Florimar (32 años) comenzó su travesía por el Darién el 6 de julio. Lo hizo junto a su esposo Andrés (35 años) y su hija Carlota (6 años). Los tres días que le prometieron que duraba la travesía en la selva, se convirtieron en casi una semana. Hoy asegura que la selva es peor de lo que pensaba. Esta es su historia

Florimar extendió sus dedos y los llevó hasta su frente. Se encomendó a Dios mientras bajaba su mano para hacer la señal de la cruz. Agarró con fuerza a su hija Carlota y, junto a su esposo Andrés, se acercó al grupo de 80 personas que estaba a punto de entrar a la selva del Darién. Corría para entonces el 6 de julio.

“Cuando comencé a rezar sentí un escalofrío en el cuerpo. Era como si Dios me enviaba una señal o quizás me estaba protegiendo”, recuerda Florimar al narrar su historia a El Pitazo, vía WhatsApp, el 18 de julio.

Florimar (32 años), Andrés (35 años) y Carlota (6 años) son venezolanos. Los tres emigraron en 2018. Estuvieron un año en Colombia y tres en Perú. En ninguno de los dos países se sintieron a gusto. Trabajaban mucho y ganaban poco, así que la pareja decidió irse a Estados Unidos por los caminos verdes.

“Nos habían hablado de los peligros de la selva, pero uno no aprende de experiencias ajenas. Realmente es peor de lo que pensaba. La selva asusta de día y de noche. Es un lugar misterioso, horrible, debes estar atento porque cualquier animal puede atacarte y devorarte. Hubo momentos en que pensé que moriría», cuenta Florimar con voz entrecortada.

La región selvática del Darién es una de las rutas más peligrosas del mundo que utilizan refugiados y migrantes. Abarca 5.000 kilómetros cuadrados de junglas, ríos y montañas inclinadas, en la frontera entre Colombia y Panamá. De acuerdo con las estadísticas de las autoridades panameñas, 28.079 venezolanos atravesaron este lugar entre enero y junio de 2022.

“Aquí no se puede venir con miedo. El que esté asustado, que se devuelva”, dijo el guía con acento colombiano mientras miraba fijamente al grupo que conduciría por la selva desde Capurganá, en la costa del Caribe de Colombia.


Algunos caminan más despacio y se quedan atrás; otros se pierden y hay quienes mueren en el camino. Es una pena que en este lugar se desaten dos sentimientos tan crueles como el egoísmo y la indolencia, pero se trata de luchar por tu vida y la de los tuyos

Florimar

Florimar comenzó a caminar despacio para dosificar el cansancio. Huellas grandes y pequeñas quedaron a sus espaldas. El camino estaba tan pantanoso, que sus botas plásticas se hundían en el lodo. A su hija se le dificultaba seguir, así que decidió cargarla.

“Comencé a sentir mucho dolor en los pies y en la espalda. Me salieron llagas en los dedos que me sangraban a cada paso. Llegó un momento en que tenía los pies y las piernas desmayados”.

Andrés custodiaba de cerca a su familia. En su dorso llevaba un bolso con agua, una sábana, una mini carpa, medicinas y comida para cuatro días. Cuando cayó la noche el grupo se detuvo a acampar.

Florimar sacó un pan de la mochila de Andrés y lo untó con diablito. Lo acercó a la boca de Carlota, pero ella prefirió agarrarlo con su mano, estaba inquieta; mientras tanto, su papá preparaba un lugar para dormir.

El ambiente se sentía tenebroso. Los zancudos nos picaban el cuerpo. Yo intenté proteger a la niña, pero era imposible. Su llanto hacía más difícil conciliar el sueño, se rascaba desesperada los brazos y las piernas, así que pasamos la noche en vela y con frío, mucho frío; además, se escuchaban gritos, no sé si eran personas o animales”.

En la selva se desatan el egoísmo y la indolencia

Apenas salió el sol, el grupo continuó la travesía. Una empinada montaña que lucía interminable era el siguiente camino. Andrés decidió cargar a Carlota para aliviar a su esposa.

“Cuando vi la cima que debíamos superar, lloré. La superficie era resbaladiza y sentí mucho miedo. Me asusté más cuando vi el cadáver de un hombre guindando de una rama y mucha ropa tirada en el trayecto. Realmente la selva del Darién es un infierno”.

Florimar, Andrés y Carlota superaron la prueba. Ya sumaban dos días en el bosque. Del grupo de 80 personas, solo quedaban 72 en el mismo lugar. Más de la mitad de los migrantes eran venezolanos.

“Algunos caminan más despacio y se quedan atrás; otros se pierden y hay quienes mueren en el camino. Es una pena que en este lugar se desaten dos sentimientos tan crueles como el egoísmo y la indolencia, pero se trata de luchar por tu vida y la de los tuyos”.

Pero esa indiferencia no marcó siempre el incierto camino que atravesó Florimar. Un curso de primeros auxilios que hizo en Venezuela le sirvió para ayudar a una mujer que sufrió un infarto.

“Ella empezó a gritar porque le dolía el pecho muy fuerte. Estaba muy asustada y quizás eso aceleró sus síntomas. Le di reanimación cardiopulmonar y se estabilizó; sin embargo, no pudo continuar con nosotros porque las piernas no le daban para caminar y el guía no quiso esperar más. Su hija se quedó acompañándola, con la esperanza de seguir después”.

Ese episodio marcó a Florimar. Mientras avanzaba por el Darién su rostro se cubría de lágrimas. Pensaba en aquellas dos mujeres solas en la selva, en que podían ser violadas, robadas o asesinadas. En ese momento se arrepintió de cruzar aquel bosque inseguro y, sobre todo, arriesgar a su hija. “El sueño americano te lleva a hacer cosas que nunca imaginaste. Es un sueño que te puede costar la vida”.


El sueño americano te lleva a hacer cosas que nunca imaginaste. Es un sueño que te puede costar la vida

Florimar

Seis días en la selva

Cruzar uno de los ríos con su hija en brazos fue el momento más aterrador para Florimar. El afluente estaba caudaloso, así que Andrés amarró a la niña del cuerpo de su madre y él las iba sosteniendo mientras avanzaban. El resto de los caminantes fue cruzando poco a poco y quienes lograban pasarlo, ayudaban a los otros a pisar tierra.

Sin embargo, cuando restaban unos diez pasos para llegar a la orilla, Florimar resbaló al pisar una piedra y se hundió con la niña. Solo sus cabellos rizados quedaron a la vista del grupo.

“Mi esposo nos levantó de inmediato para que respiráramos, aunque el río nos arrastraba con fuerza. Andrés intentó cargar a la niña, pero tuvo un esguince en la muñeca. Uno de los acompañantes nos ayudó y logramos salir. Tragamos mucha agua, sufrí un golpe en la rodilla y una herida en el tobillo derecho que aún no termina de sanar”.

Los tres días que les prometieron que duraba la travesía en la selva, se convirtieron en seis. Al amanecer de la cuarta noche, el guía ya no estaba con el grupo; los había abandonado, así que les tocó seguir solos, con miedo de perderse, y dosificar la comida que únicamente alcanzaba para los niños. Solo 30 personas llegaron juntas al destino final y para el momento de la entrevista permanecían en un campamento en Panamá.

Las heridas que dejó la selva del Darién en Florimar y su familia siguen vivas. En las noches a los adultos les cuesta conciliar el sueño y la niña tiene pesadillas. Aún les quedan cinco países por recorrer: Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México. En este último país los espera un coyote que les está cobrando $12.000 para pasarlos a Estados Unidos.

Florimar confía en que lo peor ya lo vivió, pero necesita un par de semanas para recuperarse antes de seguir en busca del sueño americano. “Estoy segura de que lo lograremos”, afirmó con optimismo.

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