Ómicron ha puesto en jaque la estrategia china de «cero COVID-19», con cifras de contagios inéditas en dos años, pero las autoridades no están dispuestas a cambiar de rumbo ni a renunciar al estricto libreto que llevan aplicando ya dos años y que les dio resultado frente a otras variantes.
La cuestión es que ómicron ha devuelto a China a la casilla de salida en su particular «batalla» contra el coronavirus, con fuertes restricciones a la movilidad, las fronteras cerradas al exterior y confinamientos de ciudades enteras como la metrópolis de Shanghái.
Si bien el resto del mundo se ha resignado a convivir con el virus, China teme que abrir la mano suponga un abrupto aumento del número de muertes, como ha sucedido en otros países vecinos -más de 300 fallecidos diarios en Corea del Sur este mes-, o tener que afrontar un hipotético colapso sanitario.
El 88 % de la población china, unos 1.240 millones de personas, han recibido ya la pauta completa de la vacunación contra el COVID-19, y preocupa que solo alrededor del 80 % de los mayores de 60 años se hayan inoculado con al menos dos dosis, pero muy pocos tienen tres.
«Tolerancia cero»
La Comisión Nacional de Sanidad de China confirmó este lunes la detección de 1.184 nuevos positivos de coronavirus en la víspera -1.164 por contagio local-, además de 26.411 casos asintomáticos. Las provincias o ciudades con mayor número de casos de transmisión comunitaria fueron Shanghái (este, 914), Jilin (noreste, 187), y Cantón (sur, 19).
Entretanto, las medidas hacen mella entre la población y la tensión llega a las redes sociales, en las que se comparten videos de peleas de residentes con sanitarios, de falta de comida durante las cuarentenas o del maltrato y sacrificio con crueldad de mascotas de personas aisladas, y donde se empieza a cuestionar la eficacia de los confinamientos dada la alta transmisibilidad de ómicron.