Caracas.- «Llame a algún familiar y le informa que está aquí”, escuchan anunciar con sonsonete antillano al médico cubano, cada vez que, 20 minutos después de realizada la prueba rápida, el resultado da positivo para coronavirus al paciente de turno.
Quienes relatan la escena son los miembros de la base de misiones que asisten a los doctores que realizan pruebas rápidas en la escuela Vicente Emilio Sojo de La Vega, al oeste de Caracas.
Esas palabras las han dicho los médicos a no menos de 50 personas de las más de 700 que han asistido durante la última semana a realizarse el despistaje del coronavirus, resultado por el cual deben esperar 20 minutos.
La angustia es una muletilla diaria en la parroquia La Vega. Los habitantes miran por las ventanas y rejas de las casas, apiñadas en torno a escalones angostos. Como muchos, tratan de salir a ganarse el pan y evadir el bloqueo impuesto por la Policía Nacional Bolivariana en las calles de la populosa parroquia.
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Rodeada por un contenedor de basura y por 2.760 familias, se encuentra la escuela básica nacional Vicente Emilio Sojo, un centro de despistaje masivo establecido debido a la pandemia del COVID-19. No lejos de ahí se encuentra el sector El Milagro, donde se realizó un fiestón por el Día del Padre y que 10 días más tarde dejó estragos entre los vecinos, que ahora se ven formados fuera de la Vicente Emilio Sojo esperando a ser atendidos para descartar el contagio de COVID-19. Algunos tienen el tapabocas a medio colocar.
Por esas personas que siguen saliendo a la calle sin tapabocas teme Aribis Yánez. A ella, sentada en un bloque naranja mientras organiza la logística en la Vicente Emilio Sojo, se le quiebra un poco la voz cuando manifiesta que siente mucho pesar en su corazón cuando ve a sus vecinos dar positivo en las pruebas. Aribis es hipertensa, y pese a que sabe que es de la población de riesgo por tener una patología, su mirada se torna segura y fuerte mientras permanece inamovible en su sitio. Atiende a personas, recibe la lista de los pacientes y le presta ayuda a quien puede. Empecinada en servir a su comunidad por encima de todo.
El temor también es palpable en la fila de personas que esperan por la prueba de despistaje ya dentro de la escuela.
—Mantengan la distancia, por favor.
—No se peguen, por favor.
Eso dicen los integrantes del Frente Francisco de Miranda y los milicianos.
Una mujer morena se sienta con la mirada al frente en uno de los bancos dispuestos en el patio, antes repleto de niños, pero ahora hay enfermeras, médicos venezolanos y cubanos, milicianos e integrantes del movimiento Somos Venezuela hablando de la vida y de los casos confirmados en el centro educativo.
El brote lo vio venir la doctora Yully Hernández, de carácter fuerte, voz firme y cubierta de pies a cabeza con traje de seguridad. Ella relata que los médicos han encontrado en los vecinos mucha incredulidad en torno al virus. “La gente cree que es mentira”, exterioriza con cierta resignación. Pero en Los Cangilones el COVID-19 mató a dos personas antes de que se instalara el centro de despistaje en la Vicente Emilio Sojo.
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Cuando llega el turno de subir los 17 escalones que separan la planta baja del primer piso del edificio, donde se aplican las pruebas rápidas, las manos y zapatos de los pacientes son desinfectados con hipoclorito de sodio y los pacientes esperan el inicio del protocolo de despistaje.
—Nombre, apellido y cédula —dice la enfermera que recibe en la segunda mesa, donde se le da a cada quien una orden para que continúe el proceso de despistaje. La orden es un papel manuscrito por miembros de este personal de salud. El papel en cuestión mide 10×5 centímetros y más adelante contendrá una palabra más: positivo o negativo.
Poco a poco se logra divisar la disposición del personal entre venezolano y cubano que atiende en la Vicente Emilio Sojo. Son los médicos cubanos quienes toman las muestras, porque son ellos los encargados del laboratorio del Centro de Diagnóstico Integral en los que procesan los resultados.
El hombre moreno y fornido suda por causa del sol que arrecia desde la mañana y no da tregua. “¡Qué calor!”, dice mientras repasa el brazo del paciente con el alcohol y toma la muestra. Después deposita la jeringuilla usada en una botella de licor vacía. Debería hacerlo en una caja plástica sellada de bioseguridad, pero nunca llegaron, así que se ven obligados a disponer los desechos de esa manera para evitarles riesgos a los recolectores de basura y a los propios visitantes del centro. Los desechos reposan en el patio, de la escuela, aunque a la vista lejos del paso de personas, esperando que venga el equipo del CDI que los trasladará hasta el lugar en el que serán incinerados más adelante.
Caminar los 120 pasos para entrar a un salón de clases convertido en laboratorio, y esperar un lapso de 15 a 20 minutos para saber el veredicto final, no se perfila como una actividad de riesgo o una aventura. Por eso reza el dicho: “Todos son valientes hasta que la cucaracha vuela”. Y en el salón de la Vicente Emilio Sojo, la cucaracha le está volando a las 10 personas que aguardan resultados de las pruebas rápidas. En el lugar, 7 mujeres y 3 hombres hablan del encofrado del techo y ven los vestigios de una clase de geografía que quedó a medio terminar: las palabras río Caroní y río Orinoco escritas en la pizarra acompañan la conversación sobre el encofrado y la queja de un adulto mayor que sangra por el brazo en el que le tomaron la muestra.
Es también un médico cubano el que se encarga de informar si se está contagiado de COVID-19 o no.
—Váyase pa’ su casita —dice el hombre con franela negra y acento antillano. Así llama uno a uno a los presentes y los va descartando.
Pero cuando el papel dice positivo, la realidad cambia.
Al paciente positivo le aplican el test epidemiológico mediante el cual se conocerán más detalles de su entorno y otros posibles afectados. Miembros del consejo comunal se dirigen a casa del contagiado y promueven que todo el grupo familiar se haga la prueba para cortar la cadena de contagio.
En el instante siguiente el paciente positivo es conducido a un salón lejano para su aislamiento y no vuelve a bajar, por precaución, sino hasta las 6:00 pm, cuando un autobús dispuesto por el Ministerio de Salud traslada a todos los positivos a un hotel donde permanecen confinados hasta que se les aplica el test que, finalmente, confirmará el diagnóstico de COVID-19. Una vez que los pacientes positivos son entregados al Ministerio de Salud, esta institución se encargará de velar por sus respectivos tratamientos y las pruebas correspondientes que se realizarán al menos durante una semana.
Este viernes, 3 de julio, el salón de aislamiento estaba vacío, pero el viernes 26 de junio hospedó a 26 personas contagiadas; el sábado 27 de junio, a 17; el domingo 28 de junio, a 3; y el miércoles 1 de julio, a 11. Y allí fue trasladada apenas el miércoles una madre lactante que dio positivo en la prueba rápida. A lo lejos, mientras se cierra la puerta del salón de aislamiento, se oye llorar a una bebé. Los presentes se miran y alguien dice: “Esa es la bebé de la familia que vino ayer porque la mamá está contagiada. La trajo el papá para que le hagan el despistaje”. El centro de la Vicente Emilio Sojo permanecerá abierto, al menos, una semana más. Después el personal médico será reubicado.