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lunes, 7 octubre, 2024

Músicos de El Sistema tocan en las calles de Lima para subsistir

150 venezolanos vencen las barreras de los prejuicios con la orquesta Sinfonía Migrante de Perú, donde dieron su primer concierto el 10 de noviembre en el Teatro Municipal de la capital peruana

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Más de 864.000 venezolanos viven actualmente en Perú, país que no solo alberga la segunda comunidad de migrantes más grande de Suramérica, sino que donde además el drama de la diáspora se ha intensificado los últimos años debido a la tensión por la falta de oportunidades de empleo y reportes de ataques xenofóbicos de parte de algunos sectores peruanos.

En este contexto, el diario El País recogió el testimonio de la orquesta y coro Sinfonía Migrante de Perú, fundada hace tres meses y compuesta por 150 venezolanos egresados de las filas de Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela -conocido como El Sistema-, y que en su día a día se ganan la vida en diferentes empleos como vigilantes, encargados de tiendas, o tocando en las calles y el transporte público.

La orquesta es dirigida por Alexander Gómez, quien inicialmente trabajó cargando cajas cuando llegó a la nación andina y ahora es profesor de la orquesta Sinfonía para el Perú; mientras que el coro está a cargo de Pablo Morales, quien en una entrevista dada al diario peruano El Comercio, dijo que reunió los primeros 40 miembros gracias a un grupo de Whatsapp de cantantes migrantes.

Se reunen cada domingos para ensayar en un espacio facilitado por el Teatro Municipal de Lima, lugar donde el pasado 10 de noviembre ofrecieron su segundo concierto, en el que sonaron juntos los himnos de Perú y Venezuela.

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Richard Rodríguez, cuatrista de la agrupación, contó al medio español que desde su llegada hace un año y cuatro meses, ha tenido diferentes trabajos como vendedor ambulante de café, instructor en una academia, y ahora se dedica a tocar su instrumento en los autobuses acompañado por un compatriota violinista.

“Aunque he tocado con grandes artistas venezolanos reconocidos y en grandes teatros (París, Londres y Nueva York) no me siento menos porque tengo que subir a los autobuses, lo vivo como una experiencia de aprendizaje, eso me ha enseñado mucho. Lo llevo con alegría, estoy tranquilo y si alguien me hace un mal gesto lo ignoro. Me voy siempre con un saldo positivo de buena energía a casa y voy enseñando este instrumento que es poco conocido acá”, afirma.

Explica que directos de la Sinfonía Migrante lo grabaron durante uno de sus shows en el transporte y le hablaron del proyecto, con el cual ya ha podido presentarse en el Teatro Municipal de Lima. «Siempre les digo a mis alumnos que el instrumento es el mejor pasaporte que pueden tener, me ha dado la oportunidad de ganarme la vida acá y de seguir soñando», agrega.

El centro de la capital peruana se ha convertido en el escenario de decenas de venezolanos que luchan por el sueño de una vida mejor para ellos y las familias que dejaron atrás en su tierra. A metros del Teatro Nacional y del Ministerio de Cultura toca Abrahan Rodríguez, quien para emigrar vendió su viola profesional, y ahora usa una de estudio para ganarse el pan diario.

Pero los músicos callejeros no tienen fácil las cosas, pues conviven con los prejuicios de los locales que los confunden con delicuentes alimentados en parte por los casos de venezolanos involucrados en actos criminales, y por otro por la prensa y los políticos que exaltan la xenofobia. En muchos casos, también acciones del propio gobierno municipal que busca limpiar de vendedores informales los espacios públicos, y se ensañan especialmente contra los migrantes.

Jesús Parra fue uno de los músicos que dejó de tocar en el bulevar Magdalena, en una zona de clase media alta, por órdenes del alcalde. El hombre de 42 años, quien en su país fue musicólogo y profesor en El Sistema y el Conservatorio de Maracaibo, explicó que diariamente ganaba 30 soles (equivalente a 9 dólares), suficiente para dar de comer a su familia.

Su ir y venir entregando currículos sin éxito le llevó a sacar su violín en la calle, inspirado al ver a sus demás compatriotas. «En ese ir y venir conocí colegas venezolanos que tocaban en la calle. Un día dije: ‘Ya no voy a seguir así’. Abrí el estuche en el bulevar de Magdalena, pero me daba vergüenza. Al tercer día ya no tenía opción: o lo hago o lo hago porque mi familia depende de mí«, dijo.

Actualmente es el primer violín de la Sinfonía Migrante, y trabaja dando clases particulares y en el coro de su parroquia. «Muchos esperamos que llegue el domingo e ir a la Sinfónica Migrante para reencontramos con la música y hacer algo que nos haga olvidar tantas cosas que a veces nos pasan, como a todos, como un escape. No te genera (un ingreso) pero motiva anímicamente«, afirmó.

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No todos los músicos de la orquesta migrante necesariamente trabajan en la calle. Anais Rivas tiene 25 años y dejó sus estudios universitarios para ir a Perú al enfermar su padre. «Había que elegir entre el almuerzo y la fotocopia, y mi padre necesitaba una operación: ahí fue cuando migré a Lima», añade.

Oriunda del estado Vargas y formada desde los ocho años en El Sistema, pasó primero por la Sinfónica Juvenil de Perú, donde de vez en cuando se le pagaba por los conciertos donde tocaba el violín. Ahora toca en la Sinfonía Migrante donde sigue sin recibir remuneración, pero al menos está con otros venezolanos como ella.

La joven aseguró a El País que lloró al conseguir trabajo como vigilante en un centro de investigación, después de que soñaba con estudiar un posgrado en Educación en Japón. Después de eso, fue admitida como profesora en una escuela privada donde se preguntaban qué hacía una profesora de música y violinista en tres orquestas con un empleo como aquel. Allí logró compaginar durante varios meses ambos trabajos para mantenerse.

«Trabajaba como vigilante desde las 6:30 de la mañana y pasadas las 2:30 de la tarde hacía como la Mujer Maravilla y me cambiaba de ropa para dar mis clases, era muy cómico», añade entre risas.

Mientras los venezolanos en el exterior trabajan para derribar los estigmas de la sociedad peruana y hacerse de un lugar en el medio artístico, mientras esperan un cambio en Venezuela que les de la esperanza de volver en un futuro.

«Espero que las cosas en mi país se resuelvan para ir a reconstruirlo, mientras tanto a dejar la semilla de que somos buenos, estamos aprendiendo de los peruanos, y aportando porque tenemos un sistema de casi 50 años de música formal gratuita, donde fui profesor», apunta Richard Rodríguez.

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Con información de El País de España y El Comercio de Perú

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