Caracas.- Durante el primer mes de confinamiento, que comenzó el 16 de marzo por decisión de Nicolás Maduro, María Alejandra Sosa cumplió con la orden de mantenerse en casa y utilizó su bicicleta -la misma que usa para movilizarse desde hace ocho años- solo para ir comprar alimentos. Lo necesario. Un día, una amiga se enfermó y ella se ofreció a hacerle el mercado. En una mañana, María Alejandra fue desde Catia, parroquia Sucre, donde vive, pasó por la casa de su amiga en El Paraíso, y luego hasta Caricuao para llevarle algunas cosas a su hermana.
Cuando llegó a casa, después del mediodía, tenía mensajes en WhatsApp de personas que le pedían entregas a domicilio. Su amiga había comentado en un grupo del conjunto residencial lo que María Alejandra hizo por ella. “Creo que te metí en aprietos. Ya yo le dije a los vecinos que ese negocio no es contigo”, le dijo y María Alejandra le pareció que su amiga acababa de darle una gran idea: quizás la necesidad por delivery era una oportunidad de negocio.
Ahora, cada día sale en su bicicleta a las ocho de la mañana y antes de las dos de la tarde, regresa a su casa luego de comprar alimentos y hacer entre dos y tres entregas. “Hice algunas listas de productos y la gente puede escoger. También le pueden agregar algo que quieran o necesiten”, cuenta. Lo que María Alejandra cobra es el servicio de entrega a domicilio: menos de cinco kilómetros son entre dos y tres dólares; entre 5 y 10 kilómetros son 5 dólares y más de 10, puede alcanzar los 10 dólares. Pero la tarifa puede variar de acuerdo con el peso de la entrega. En su bicicleta puede llevar no más de 20 kilogramos.
Aunque tiene casi una década pedaleando por Caracas con su emprendimiento BiciGourmetCss, la emergencia por COVID-19 le ha dado mucho más trabajo. Para María Alejandra, el valor de lo que hace radica en acortar las distancias entre las personas y sus necesidades.
Un trabajo difícil
Yesenia Sumoza, parte del equipo de BiciCultura Venezuela, en un conversatorio organizado por Una Sampablera por Caracas, explicó que las entregas a domicilio implican un esfuerzo significativo: “No es una moda (…), es un trabajo fuerte. Mucha gente lo comenzó a hacer porque necesita trabajar y apoyar a su familia”. Además, cuenta de desde que hace delivery ha tenido que reparar partes de su bicicleta muchas veces, pero las tiendas y talleres para este tipo de vehículos están cerrados.
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Por eso, el mes pasado, varias asociaciones civiles y organizaciones que promueven el uso de la bicicleta como medio de transporte emitieron un comunicado dirigido a las autoridades del Estado para “generar una nueva política de movilidad en nuestras ciudades de cara a disminuir la propagación del virus COVID-19”, como de hecho lo recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Entre las peticiones está “permitir el trabajo de tiendas y talleres de bicicletas de manera normal, cumpliendo con las medidas de higiene pertinentes, dado que, en esta nueva realidad, se están convirtiendo en bienes y servicios de primera necesidad”.
A falta de gasolina, una bicicleta
También en el conversatorio, Vanessa Vargas, directora ejecutiva del Laboratorio de Empoderamiento Femenino (WELab), insistió en que la pandemia solo agravó la crisis de transporte que denuncia el gremio, sobre todo, desde 2018 por la falta de repuestos para los autobuses. La movilidad limitada en un país que enfrenta la emergencia mundial sin combustible ha cambiado la dinámica del mercado de bicicletas.
Jesús Córez maneja un grupo de WhatsApp en el que se compran y venden bicicletas, especialmente de segunda mano. Aunque no lleva un registro ni tiene cifras, compara este período de confinamiento con Navidad, que es la época en la que más se demandan bicicletas. La diferencia, explica, es que en diciembre se buscan como regalos y ahora, como forma de transporte.
Aunque lo entusiasma que aumente el uso de estos vehículos, admite: “Algo que veo con preocupación es que ya comenzaron a especular con los precios. Bicicletas que antes costaban 70 dólares, ahora las venden entre 150 y 200”. Vanessa Vargas aseguró que la bicicleta se ha vuelto un vehículo codiciado y no todas las personas tienen acceso a ella, por lo que podrían incrementar sus robos.
Necesidades básicas
Vanessa Blanco vive en la parroquia Santa Rosalía y utiliza la bicicleta como forma de transporte desde 2016 cuando comenzó a participar en actividades de agrupaciones como BiciMamis y Ser Urbano. En ese momento, su dedicación tenía como base la independencia de movilidad que representaba el vehículo frente a irregularidades del Metro de Caracas y durante la pandemia ha confirmado esa libertad.
A pesar del despliegue de funcionarios de cuerpos de seguridad del Estado en toda la ciudad, Vanessa va en su bici a comprar alimentos, desde Los Rosales, sector en el que vive, hasta la avenida Victoria, pero también ha llegado a Altamira, en el municipio Chacao. Incluso utiliza la bicicleta para acarrear agua en botellones para su casa.
Sobre el aumento de ciclistas en la capital, Vanessa dice: “En las últimas semanas sí ha incrementado su uso y creo que es una alternativa”. Aunque le preocupa que muchas personas no se han relacionado completamente con el entorno e incumplen las reglas. También insiste en que los conductores de carros aprovechan lo desoladas que están las calles para ir a velocidades que ponen en riesgo a quienes van en bicicleta.
Como ella, quienes promueven el uso de las bicicletas enfatizan al decir que no son una alternativa, sino un medio de transporte y debe ser respetado. Además, Vanessa enumera: brinda independencia, requiere poco mantenimiento y a bajo costo, permite mantener la distancia sugerida por la OMS para evitar la propagación del virus y, sobre todo, su uso es amigable con las ciudades.