Las tensiones entre los gobiernos de Nicolás Maduro y de Luiz Inácio Lula da Silva, agudizadas por la decisión del oficialismo de no sustentar los resultados del 28 de julio anunciados por el Consejo Nacional Electoral (CNE), son un elemento problemático en la política interna para el mandatario brasileño, un antiguo aliado del chavismo que hoy ve con asombro la naturaleza autoritaria de la coalición que encabeza Maduro.
En sus intentos por sortear los cuestionamientos y críticas por sus acciones tras el 28 de julio, el oficialismo señala a Lula da Silva de ser un agente de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA) e incluso asegura que el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil es una dependencia de la Casa Blanca.
El politólogo brasileño y director de la Fundación Fernando Henrique Cardoso, Sergio Fausto, considera que Lula, movido en parte por su sesgo ideológico como líder de la izquierda latinoamericana, creyó que la coalición oficialista en Venezuela, en una situación límite, estaría dispuesta a negociar su salida del poder, pero la realidad se impuso.
«Lula quería proyectar su imagen de líder internacional y miraba a Venezuela como una oportunidad de ejercer este liderazgo. Tuvo una visión ingenua, de cierta manera, sobre la naturaleza del régimen venezolano», dijo Fausto en entrevista con el director de El Pitazo, César Batiz.
El analista político destaca también el rol del principal asesor de Lula da Silva en la política exterior de Brasil, Celso Amorim. De acuerdo con Fausto, Amorim «sobrevaloró la capacidad de Brasil de influir en las decisiones del núcleo duro del régimen de Maduro».
–¿Qué diferencia el Lula de este período del que tuvo muy buenas relaciones con el expresidente Chávez?
–La situación cambió. Cuando uno compara a Venezuela hoy y la de enero de 2003, cuando fue investido Lula en su primer mandato, en la primera década del 2000. Venezuela era otra. Chávez todavía estaba. Había una relación que no era de coincidencia absoluta, había cierta rivalidad entre ambos líderes por la influencia en la región, pero Lula siempre manejó ese esquema de una manera muy cauta en el sentido de no enfrentarse.
Lula adoptaba esta actitud por un cálculo de política interna porque Chávez fue un referente importante de los partidos que gravitaban en torno a Lula y, en particular, del Partido de los Trabajadores (PT). Así que arremeter contra Chávez tenía un costo interno importante en la base política de Lula.
También es un estilo de Lula, muy de la diplomacia brasileña, de tratar de moderar los conflictos en la región y no crear tensiones que puedan atraer a actores externos. Ahora la cosa cambió totalmente y el punto de quiebre fueron las elecciones de finales de julio.
–Hay información de que Lula, incluso antes de ser electo presidente nuevamente, se había planteado ayudar a buscar una salida a una transición en Venezuela, un poco para limpiar sus antiguos pecados en el caso Odebrecht. ¿Qué hay de cierto en esa versión?
–No creo que sea un tema de limpiar su imagen en relación con Odebrecht. Este es un tema que está planteado muy fuerte, todavía sigue y es uno de los más movilizados por la oposición a Lula, que quería proyectar su imagen de líder internacional y miraba a Venezuela como una oportunidad de ejercer este liderazgo. Tuvo una visión ingenua, de cierta manera, sobre la naturaleza del régimen venezolano.
Hizo una apuesta de que el régimen estaba proclive a negociar una salida y con esto en mira adoptó una actitud de excesiva complacencia con el Gobierno de Venezuela y esto pasó a generar costos a la imagen interna más que externamente. No es el problema político central de Lula, pero es parte del problema político internamente.
–¿En qué momento ocurrió esa revelación de que se estaba comportando de forma inocente con Venezuela y debía haber un cambio?
–Lula tardó mucho en aceptar los hechos. Pasaron tres, cuatro semanas (tras el 28 de julio, día de la elección presidencial), cuando percibió que la reivindicación de que el régimen presentara las actas no iba a ocurrir, pero, después de las elecciones insistió en decir que era un tema interno de Venezuela, en manos de la justicia de Venezuela, y que Brasil no estaba en posición de decir más que las actas fueran presentadas.
Cuando quedó claro que eso no iba a pasar y que la situación había llegado a un límite en el que su pretendido liderazgo regional se estaba desmoralizando, ahí cambió de actitud.
–En Venezuela dio la impresión de que Lula y Celso Amorim estaban en posición de cuidar su papel negociador y por eso se reservaban las críticas.
–Era la apuesta, lo que al inicio tenía sentido, y no fue solo una posición de Brasil, también de Colombia y México, que dio un paso al costado. Colombia siguió en la expectativa de jugar un rol negociador, pero la realidad se impuso y a partir de un momento quedó claro que la estrategia del régimen era endurecer la represión, negar la existencia de un fraude electoral, mantenerse en el poder sin importar el costo a pagar en términos de su imagen internacional.
–Entre octubre y diciembre de 2023 se elevó el clima de tensión respecto a Guyana. La información que tuvimos es que Lula intervino para bajarla por los intereses que Brasil tiene sobre Guyana.
–Sí, pero logró un éxito parcial porque el régimen de Maduro insistió a nivel retórico y con cierta movilización de tropa intentó emitir señales de que seguía sobre la mesa el tema del Esequibo y eso fue retador en la relación entre Brasil y Venezuela.
Esto toca un nervio importante en el pretendido liderazgo de Brasil en la región, en un tema absolutamente clave que es mantener la paz y no generar conflictos que puedan atraer a actores externos y que tengan una presencia en la región.
–Celso Amorim estuvo durante la elección del 28 de julio. Salió del país cuando vio que las protestas se incrementaron. ¿Cuál es la importancia de Amorim en las políticas brasileña y latinoamericana?
–Es el mandamás de la política externa brasileña. Operacionaliza las decisiones tomadas con Lula. Amorim tiene la capacidad de generar una cierta visión de mundo, de la región, y de cómo Brasil tiene que actuar en este contexto. Tiene el oído del presidente Lula, son muy cercanos los despachos, las esposas amigas; es una relación muy cercana entre los dos personajes.
Creo que Celso Amorim hizo una cosa muy arriesgada porque no era observador. La justicia electoral brasileña desistió, sobre la hora, de enviar una delegación observadora a Venezuela. Él fue enviado especial del presidente Lula sin tener los instrumentos para chequear lo que estaba pasando sobre el terreno.
Se expuso y creo que es un síntoma de una visión no ingenua porque Amorim no es un ingenuo. Sobrevaloró la capacidad de Brasil de influir en las decisiones del núcleo duro del régimen de Maduro. No comprendió que el régimen de Maduro, sobre todo ahora, cuando se sintió acosado, al borde de una derrota electoral, sorprendido por la derrota, lo más probable es que iba a buscar una salida a la cubana, no negociada.
–¿Y qué llevó a Lula y Amorim a sobrevalorar la capacidad de influencia del Gobierno de Brasil en el gobierno de Maduro?
–Imaginaron que el elemento político civil del régimen era la pata principal y se olvidaron de que el régimen es una alianza cívico-militar policial, como lo dijo Diosdado Cabello; con un sistema de inteligencia concebido y operado por los cubanos durante un largo periodo. Se equivocaron totalmente en la lectura de la naturaleza del régimen y esto obviamente tiene que ver con ciertos sesgos ideológicos.
–Jorge Rodríguez acusó a Celso Amorim de ser un enviado del Gobierno de EE. UU. ¿Es posible?
–Es una acusación ridícula. Es un poco la caricatura de un régimen que está hablando para los incondicionales, tratando de movilizarlos con una mentira burda, pero nadie va a creer que Celso Amorim es un enviado de EE. UU.
Lo curioso es que la gente que critica a Amorim lo hace por ser quizá demasiado antinorteamericana. La idea de que pueda ser un agente de la CIA es una cosa totalmente absurda. Es cómico, si no fuera trágica la situación de Venezuela, oír a un tipo que tiene un puesto importante en el Gobierno venezolano, acusando a Lula y a Celso Amorim de ser agentes del imperialismo yanqui.
–¿El Gobierno de Brasil insistirá en la posibilidad de seguir como mediador o facilitador de una transición en Venezuela?
–Creo que sí porque no tiene instrumentos de poder para hacer más que eso. No le queda otra.
–¿Y cómo lo puede hacer si el gobierno de Maduro se cierra?
–Ahí vamos al tema de una concertación entre Europa, EE. UU. y la región bajo el liderazgo de Brasil en búsqueda de una salida a la crisis venezolana. En teoría, Brasil podría jugar un papel si hubiese coordinación entre EE. UU., Europa y Brasil.
Ahora, la cosa se complica porque la relación entre Lula y Trump no es una que, al inicio por lo menos, sea de confianza. Y tampoco la relación entre Trump y los europeos es la misma que tenía Biden. Brasil podría jugar un papel, pero sin esta concertación no tiene los instrumentos para actuar de manera más efectiva.
–¿Y por qué insistiría Brasil? ¿Por la migración, la seguridad, la paz?
–El tema es cuál sería la alternativa de Brasil. ¿Sería retórica? Con decir que reconoce a Edmundo González no pasa nada. Ya hay una experiencia, no digo que las dos cosas sean iguales, pero sabiendo cuál es el razonamiento político de Lula y Amorim, la experiencia con Guaidó no fue buena. Bolsonaro reconoció a Guaidó y rompió relaciones con Venezuela. No creo que el PT y Lula hagan lo mismo.
La probabilidad más alta es que permanezcan en esta situación, haciendo una especie de saludo a la bandera, aunque sea una retórica sin una traducción práctica que sea efectiva sobre el terreno.
–¿Existe posibilidad de que el Gobierno de Brasil escoja no actuar a partir del 10 de enero, cuando Maduro asuma la Presidencia, pese a que no pudo demostrar el triunfo?
–No va a reconocer a Maduro. Va a mantener esta posición de esperar y ver qué hace EE. UU., qué hace Europa. No va a tener un papel protagónico sobre Venezuela. Puede buscar canales de conversación con sectores, de militares brasileños con militares venezolanos, que existieron en el pasado. ¿Existen canales ahora? No estoy seguro.
Algo que me parece cierto es que Brasil no hará lo que Estados Unidos bajo Trump quiera hacer con Venezuela: no va a adoptar sanciones. Hay que recordar que con Bolsonaro las Fuerzas Armadas de Brasil fueron claras impidiendo que permitiera cualquier acción en territorio brasileño. Es una posición que se manifestó entonces y estoy absolutamente seguro de que es un punto no negociable.
–¿Descartada cualquier acción de fuerza?
–Absolutamente. Y creo que sería un desastre para la región. Imagínate una situación de marines americanos desembarcando en Venezuela. Es un desastre desde el punto de vista de Brasil, porque se armaría un teatro donde potencias globales estarían peleando, por así decirlo, en el vecindario: China, Rusia, EE. UU. Es la pesadilla de Brasil.
–¿Qué pasará con Trump en el liderazgo de Brasil y Lula en Latinoamérica?
–Va a depender de qué tipo de política tendrá Trump en América Latina. Un escenario posible, una negligencia benigna, digamos: hagan lo que quieran, no me importa. Es un tipo de situación y Brasil puede lidiar con eso. Es el escenario ideal para Brasil.
Un escenario opuesto: que EE. UU. tome el tema de América Latina como algo vinculado a la geopolítica global, donde hay una disputa entre EE. UU. y China y Rusia, y miedo de que el patio trasero, por decirlo de alguna manera, sea capturado por potencias enemigas de EE. UU. Si este pasa a ser el pensamiento dominante, la relación con Brasil será extremadamente conflictiva.
–¿Cuál de los dos escenarios cree probable?
–Algo intermedio. Hay que ver. Trump fue una metralleta giratoria en toda la campaña y empezó hace cuatro años. Habló un montón de cosas. El tema es cómo puede compatibilizar todo lo que habló con las restricciones reales que tendrá que enfrentar en el ámbito doméstico e internacional.
Es muy difícil, por ahora, saber qué hará en América Latina. Salvo por algunos sectores del Partido Republicano, no es un tema central de la agenda. Me quedaría en una posición de esperar para ver qué resulta de toda esta retórica caótica de Donald Trump.
–Y cómo ve el factor petróleo. Hay quienes dicen que a Estados Unidos no le importa el petróleo de Venezuela. Otros dicen que sí.
–Desde un punto de vista de las fuerzas que apoyan a Trump, muy ligadas a las empresas de petróleo americanas, creo que la reserva de Venezuela en el largo plazo es un activo importante. Lo que me lleva a concluir que la estrategia de Trump es que en Venezuela hay recursos importantes en el mediano y largo plazos para EE. UU. Esto puede llevarlo a una actuación de mano más dura.
Tienen también la perspectiva de réditos en Florida, con los cubanos y venezolanos que se fueron de sus países y son proclives a aceptar y apoyar una solución de fuerza, pero no daría por descontado que esta sería la perspectiva de Trump, un tipo tan caótico que es muy difícil predecir su línea exacta de política externa en relación a la región. A mí me da miedo lo que pueda pasar, pero más de eso no puedo decir.