El fotógrafo italiano revisa su archivo y le da un nuevo significado en la exposición Rostros y golpes de Venezuela, abierta al público en la galería Carmen Araujo Arte, ubicada en Las Mercedes

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–¿Tiene Instagram?

–Paolo Gasparini, por un instante, luce ofendido ante tal pregunta. Sonríe brevemente y luego responde de manera educada pero tajante: “No, yo no uso esas cosas”.

Para Gasparini (Gorizia, 1934), uno de los principales impulsores de la fotografía documental en Latinoamérica, las redes sociales y las nuevas tecnologías han contribuido principalmente a la banalización del ejercicio fotográfico.

El artista no tiene Instagram y no lo necesita. El archivo fotográfico que ha desarrollado por décadas habla por sí solo. Actualmente trabaja en él y lo reinterpreta. Su actual exposición Rostros y golpes de Venezuela (abierta al público en la galería Carmen Araujo de Las Mercedes) es muestra de ello.

La imagen normalmente tiene que expresarse por sí sola porque te conecta con lo que representa

Paolo Gasparini, fotógrafo

Primero, la imagen

–¿Por qué la fotografía?

–La guerra en Europa terminó en 1945, cuando yo tenía 11 años. Uno de los movimientos artísticos más importantes de Italia, tanto en la plástica como en el cine y la fotografía, fue el neorrealismo italiano. Después de la guerra volvió el Festival de Cine de Venecia, que durante el conflicto había sido clausurado. Ver en esa pantalla grande, ese mundo que no conocía, hizo que surgiera mi pasión por el cine, aunque era una forma de arte inalcanzable para mí. Mi hermano Graziano, que ya estaba en Venezuela, me envió una cámara Leica, que para aquella época era tan buena como costosa. Había un círculo fotográfico goriziano y empecé a sacar fotografías con ellos cada fin de semana. Fotografiábamos el circo, los pescadores, el mercado.

–Usted hace al cine responsable de su pasión por la imagen. ¿Qué otras expresiones artísticas le ayudaron a construir su discurso?

–La literatura, la música, la vida, todo. La fotografía es un acto fundamentalmente cultural. La fotografía es ideología. Es lo que piensas, lo que sientes, lo que quieres decir y lo que expresas a través de una imagen. Si el contexto es nulo o pobre, la lectura de la fotografía será de igual calidad.

–¿Recuerda la primera foto que tomó?

–No, no la recuerdo. Sí sé que fue durante un paseo que hice con el círculo fotográfico por la ciudad. Quedaban aún muros rotos por alguna bomba de la guerra y recuerdo de manera particular uno de ellos porque en su pared había un corazón pintado. Mis amigos bromeaban conmigo llamándome cursi, romántico. Quizás siempre lo he sido. Mi interés fundamental fue a partir del cine neorrealista y por un tipo de imagen que con el paso del tiempo fue descrita como “comprometida” con la realidad y los “problemas sociales”.

La fotografía es un acto fundamentalmente cultural. La fotografía es Ideología. Es lo que piensas, lo que sientes, lo que quieres decir y lo que expresas a través de una imagen

Paolo Gasparini, fotógrafo

Venezuela fue su gran opción

En el imaginario de Gasparini, el símbolo del edificio se lee según sus dos principales intereses. Primero, un interés por la arquitectura y la influencia de los arquitectos del momento en Venezuela, como Carlos Raúl Villanueva. Pero también un interés por la sociedad que rodeaba aquellos edificios que fotografiaba y los rostros de quienes hacían vida en ellos.

Rostros que se convirtieron en su primera exposición: Rostros de Venezuela.

En 1954, el año en el que Paolo Gasparini llegó a Venezuela, quienes llegaban al país lo hacían huyendo de la guerra y buscando lo que Europa les negaba en aquel momento: paz, estabilidad económica y la esperanza de un futuro mejor. Sus razones eran más sencillas: quedarse en Italia significaba hacer el servicio militar, algo negado para él después del traumatismo de la guerra. Su padre y sus dos hermanos mayores vivían en Venezuela desde el año 1948, y se perfilaba como la mejor opción para migrar.

De sus primeros 15 días en Caracas hay una fotografía, actualmente en exposición en la galería Carmen Araujo de Las Mercedes. Retrata a un hombre con muletas y sin una pierna en un establecimiento comercial. Al fondo, en una pared, está escrita la palabra amor.

–¿Cuáles son sus primeros recuerdos de Venezuela?

–Mi papá tenía un jeep de guerra. A Venezuela llegaron los carros que el ejército había usado en Europa y comenzaron a venderse. Mi papá lo pintó de rojo, y lo recuerdo porque ese año era el único carro de ese color en toda Caracas. En esa época la gente era muy receptiva, muy abierta y se dejaba fotografiar. Incluso lo agradecía. Nadie me preguntó nunca para qué medio trabajaba, dónde iba a salir la fotografía, o por qué la estaba realizando.

Las imágenes se hacen solamente para colgarlas como cuadros en la pared. Las fotografías en cambio se registran en un libro

Paolo Gasparini, fotógrafo

–¿Qué consejo le daría a un fotógrafo en Venezuela para retratar conflictos sociales?

–Cada uno tiene que hacerlo fundamentalmente desde su propia visión de las cosas y de su bagaje cultural. La fotografía es una cuestión de ideas, de lo que uno quiere decir a través de las imágenes. Hay fotógrafos que se interesan genuinamente por lo que sucede fuera de su casa, en el mundo. Otros están contentos fotografiando su propio cuerpo, o haciendo selfies.

–Hay veces en las que se cuestiona si era necesario fotografiar una determinada situación. Por ejemplo, la fotografía de Aylan Kurdi, el niño sirio ahogado en una playa turca.

–No es tanto la foto sino el lugar donde se publica. Marshall McLuhan decía que el medio es el mensaje. Cada situación amerita una responsabilidad muy grande tanto por parte del fotógrafo como del editor.

–¿Siente que vivimos en un mundo más sensible? ¿Que la gente se ofende con mayor facilidad?

–No es que la gente se ofenda más, es que la difusión y la propagación de la imagen es tan grande que se banalizó todo. Creo que más bien la gente es menos sensible. Hoy día la fotografía se utiliza para registrar lo que uno está comiendo y se sube a redes para que todos lo vean. La fotografía es una palabra suelta, que tiene sentido cuando forma parte de un discurso, de una serie de imágenes que pueda darte una situación.

Ha invadido el territorio del otro

En la exposición Rostros y golpes de Venezuela, la gran atracción principal es un fotomural de cinco metros donde Gasparini vincula distintos momentos de la cultura, la política y la sociedad venezolana a través de fotografías que forman parte de tres series distintas: Caracas sinética (un juego de palabras entre cinética y sin ética), Maracaibo Technicolor y Gonzalo y las mujeres. Tomadas entre 1970 y el año 2000, el montaje cuestiona nuestra evolución como sociedad a lo largo de 30 años y señala las relaciones entre la democracia y el poder.

–¿Usted diría que la imagen entonces no significa por sí sola?

–La imagen normalmente tiene que expresarse por sí sola porque te conecta con lo que representa. Ahora, la palabra tiene alguna o mucha menos posibilidad de llegar donde la imagen no ha llegado. Cuando tú necesitas decir más cosas que están por encima de la imagen necesitas la palabra. Yo creo que las imágenes se hacen solamente para colgarlas como cuadros en la pared. Las fotografías en cambio se registran en un libro, porque el libro colecta una serie de imágenes o secuencias de una exposición y te brindan mayor posibilidad y libertad de expresar lo que realmente estás pensando.

El nombre de Paolo Gasparini resuena con los de realizadores como Chris Marker, Armand Gatti o Agnés Varda. En Cuba, llegó a ser colaborador del suplemento Lunes de Revolución, así como del Consejo Nacional de la Cultura cubana. Sus fotografías de la campaña de alfabetización y la cotidianidad de los primeros años de la Revolución Cubana desfilaron íntegros delante de su lente. En México captó imágenes de los hechos que sucedieron a la Matanza de Acteal en 1997, fotografías que son recogidas en su libro El Suplicante México 1971, 2009.

–¿Qué situaciones del continente lo marcaron más como fotógrafo?

–Fundamentalmente la gran contradicción y la gran división que hay entre pobres y ricos, entre el poder y los que no lo tienen. Últimamente me he dedicado a una labor que es de suma importancia para mí, que es trabajar con el archivo. Darle sentido al archivo que uno tiene. Que a través del archivo que uno ha construido durante toda su carrera, se construya un discurso. Es importante profundizar en los contenidos que has retratado.

–¿Sintió miedo alguna vez de fotografiar algo, o a alguien?

–Con frecuencia uno se siente invadiendo el territorio del otro. Me sucedió en 1997 en México. Estuve en un pueblo llamado Acteal, donde una semana antes de mi llegada los paramilitares habían matado a un grupo de mujeres, niños y campesinos que estaban reunidos en una iglesia. Entre 30 y 40 muertos fueron sepultados en una fosa común, y posteriormente los vecinos organizaron una misa en ese lugar. Cuando ocurrió la matanza, todos los campesinos se escondieron en los bosques y en la selva cercana, para reunirse en la misa al día siguiente. Yo era uno de los pocos fotógrafos que estaba en el lugar, y los campesinos que llegaban a la ceremonia nos miraban muy mal.

Una señora me confrontó y me dijo: “¿Usted por qué saca fotografías? Sepa usted que estamos conviviendo con los muertos”. Yo le respondí que eran para un libro que estaba preparando sobre México, y que quiero denunciar esto que sucede aquí, pero si usted quiere no sigo tomando fotos. Ella calló un momento, me miró y respondió: “Haga buen uso de esa fotografía”.

–¿Qué valoración hace de la fotografía documental que se ha realizado en los años de crisis venezolana?

–Yo le llamaría fotoperiodismo porque tiene que ver más con la crónica que con la historia. Son buenas y han ganado premios. Son importantes como denuncia inmediata, pero no forman parte de una profundización del discurso.
¿Cuál es la fotografía que siempre ha querido tomar?
La próxima.

No es tanto la foto sino el lugar donde se publica

Paolo Gasparini, fotógrafo

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