Fotos y texto: Gustavo Alemán T. Ig @gustalemant
Tres horas antes de la función el elenco del Cascanueces llega al Teatro Teresa Carreño para prepararse. Allí los esperan maquilladores, estilistas, vestuaristas para ayudarlos en cualquier requerimiento. Todo luce como un caos, pero no es así. Este movimiento aparentemente errático tiene su lógica y todo está sincronizado. La gente va rápidamente de un lado a otro mientras se maquillan, luego regresan a vestirse, a estirar, calentar para evitar lesiones, después a retocarse. Todo milimétricamente calculado, sin sorpresas ni improvisaciones.
A medida que se acerca la hora de la función los ves listos. Primero los grupos de niñas y niños, que son los más numerosos, se convierten en ratoncitos, ángeles y soldaditos.
Sigue pasando el tiempo, el maquillaje los va convirtiendo en viejitos con calvas pronunciadas, algunos bigotes y pelucas que completan la ilusión.
Los que ya están listos van subiendo cerca del escenario para los toques finales; accesorios de época, sombreros, tocados, tiaras llegan en mesitas con ruedas para ser repartidas a los actores y actrices. Por los parlantes empieza a sonar, cada vez más frecuente, el tiempo que queda para que comience la función. La gente sube y baja las escaleras rápidamente una y otra vez.
Aceleran el paso, suben angelitos, ratones y soldados, sube el reparto completo. Otros afinan detalles, ensayan alguna coreografía en los pasillos de camerinos y algunos están finalizando el maquillaje. De manera casi imperceptible se mueven de un lado a otro tramoyeros, luminitos, maquilladores y escenógrafos.
El parlante vuelve a sonar con una voz saturada que se entiende poco, suena tan nítido como un radio de vigilante nocturno, pero todos saben perfectamente que la función comenzará en 10 minutos.
Los que no están listos aceleran el paso, hay que respetar al público y la función debe comenzar a la hora. Se ven algunos músicos entrando al foso, afinan sus instrumentos, ordenan partituras. El público entra a la sala y tras bastidores se escucha “Atención quedan 5 minutos para comenzar”.
Los rezagados apresuran el paso, uno de ellos se engancha en una de las puertas por la rapidez con la que corre por las escaleras, su vestuario no sufrió. Es un caos sincronizado.
Apagan las luces de la sala y se abre el telón. La función apenas comienza para el público, pero el batallón de gente que hace posible El Cascanueces tiene meses trabajando y cada día, tres horas antes de la función, llegan al Teatro Teresa Carreño para repetir esa coreografía errática y aparentemente caótica que es estar tras bastidores.
¡Mucha mierda!