Caracas.- Ya habían pasado siete días desde el incendio, pero seguía oliendo a humo. En el refugio Jehová Jireh hay 67 familias: 200 adultos, 148 niños y niñas y 28 adolescentes. El establecimiento de viviendas improvisadas está ubicado en la parroquia Petare. En 2010 se convirtió en un lugar de resguardo para personas afectadas por la vaguada que dejó a 34.000 familias sin hogar en Caracas, de acuerdo con datos oficiales.
Hasta hace tres años, allí convivían 130 familias, pero representantes del Ministerio para Hábitat y Vivienda y la Gobernación de Miranda comenzaron a censar a los habitantes y desalojaron a muchos que tenían casas propias. Eso es lo que cuenta Edward Espinoza, líder comunitario del refugio.
Nadie se queja, o por lo menos no en voz alta. Edward asegura que no se vive mal: “Todos aquí tenemos trabajos, nadie pelea, todos vivimos bien”; aunque el 15 de febrero varias familias estuvieron en riesgo cuando la antigua y abandonada edificación judicial Ciudad Lebrún, ubicada al lado del refugio, se incendió y obligó a muchos a pasar la noche fuera de sus viviendas.
Quizás el incendio visibilizó la situación de quienes viven en el Jehová Jireh porque el viernes siguiente a Edward y otros vecinos los invitaron a conocer un conjunto habitacional que se está construyendo en Valles del Tuy, estado Miranda. Antes de que termine el primer semestre de 2020 las 67 familias deberían ser reubicadas. O eso esperan.
Desnutrición infantil
El sábado 22 de febrero, El Pitazo y la Fundación VenSueño realizaron una jornada de atención a niños y niñas. De 148 solo asistieron 65, pero fue suficiente, para que Rossana Guevara, estudiante de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y directora de la organización, se diera cuenta de las deficiencias nutricionales de los menores de cinco años.
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El promedio de edad de las madres, en su mayoría cabezas de familia, es de 24 años y todas tienen entre tres y cuatro hijos.
Coromoto, una mujer de 40 años que está embarazada de su quinto niño, contó que su hijo de 13 años tiene igual peso que su hija de 8, pero no tiene recursos para llevarlo con un especialista y costear el tratamiento y la dieta que le mandarán.
Todo es de todos
En todo el refugio solo hay seis baños. Cada uno es utilizado por 10 u 11 familias, no solo para asearse, también para llenar tobos y botellas con agua para cocinar, hidratarse y limpiar los cubículos. Ninguna familia tiene agua directo en la habitación. También comparten los espacios públicos, aunque no son muchos, solo unos cuantos pasillos, algo que parece un salón de usos múltiples y una cancha.
El lugar evidencia que las condiciones no son adecuadas: paredes de drywall rayadas y agrietadas; pasillos sin iluminación y techos de cielo raso deteriorado; telas de arañas por doquier y puertas inestables.
Edward llegó hace cinco años. Como la mayoría, se instaló allí porque no tenía hogar ni dinero. Nadie paga alquiler, pero él asegura que eso no significa que sean indigentes. “Aquí no le pedimos nada a nadie, somos gente trabajadora”. Él insiste en que si alguien quiere ayudarlos lo hagan con capacitación y formación.
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“Aquí muchos quieren aprender un oficio. Sobre todos los adolescentes”, dice. Edward precisa que en el refugio hay 10 madres adolescentes y la mayor dificultad es su inserción en el campo laboral, por lo que cree que emprender algo de forma independiente mejoraría la calidad de vida de todas.