Yadira Lisbeth Correa Gali dio a luz en el Hospital Universitario de Guanare y 26 días más tarde murió por COVID-19. Su madre, Ana Matilde Gali, también falleció por coronavirus en la misma institución de salud. Yelitza Morón, allegada a la familia, cuenta el sufrimiento por el cual debieron pasar estas mujeres en medio de carencias y trato discriminatorio

Yelitza Morón quiere gritar al mundo que su ahijada Yadira Lisbeth Correa Gali y su amiga Ana Matilde Gali no murieron por COVID-19. “Tenían la enfermedad, pero las mató la indiferencia, la desidia”, relata a El Pitazo entre lágrimas.

Ana Matilde y Yadira Lisbeth, madre e hija, fallecieron respectivamente este 23 y 24 de abril en Guanare, capital del estado Portuguesa, luego de permanecer durante 17 y 26 días en la sala de aislamiento del Hospital Universitario Miguel Oraá, el primer centro asistencial centinela de la entidad.

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La estancia de Yadira en la sala de aislamiento por COVID-19, según su madrina, fue larga y dolorosa. La mujer de 32 años, y con 38 semanas de embarazo, ingresó el 29 de marzo al hospital, referida por su ginecobstetra Tatiana Hernández. La médica presumió infección viral por SARS – CoV- 2 ante un cuadro clínico de neumonía bilateral con insuficiencia respiratoria. La paciente requería de urgencia una cesárea para salvar a su bebé, un niño que nació sano al día siguiente del ingreso de la madre y al que dieron el nombre Ángel Gael.


LA NOTICIA DEL DECESO DE YADIRA LLEGÓ EL 24 DE ABRIL, A LAS CUATRO DE LA MADRUGADA. SE ALEGÓ INSUFICIENCIA RESPIRATORIA. YELITZA ABRIGABA LA ESPERANZA DE QUE SU AHIJADA SE ALENTARA Y CUIDARA, JUNTO A SU ESPOSO GIOVANNO, DE SUS TRES HIJOS


Durante el mes de abril, se registró la mayor cantidad de contagios y fallecidos en Venezuela desde que comenzó la pandemia. Según cifras que ofrece el gobierno de Nicolás Maduro, 37.186 venezolanos resultaron infectados y 534 murieron a causa de la enfermedad. El aumento en la incidencia de la enfermedad golpea aún más a una estructura hospitalaria debilitada como observamos en este centro de salud de Guanare.

La primera prueba por la que tuvo que pasar Yadira fue subir a pie por las escaleras hasta el quinto piso del hospital, donde funciona la sala de parto. Desde hace más de dos años no hay ascensores en ese centro centinela. Tampoco camillas para suspensión y traslado.

Desde el primer momento, Yelitza evidenció discriminación y descuido contra su ahijada. La parturienta fue recluida en el área de sepsis por un lapso de cinco días y no en un área especial con oxígeno ni ventilación mecánica. “Allí nos dijeron: ‘Ustedes deciden, es en el área de sepsis o se la llevan’”, recuerda la acompañante, quien sostuvo que el cubículo estaba contaminado con líquido sanguinolento y papeleras desbordadas con material de desecho. “Tuvimos que llevar desinfectantes y acondicionar por cuenta propia”.

Para la cesárea de Yadira, practicada el 30 de marzo a las 11:30 pm, la familia tuvo que comprar todo, incluida una aguja para la punción raquídea porque el anestesiólogo de guardia no se sentía cómodo con la aguja 27 que suministra el hospital. “Allí hay que satisfacer hasta los caprichos médicos y comprarles también la indumentaria de bioseguridad ajustada a la talla”.

Sala COVID-19 o sala de la muerte

Yadira salió del área de sepsis el 2 de abril, dos días después de que le practicaron la cesárea. Fue trasladada a la sala de aislamiento para COVID-19. Sus familiares resaltan que hasta el día cuatro de hospitalización, pese a su dificultad respiratoria, hablaba, comía y bebía con tranquilidad. “Nunca vimos la prueba confirmatoria del diagnóstico, tampoco la guía de tratamiento. Solo supimos que se practicaron dos tests con resultado negativo”.

Yelitza cuestiona que en la sala hubiese solo dos ventiladores mecánicos, uno en uso y otro desinstalado. “No había personal de medicina crítica y todo lo teníamos que diligenciar los familiares. Yo tuve que traer a un internista intensivista para que hiciera las terapias de aspirado bronquial porque no había personal médico ni de enfermería. Para ello se tardaban hasta dos días, mientras que el procedimiento debía hacerse al menos cada dos horas”. La madrina tuvo palabras de agradecimiento para el especialista José Gregorio González, quien accedió a intubar a Yadira.

Yo vi allí a la muerte muy de cerca. En una semana contabilicé unos cuatro o cinco fallecimientos diarios; creo que van más de 50. Eso es una tragedia. Alguien debe pronunciarse. No queremos más muertes”, señala en entrevista concedida a El Pitazo.

La noticia del deceso de Yadira llegó el 24 de abril, a las cuatro de la madrugada. Se alegó insuficiencia respiratoria. Yelitza abrigaba la esperanza de que su ahijada se alentara y cuidara, junto a su esposo Giovanni, de sus tres hijos: Ángel Gael, recién nacido, Solismar de 6 años y Gianfranco de 17.


Yo vi allí a la muerte muy de cerca. En una semana contabilicé unos cuatro o cinco fallecimientos diarios; creo que van más de 50. Eso es una tragedia

Yelitza Morón

Un día antes, el 23 de abril, murió su mamá, Ana Matilde, por la misma causa (COVID-19), en la misma sala y padeciendo el mismo calvario. Tenía 69 años. Había ingresado el 7 de abril.

Del núcleo familiar sobrevivieron los hijos mayores de Yadira, que fueron aislados en casas de sus tíos, y el cónyuge Giovanni Zambrano, quien pasó el COVID-19 en el domicilio de la pareja, en el barrio El Cambio, al sur este de la ciudad.

Ángel Gael fue egresado del hospital el 11 de abril, luego de permanecer en una incubadora en el área pediátrica. El 17 volvió a ser internado por presentar fiebre por infección respiratoria. El lunes 27 fue dado de alta y está al cuidado de una tía.

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La exigencia de Yelitza aún no encuentra eco. Está a la espera de los oídos de las autoridades regionales y del Ministerio de Salud.

Jose Gregorio Aldana, director de ese despacho en Portuguesa, prometió a El Pitazo hablar de los decesos de Yadira y Ana Matilde el jueves 29 de abril, a las nueve de la mañana. La entrevista pautada no se realizó, pese al esfuerzo de su oficina de prensa.

Aldana alegó la convocatoria previa a una videoconferencia en el Centro de Diagnóstico Integral del barrio La Enriquera, al oeste de la ciudad. Las explicaciones quedaron postergadas, sujetas a una nueva agenda.

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