Con información de Dailys Estrada
Tucupita.- Zaida tiene un nudo en la garganta. Se sienta en la cocina de su casa mientras toma un poco de aire para hablar. Todavía está vivo el recuerdo de la muerte de su hijo en un naufragio ocurrido el 22 de abril de 2021, en la ruta costera entre Delta Amacuro y Trinidad y Tobago.
—¡Ay, Zaida, el negro se ahogó! —le dijo con pesar una vecina aquel día. Después no recuerda más. Lo cuenta y le tiembla la voz. La otra escena que resuena en su cabeza es su nuera gritando y llorando. Todo le viene a la mente como si fuera una película en un bucle sin final.
Zaida Rodríguez es una ama de casa de 64 años, habitante de Tucupita, un poblado de 90.000 habitantes ubicado en el borde del Orinoco, a 720 kilómetros de Caracas. Es madre de José Ricardo Idrogo Rodríguez, un ingeniero mecánico de 31 años que murió ahogado después de que un bote, en el que viajaba con un grupo de migrantes se volcó en la riesgosa franja marítima Boca Serpiente.
El camino de la aceptación
“Yo lloraba, gritaba. No lo aceptaba, y todavía no lo acepto. Es un dolor muy grande. Recordé que ya se cumple un año y no he querido ni comer”, dice la madre del joven. Zaida ya no duerme en su cuarto, sino en el de su hijo, donde pasa horas contemplando sus fotografías de graduación.
José Ricardo Idrogo estaba huyendo de la crisis humanitaria de Venezuela, donde nunca pudo conseguir empleo como ingeniero y se dedicaba a hacer pequeñas reparaciones de autos. El día de la tragedia subió a un bote, sin salvavidas y en medio de la noche, para intentar llegar a Trinidad y Tobago, donde esperaba encontrar una fuente de ingresos y enviarles dinero a su madre, esposa y tres hijos que había dejado en Delta Amacuro.
El trágico incidente ocurrido hace un año dejó 8 muertos, 9 desaparecidos y 12 sobrevivientes, según los datos oficiales. La organización Foro Penal ha dicho que entre los desaparecidos hay 2 niños, de 2 y 5 años, y un adolescente de 15 años.
El cadáver de José Ricardo Idrogo flotó cerca de las costas de Trinidad y Tobago. Su hermana, establecida en la nación insular, se hizo cargo del trámite y el proceso de cremación. Las cenizas siguen en ese país, mientras Zaida espera pacientemente para sepultarlas en el cementerio local, al lado de su otro hijo, asesinado hace 12 años tras resistirse a un asalto.
“Sinceramente, yo no tengo el valor de preguntarle a mi hija cuándo enviará las cenizas. Ella me dice que no me preocupe, pero de ese tema no queremos hablar”, afirma. En medio de la conversación, Zaida rememora el momento en el que su hijo le comunicó la decisión de irse del país, y hace pausa para no llorar otra vez.
—Mamá, me voy para Trinidad.
—Ay, mijo, pendiente con las olas —le respondió la madre. A los pocos días “el negro”, como cariñosamente le decía, se embarcó en el peñero. Ella estaba negada a aceptar su partida a otra nación. Tanto así que no lo acompañó hasta el puerto fluvial para despedirlo.
Admite que antes ella era muy alegre, pero cree que con la muerte de su hijo se apagó una luz. “Me dicen que tengo que salir, que debo superar, pero no puedo”, relata. Afirma que a veces camina hasta una esquina que da hacia la calle principal del sector Deltaven, donde vive, esperando que su hijo llegue caminando y le pida que le haga café y una arepa, como de costumbre.
“Él me decía: ‘Vieja, bendición’. Y si compraba Harina Pan, la mitad era para él y sus hijos y la otra mitad me la daba. Yo me quiero hacer la fuerte, pero no puedo”, detalla.
Relato de la migración venezolana
El relato de Zaida Rodríguez es una de las historias que se han repetido en Venezuela durante varios años y que están marcadas por la precarización de la vida en el país, lo que ha empujado a millones de ciudadanos a buscar oportunidades en otras fronteras. Solo entre 2019 y 2021 ocurrieron cinco naufragios de migrantes venezolanos que intentaban llegar a Trinidad y Tobago.
Entretanto, el Comité Nacional de Familias de las Desapariciones Forzosas en las Costas de Venezuela (Cofavidf) ha reportado que al menos 121 personas están desaparecidas como consecuencias de naufragios registrados en las costas del país. En esa data no están incluidos los 9 náufragos del siniestro ocurrido el 22 de abril de 2021 en Delta Amacuro.
Un año después del suceso, las autoridades de esa región han detenido la búsqueda de los desaparecidos y han evitado tener contacto con familiares de fallecidos y sobrevivientes, según afirman los parientes de las víctimas. “Nunca nos dijeron nada. Eso se quedó así”, asegura Zaida, refiriéndose al escaso apoyo estatal recibido durante la tragedia.
Las precarias condiciones sociales y económicas son el motivo por el cual los ciudadanos suben a peñeros inseguros para salir de Venezuela. Zaida dice que en Tucupita su situación es igual o peor que cuando su hijo murió.
“Ahorita está muy difícil. Si compramos aceite, no nos alcanza para el azúcar. A veces me ayudan unos vecinos que son como mis hijos, a quienes yo cuidaba cuando eran niños”, relata la mujer. Ella y su esposo, de 76 años, viven de la ayuda que envían dos hijos que están en Trinidad y Brasil, y los bonos que deposita el gobierno de Nicolás Maduro, cuyos montos no llegan a 20 dólares al mes.