembros del grupo.