«Se les informa a los señores usuarios que debido a fallas operacionales, el sistema metro presenta un fuerte retraso«. La frase se ha vuelto tan común en el día a día de los caraqueños, que ya son capaces de recitarla de memoria. El calor y el hacinamiento vuelven pesado el aire en los andenes de la estación Antímano, pero nadie se inmuta. La resignación también se volvió común en los viajeros más asiduos del subterráneo.
Este martes 18 de junio, el retraso se presentó temprano en la línea 2. Ya desde las 8:00 am los usuarios que viven en el suroeste de la capital debieron trazar alternativas para ir a sus sitios de trabajo y estudio debido a que no había trenes que prestaran servicio.
El fallo eléctrico afectó principalmente las líneas 1 y 3, aunque los retrasos ocurrieron en todo el sistema. Sin información oficial por las redes sociales ni por los parlantes, para muchos solo quedaba esperar sentados en las escaleras hasta que, tras casi 20 minutos, una luz se divisó al final del túnel. Por fin el tren había llegado.
Las anécdotas de viajes en el metro forman parte de ese imaginario que, con una mezcla de risa y terror, narra alguna vivencia (o supervivencia) en un submundo cada vez más insólito y bizarro. Solo el sábado en la noche, un corte de corriente dejó fuera de servicio la línea 2, después de que un sujeto que intentaba robar cableado de la estación Mamera murió electrocutado y su cuerpo fue arrollado por sucesivos trenes tras caer en la vía.
Según la cuenta de Twitter @metrocomunidad, manejada por trabajadores activos y jubilados de la empresa estatal, la contingencia registrada a las 10:30 pm obligó a los trenes a trabajar hasta después de la medianoche. Relata que un grupo bajó en la estación Teatros alrededor de la 1:20 am, solo para encontrarse con la santamaría abajo, y ningún trabajador de guardia que los ayudara a salir. Aunque llamaron al VEN 911 para reportar su predicamento, nadie acudió en su auxilio hasta el día siguiente, tras una forzosa velada.
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La falta de vigilancia en el metro solo conforma una parte del éxodo masivo de trabajadores del sistema férreo en busca de mejores condiciones laborales. Se evidencia ya no solo en el déficit de técnicos que hagan mantenimiento a trenes, rieles y hasta escaleras mecánicas, sino que cada estación presagia el abandono al ver las casetas vacías y la suciedad que conquista cada vez más espacio en lo que alguna vez fue uno de los mayores símbolos de orgullo de los caraqueños.
Lejos quedaron los tiempos de «la gran solución para Caracas». Se dice que antes, el sentido de ciudadanía emergía al entrar en aquel sistema que era vanguardia en Latinoamérica. El reinado del orden invitaba a obedecer las normas y cuidar el patrimonio de todos. Sin embargo, no es el caso ahora, cuando el comportamiento cívico ha sido reemplazado por empujones, gritos, insultos y amenazas de golpes.
La mezcla de frustración y ausencia de aire acondicionado en un tren abarrotado dan pie a la agresividad y volatilidad de caracteres. «Si no te gusta te vas en taxi», exclama una mujer de forma pendenciera al señor que le reclama la incomodidad de tenerla encaramada sobre su hombro.
El tren avanza con lentitud, se puede escuchar el chirrido de las ruedas sobre la vía férrea y en cada frenazo, sus ocupantes deben aferrarse a lo que puedan para evitar caerse. En la línea 2, desde sus dos estaciones terminales, Las Adjuntas y Zoológico, hasta Zona Rental, la duración total del trayecto en condiciones normales debería estimarse en 30 minutos; no obstante, los habitantes de la periferia pueden pasar, ida y vuelta, hasta cinco horas diarias en el subterráneo. El recorrido se vuelve más largo si se viene del sistema Metro de Los Teques o el Ferrocarril de los Valles del Tuy.
Para los habitantes de los Altos Mirandinos, el esperar a las 5:00 am el inicio de operaciones no es garantía de llegar temprano a sus destinos. Aunque desde 2007 se convirtió en el principal medio de transporte que conecta Los Teques con la capital, los incalculables tiempos de espera tras hacer transferencia en la estación Las Adjuntas, sumado a las deficiencias propias que han reducido su flota a un solo tren, los han llevado a retomar los autobuses como forma de trasladarse.
Para cuando el tren logra finalmente llegar a Zona Rental, la capa de vaho que empaña las ventanas anuncia un largo e incómodo viaje para los que están por abordar. La muchedumbre sale desesperada, dando bocanadas de aire limpio, con las miradas perdidas y el paso acelerando, solo para prepararse ante el segundo round que les depara el otro lado de la transferencia, en Plaza Venezuela. Así se empieza la jornada ya agotado, golpeado y sudado por efluvios propios y ajenos, quizás con la leve satisfacción de quien se sabe superviviente de una odisea que ya forma parte de su cotidianidad.
Ahora los altavoces anuncian que a partir del próximo 22 de junio, la compra de boletos volverá a ser obligatoria para ingresar. Algunos comentan que en un país donde lo barato sale caro, es un paso necesario para rescatar el desastre en el que se ha convertido el transporte, pero la mayoría solo calla y espera: sospechan que ya el caos forma parte de la esencia del metro, y a la larga todo volverá a ser como siempre.
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