Caracas.- En los barrios del oeste las carencias son lo único que no se agota. Aunque los servicios básicos siempre han fallado, los habitantes de varias comunidades de la capital aseguran que nunca habían vivido una situación similar: sin luz, sin agua, sin gas, sin telefonía, sin comida.
Todas las precariedades se viven simultáneamente. Sobre el segundo apagón nacional, que comenzó el lunes 25 de marzo, los entrevistados coincidieron en que es una falla que simplemente agudiza la situación.
A la hiperinflación, escasez de alimentos y caída del poder adquisitivo se les suman la oscuridad y la sed. Para Rosa Rodríguez, habitante de la parroquia Caricuao, Venezuela es un país de primeras veces: “Mira, aquí nunca habíamos vivido así. Todo es primera vez: primera vez sin luz tantos días, primera vez sin bañarte tantos días, primera vez sin comida en las neveras, primera vez peleando por una caja (de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción). Todo es primera vez”.
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Rosa nunca se imaginó que a sus 62 años tendría que estar cargando agua para poder echarle a la poceta. Durante el apagón, su alimentación se vio más limitada que siempre. Con el poco efectivo que le quedaba compró un poco de queso y unos gramos de café. “Ni siquiera azúcar, imagínate”, se queja Rosa.
Una de las vecinas de su bloque, del sector Bravos de Apure, Miguelina Montero, no salió de su casa durante los días sin electricidad porque vive en el piso 14 y sus 75 años ya le pesan.

Resolvió con unas velas y lo que quedaba de comida en la nevera. Ernesto Centeno vive en El Junquito, pero pasa más tiempo en Lídice, parroquia La Pastora, en casa de su mamá.
Con la falla eléctrica perdió tres kilos de carne que le regaló su hija. “Yo me las vi negras, estoy hasta endeudado con mis vecinos porque no tenía nada para comer”, contó Ernesto.
Dijo que sobrevivió gracias a la ayuda de varios de sus vecinos, que le daban algún paquete de granos o arroz, pero debe reponerles los alimentos. La falta de electricidad desgana: aunque Ernesto se reúne con su mamá, su hermana y algunos habitantes de la zona, ninguno dice más de tres palabras seguidas.
En algunas zonas inventaron sus propias formas de iluminación. Como en la parroquia Sucre, en el sector Manicomio. Vladimir Hernández explica: “Potes de aluminio, trapos y gasoil. Eso lo prendes y te dura como unas cuatro horas”.

A eso, ellos lo llaman mechuzos. También aprovechan el tiempo. Cuando no había luz, sin transporte, ni señal, ni colegios, los vecinos se reunían para conversar y reírse mientras los niños jugaban. Nunca habían vivido de esa forma, sin embargo, prefieren hablar de lo bueno.
Yamileth Ramírez, líder comunitaria, cuenta que hay cooperación vecinal para cargar agua, por ejemplo, o para acompañarse durante los días no laborales. Las necesidades no discriminan, por eso ellos trabajan unidos: “Aquí no trabajamos con política, aquí se hacen las cosas por la comunidad. Todos nos ayudamos para que todos nos beneficiemos”.