Caracas.- “¿Qué hago yo aquí?”, se pregunta Evemero Blandín cada noche al llegar a su casa después de protestar junto al gremio docente. También se hace la pregunta al final de una jornada laboral en el Liceo José Rojas Armas, en donde 15 de los 50 educadores han renunciado desde que comenzó el año escolar. “¿Qué hago yo aquí?”, se repite y no encuentra respuesta.
Desde el 16 de septiembre, día en el que estaba planificado el inicio del período 2019-2020, han sucedido en Caracas 10 protestas en las que maestros y maestras del sector público exigen dolarización del salario, revisión del contrato colectivo, reivindicación de la profesión, restauración de los 27.000 planteles a nivel nacional y la renuncia del ministro Aristóbulo Istúriz.
“Mi día comienza con un retraso del metro. Puedo tardar hasta dos horas en un tren para llegar a trabajar”, dice. Evemero debe ir desde la parroquia Caricuao, en donde vive, hasta Sucre, donde trabaja. Más de 15 kilómetros. Si él tuviera un carro, llegaría en 20 minutos, pero el Sistema Metro, deficiente desde hace un par de años, es su única opción y le impide llegar a sus clases de las siete de la mañana. “Yo llego sudado, cansado y hasta tres horas tardes. Entonces lo que pensaba dar, todo el contenido, debo comprimirlo en media jornada”.
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Entre el 22 y 23 de octubre, ocho federaciones y 100 sindicatos que conforman el gremio docente convocaron a un paro de 48 horas para reclamar, nuevamente, la destitución de las autoridades ministeriales que hasta julio de este año habían autorizado la suspensión de 16.000 profesionales por razones políticas. Según Istúriz, en septiembre de este año había 543.413 docentes adscritos al ministerio, aunque los voceros sindicales precisaron una reducción de 50% para la misma fecha.
El primer día del paro, Evemero se abstuvo de participar: fue a su clase, llegó tarde, cansado, pensando qué iban a comer él y sus hijos cuando llegara a casa y cómo regresaría si el subterráneo presentaba fallas. El segundo día, sintió la necesidad de salir, de protestar, de alzar su voz. Caminó más o menos cuatro kilómetros junto a otros casi 100 docentes desde el Parque Carabobo hasta la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (Upel) superando los obstáculos y las agresiones de la Policía Nacional Bolivariana (PNB).
Se vuelve preguntar, varias veces al día, “¿Qué hago yo aquí?” y recuerda que la caja de alimentos subsidiados por el Estado a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap) no es suficiente para todo el mes, que el salario se le va en pasajes, que no tiene marcadores para las pizarras ni hojas para el plan de evaluación.
Evemero protesta por él y por sus alumnos: “Muchas veces, mamás y papás con varios hijos mandan un día a uno y otro día, a otro, porque no tienen para darle de comer ni plata para el pasaje a todos”. En el liceo en el que ejerce desde hace 18 años hay 300 alumnos y 35 docentes; no hay condiciones adecuadas para nadie. También protesta porque le sale más caro ir a trabajar.
En un día de clases, Evemero llegaría a corregir, planificar y agendar. Piensa casi como una plegaria en que ojalá no se vaya la luz, ni falte el agua, que lo que hay en la nevera alcance hasta la próxima quincena.
Las preocupaciones no son distintas en un día de protesta, pero manifestar le responde un poco su pregunta. Evemero, frente a la Upel y en medio de un grupo que grita consignas y levanta carteles se planteaba abandonar las aulas y dedicarse al comercio informal: vender en el metro o en alguna plaza.
Sabe que llegará a casa y las cosas no habrán cambiado, el salario no estará dolarizado ni Aristóbulo habrá renunciado, pero cuando se vuelve a preguntar “¿Qué hago yo aquí?”, siente que su misión es también manifestar, porque protestando se forma criterio, ciudadanía y democracia, cuenta. Insiste: “¿Qué hago yo aquí?” y, por fin, se responde: “Protestando también estoy enseñando”.