La Guaira.- “El sábado 23 de marzo cambié los últimos 45 dólares que me quedaban de lo que me mandó mi hijo. Él está en Medellín trabajando y es gracias a lo que manda que sus hermanos y yo sobrevivimos. Los cambié para comprar salado: carne, pollo y un poquito de queso y jamón. Eso me iba alcanzar para estar en la semana. Esa era mi idea, pero el lunes 25 se fue la luz. Yo en lo único que pude pensar fue en la comida que tenía en el congelador. Era lo que más me dolía», contó Maribel Cárdenas, enfermera que vive en Catia La Mar.
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Dicho sector fue una de las parroquias del estado Vargas donde se registraron más horas continuas sin energía eléctrica durante el apagón naciona,l que se enfrenta desde el lunes 25 de marzo. Cómo muchos vecinos y comerciantes del litoral central, una entidad donde los apagones no suelen ser regulares, intentó proteger sus bienes más preciados: los alimentos.
“Entre los vecinos compramos una panela de hielo seco, para mantener los alimentos. Algunos, con cocina a gas, prepararon la carne, porque así podía durar más. Yo agarré dos pollos y los salé. Sin embargo no a todos nos funcionó porque fueron tres días sin luz. Si acaso tres o cuatro horas de servicio corrido y así no hay alimento refrigerado que aguante”, refierió Cárdenas.
Así cada vecino hizo lo mejor que pudo. “Cuidé la comida hasta donde se me ocurrió. Ya el miércoles tuve que agarran unos bistecs a punto de dañarse y los sancoche y les di a los perros y gatos que andan por la zona. El día anterior preparé toda la carne molida y desayunamos, almorzamos y cenamos con ella. Entre varios vecinos acordamos hacer los pollos y otros pusieron yuca o lo que teníamos y pues ese fue un almuerzo, pero dos kilos de carne olían demasiado feo y tuve que botarlos. Lo peor el apagón fue tener que botar comida. Sientes que cometes un pecado y da dolor y rabia. No puedo decirle a mi hijo que está afuera que boté eso que compré con la plata que él manda y que también es un sacrificio”, explicó con gran pesar la enfermera varguense.
La sensación de Cárdenas es compartida por otros. “Mi nevera está ya medio mala desde el apagón de principios de marzo, por eso no compramos tanta carne, pollo o pescado en la casa. Sin embargo, teníamos tres kilos para cuando inició el apagón. El miércoles botamos un kilo de carne molida y una sopa que mi mamá preparó el fin de semana para adelantar, pues es una mujer que trabaja. Se siente una ira indescriptible, pero es algo que uno no puede controlar. Y entonces me pregunto ¿qué carajo vamos a hacer? ¿Compramos o no comida? ¿Habrá o no luz para tener la nevera activa? Esto no es vida”, agrega Marcia Toro, vecina de Pariata, docente y madre de tres pequeños.
Otros, aprovecharon el contar con cocinas de gas para cocinar los que tuviesen en la nevera y compartirlo. «A la luz de los mecheros cociné y al día siguiente lo compartí con la señora que limpia el edificio, con otros que venden detergente por comida y así. Evitar el dolor que se te dañe la comida, ante tanta necesidad», dijo Laura Medina, vecina de un conjunto residencial en Playa Grande.
Por su parte los comerciantes, especialmente los del Mercado Comunitario de Catia La Mar, debieron hacer descuentos para no perder la mercancía. “Vendimos queso y jamón en 7 mil soberanos y la carne hasta en 6 mil. Sin embargo hubo una que tuvimos que desechar. No estamos comprando casi mercancía por culpa de los apagones. Los que tienen planta se salvan, pero aquí en el comunitario somos pequeños comerciantes”, contó uno de los propietarios de las charcuterías–carnicerías, que no quiso ser identificado.