Valera.- Luis David Muchacho, un médico residente del Hospital Universitario Dr. Pedro Emilio Carrillo de Valera, estado Trujillo, camina durante 28 minutos desde la puerta de su casa, a través del sector popular de La Floresta y el centro, hasta llegar al área de emergencias, donde cumple una guardia de 24 y, a veces, de 36 horas con breves lapsos de descanso.
En el recorrido, de unos cuatro kilómetros, además de observar las viviendas en las colinas de la ciudad, que evocan a una pequeña Caracas, nota como muchas otras personas caminan el mismo trayecto debido a la escasez de transporte público, especialmente durante la semana de radicalización de la cuarentena.
Aunque él cuenta con el servicio de Bus Trujillo, exclusivo para el personal de salud, se excluye debido a la imposibilidad de respetar el distanciamiento social en esa unidad, que también es usada por pacientes crónicos y trabajadores con salvoconducto. Prefiere aguantar sol o lluvia para cuidar a los demás.
“Hemos visto la gran cantidad de personas que utilizan este servicio y como personal que estuvo expuesto al virus, sería inhumano para mí, o no muy correcto incluirme dentro de este bus rojo, porque expondría a los demás”, dice el doctor de 27 años, quien también ha trabajado en el área de atención a pacientes COVID-19 en el hospital centinela.
En comparación con otros compañeros, él con tres años de experiencia, se siente afortunado de vivir cerca del hospital.
Algunos colegas, residentes e internos, habitan en otros municipios y deben caminar largos tramos y esperar hasta tres horas para llegar a sus guardias en transporte o en alguna cola que logren conseguir, pues debido a la escasez de gasolina, son pocos quienes se detienen a llevarlos.
“Soy uno de los primeros en llegar, a las seis, seis y cuarto de la mañana. Eso implica salir a las cinco y veinte de mi casa”, explica el médico, quien actualmente cursa el posgrado en medicina de emergencias y desastres. El joven dice no verse fuera del país o privado del ejercicio de su profesión.
Una década atrás jamás se imaginaba atender pacientes y desvelarse por su salud. Soñaba con ser maestro de literatura, enseñar sobre Tolstoi, Safo o Sor Juana Inés de la Cruz, pero en un desvío encontró su verdadera vocación, aunque esté minada de retos y dificultades.
“Dada la situación social que vivimos en el país, ser médico es bastante difícil. Demanda mucho de nosotros, porque pensamos en el bienestar del paciente y estamos limitados por una cantidad de factores, medicamentos, laboratorio. Nos vemos en la necesidad de reinventarnos o generar diferentes protocolos”, comenta el joven médico, quien asegura durante estos seis meses de la pandemia que la demanda en la emergencia ha aumentado.
En el área, que cuenta con unos 12 médicos, se manejan entre 25 a 30 pacientes hospitalizados, de los cuales el 30% están en malas condiciones y requieren ingresos a terapia intensiva o UCI.
Además, los ciudadanos que llevaban un control regular con especialistas, acuden con más frecuencia por urgencias. Otro de los factores variables son los suministros, con los cuales se cuenta, pero no siempre.
“Nosotros deberíamos contar con un equipo de protección personal, eso debería venir por kit, que debería individualizarse y cambiarse a diario”, detalla Muchacho, quien menciona que organizaciones como Rotary Club, junto a un grupo de colegas, dotaron al personal de equipos de bioseguridad.
Pese a estas dotaciones generosas y los insumos institucionales, parte del personal ha contraído el virus del COVID-19. Luis David es uno de ellos. Estuvo 40 días en aislamiento en su vivienda y 25 de ellos con síntomas leves.
En su confinamiento recordaba la frase de T.K.V. Desikachar, un maestro de la India, quien decía que la calidad de la respiración expresa los sentimientos más profundos de una persona. En su caso, con cada inspiración de oxígeno, anhelaba volver a su trabajo.
“En estos momentos, que nos quedamos sin respiración, debemos inhalar y respirar profundamente con la emoción en el corazón, para decir que sí podemos salir de esto. Para mí fue sumamente difícil, pero aquí estoy, me recuperé, gracias a mis compañeros”, confiesa el doctor.
Aunque al volver no tenía un “teletransportador”, su salario no podría costear ni un nuevo estetoscopio y otras herramientas compradas en dólares para su formación y ejercicio, se sintió emocionado de poder caminar lleno de vida.
En ese trayecto de regreso, no notó muchos cambios, seguía la larga fila de conductores en la estación de servicio Los Bambúes de La Floresta, persistía el desuso del tapabocas de los caminantes y, 28 minutos después, en la entrada de la emergencia, estaban las personas siempre en espera para aliviar su dolor.