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viernes, 29 marzo, 2024

En el barrio más peligroso de Latinoamérica hay una zona colonial cuyos vecinos luchan por mantener

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Caracas.– Calles de piedra, casitas de techos de tejas con paredes altas y zaguanes despejados en el medio, jardines naturales dondequiera, callejones que parecen sacados de otras épocas y tiendas de dulces típicos o de los artefactos más insólitos. Todo eso se puede encontrar en el corazón de Petare, ese mismo barrio que está considerado entre los más violentos de toda la región (quizás el más peligroso), pero que esconde un casco colonial que dio origen a la parroquia y que representa un oasis para sus habitantes.

Al cumplirse 398 años de su fundación, el contexto en el llamado casco colonial no han cambiado mucho. “Para bien o para mal” en Petare todo sigue igual. “Somos las mismas familias, las mismas casas, los mismos negocios, la misma gente y pasamos el mismo trabajo”, expresa Miriam Arias, que a sus 66 años solo conoce la vida en su barrio de casitas de tejas y paredes de bahareque.

El contraste es evidente y basta cruzar desde la Plaza del Cristo hasta el primer callejón del casco histórico para notar la diferencia. El bullicio, el gris del asfalto, la suciedad de las calles, los vendedores informales y el agite cotidiano de los caraqueños desaparece apenas se cruza alguna de las múltiples entradas del casco colonial, donde todo se conecta con Petare, aunque al estar allí se tenga la sensación de haber llegado a un pequeño poblado del interior. Diecisiete calles y 2 callejones componen la zona donde unas 2.700 personas hacen vida. Los vecinos relatan que se trata de familias de tradición petareña que llegaron a la comunidad a partir de 1621 y que mantienen la tradición que allí se gestó.

Miriam Arias vive en uno de los callejones del casco, el que se denomina “La Igualdad”, un espacio pintoresco, con casitas de dos pisos pintadas de verde manzana, rosa y azul, rejas o puertas labradas y pequeños balcones. Apenas se para en la entrada de su casa, esta petareña saluda a cuanta persona pasa. Dentro de su casa hay muebles que pertenecieron a figuras emblemáticas de la historia venezolana, como el artista Tito Salas, una guacamaya que la acompaña desde hace más de 31 años y fotos de su familia, algunas en blanco y negro, y otras en color.

Ella celebra que son las organizaciones culturales que hacen vida en la zona las que se han preocupado por mantener la belleza de los espacios del casco histórico. “Petare vale por su gente, por sus instituciones, por su cultura y las tradiciones que se guardan todas en estas callecitas que componen el casco”, afirma.

“La gente no tiene la culpa de vivir en los barrios”, dice la vecina cuando se le pregunta por la estigmatización de Petare como una zona peligrosa. “Aquí se vivía y se vive bien. El pueblo era nuestro; yo me bañaba en la calle durante los palos de agua”, rememora. Con ella coincide Araceli Marín, una líder comunitaria de Petare que destaca el amor que siente por su parroquia. Asegura que son los propios vecinos los que han intentado rescatar ese cariño por “Petare colonial”, pero que la diáspora de las nuevas generaciones y la soledad de los adultos mayores en la comunidad dificulta el camino.

“El encanto de Petare”

Desde que el casco central de Petare fue definido como Patrimonio Nacional, los vecinos, cultores populares, emprendedores y hasta los comerciantes han mantenido un esfuerzo colectivo para preservar la zona colonial como eso, un patrimonio en el que “el caos del otro Petare no entra”.

Araceli Marín, cuya experiencia como coordinadora de la Zona Central del municipio Sucre durante más de 10 años la ha hecho conocer la parroquia petareña como pocos, recorre el casco con los ojos cerrados. En las calles, en las que habitan unos 2.300 habitantes, se pueden encontrar tesoros para los vecinos de la comunidad.

Uno de ellos y quizá el más importante, es la iglesia de la comunidad: la segunda más antigua de Caracas y la primera construida en Petare y próxima a convertirse en catedral. La parroquia “El Dulce Nombre de Jesús” es el orgullo de los que viven en el casco y también de los residentes de los cerros que lo rodean. “Es una parroquia muy alegre, con historia, con tradiciones y que enriquece la vida pastoral. La iglesia de Petare es, sin duda, un baluarte de toda la capital”, considera el vicario parroquial, padre Héctor Lunar, quien tiene casi ocho años viviendo en esta comunidad y es responsable espiritual de la parroquia.

El padre destaca la alegría de la gente petareña, pero le gustaría que cuidaran más su patrimonio. “Los peligros están presentes, hay inseguridad que ha afectado a la iglesia, hay posturas políticas que entran al templo. Por eso nos hace falta que se viva más el espacio, que se mejore la seguridad, que es un tema clave”, opina.

Otro de los defensores de Petare es Frank Montilla, dueño de “El Golfeao de Petare”, un emprendimiento con el que buscan rescatar la historia de la comunidad. A pocas cuadras de la iglesia se ubica este negocio en el que al entrar el visitante se topa de frente con un mural que recrea las calles del casco colonial del pasado y permite notar las similitudes y diferencias entre aquella época y la actual.

Este tipo de lugares abundan en el casco colonial: la fundación Bigott, la fundación José Ángel Lamas, la tienda más antigua, la capilla El Calvario, la Casa de la Cultura, la biblioteca y muchos otros espacios que se reparten en esas 17 calles para ayudar al petareño a recordar que su origen es amable y apacible y que su presente está lleno de añoranza.

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